Por Marco Rovira

En México, ser trabajador cada día significa menos; menos prestaciones, menos sueldo, menos vacaciones, e inclusive, menos dignidad en las condiciones laborales, aunque claro, existen excepciones.

Siguiendo una definición clásica de lo que puede entenderse por política, esta viene siendo a fines prácticos el quién recibe qué, cuándo y cómo. Aplicando esta idea al tema de los aguinaldos, tendríamos que hablar en primer lugar de una gran cantidad de la población que trabaja en la informalidad, sin tener su situación jurídico-laboral definida en términos de obligaciones y derechos —según algunas cifras 6 de cada 10 personas de la PEA trabajan en el sector informal—, a las cuales quizá les toque alguna especie de aguinaldo, según lo que sus propios jefes quieran darles, pero habrá otras personas que tendrán que conformarse con una felicitación —y a veces ni eso—.

Hay que tener en cuenta que, en este grupo, están no solo los que trabajan en el comercio informal, también estarían muchos profesores de escuelas particulares, prestadores de servicios por temporada, empleados domésticos, y toda una gama amplísima de profesiones que lo mismo pueden implicar a personas con educación básica que a profesionistas universitarios.

Luego están los que trabajan en el sector formal, cuyos derechos, como en este caso el aguinaldo, están reglamentados por ley. Pero resulta que México es un país cuyo mercado laboral es sumamente disfuncional, con una economía que no crece, al igual que el salario mínimo, y donde la más reciente reforma laboral aprobada el sexenio pasado favorece a los patrones en detrimento de los trabajadores, por lo que en muchas ocasiones los aguinaldos resultan ser a veces modestos, en otros casos raquíticos, y en algunos más hasta risibles —aguinaldos de 500 pesos o menos—. Muchos de nosotros tendremos que sacar dinero de ahí, no solo para la cena o los regalos —en caso de que nos podamos dar ese gusto—, sino que habrá que hacer maravillas para que podamos estirarlo de tal forma que paguemos impuestos, colegiaturas, útiles escolares, y cualquier otra necesidad que nos asalte a la vuelta del mes.

Claro que, como mencionamos antes, hay excepciones. Una de esas excepciones es el caso de nuestra clase política. Los servidores públicos, particularmente los de mayor jerarquía, se darán esta temporada aguinaldos que en muchos casos superan los cientos de miles de pesos, además de un montón de prebendas como bonos, vales, regalos, y otros agasajos que saldrán directamente de nuestros bolsillos.

Si aplicamos a lo anterior, el principio expuesto de que la política se entiende como quién recibe qué, cuándo y cómo, resulta entonces que nuestro sistema político democrático, federalista, y cuya Constitución alardea de velar por el interés de las mayorías sin excluir a nadie, funciona mejor para los que más poder tienen, quienes puntualmente y en primera instancia reciben los mayores beneficios, sirviéndose con la cuchara grande, mientras que al resto de la población nos dejan las migajas del gran banquete que se dan a costa de nuestros impuestos y recursos. 

Al final de cuentas uno tratará de pasar estas fechas lo mejor posible, disfrutar el calor de los seres queridos que tengamos cerca, hacer buenos propósitos, y todo lo que es propio de esta temporada; aunque en el gran festín del reparto de la riqueza en México a unos cuantos les toque aguinaldo, a otros colación, y a otros más las gracias por haber participado.

 

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7. 

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Fundadora y directora editorial del portal de noticias Ángulo 7. A los 14 años decidió que quería dedicarse al periodismo. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana de Puebla. Fue becada...