Beneficiario del modelo salinista neoliberal de construcción de una plutocracia funcional a los intereses del Estado como contratista de la obra pública, el inversionista y especulador Carlos Slim Helú nunca tuvo capacidad para utilizar la voz de su riqueza a favor de sus ideas político-económico-empresariales.

El lunes pasado se escuchó la palabra de uno de los principales contratistas del Gobierno, dueño de un consorcio que catapultó la entrega tramposa de Teléfonos de México que hizo Carlos Salinas de Gortari en 1990, pero como siempre apenas unos pocos voltearon a ver hacia la conferencia de Slim.

En sus estudios sobre el sistema político mexicano, Enrique Krauze descubrió un detalle significativo en la configuración y funcionamiento de los poderes público y privado dentro del Estado mexicano: la autoridad presidencial determinaba el valor político de los sectores y había puesto siempre un límite muy claro para que los titulares de los sectores corporativos se dedicarán a lo suyo y no pensarán en conquistar el poder presidencial.

Fidel Velázquez entendió la lógica del sistema y nunca, ni por equivocación ni sentido del humor, habló de su posibilidad de ser presidente de la República en un Estado de enfoque obrero, pero que había –descubrimiento del politólogo Arnaldo Córdova– organizado a los trabajadores como masa subordinada a la burocracia del Estado y no como clase proletaria; en cambio, Vicente Lombardo Toledano, el fundador de la CTM cardenista, se movió en el espacio político para aspirar a la presidencia de la República y fue literalmente destruido.

Slim tuvo asignado un papel muy preciso por la estrategia neoliberal del presidente Salinas de Gortari: construir una plutocracia de empresarios que se beneficiarían de la privatización de las empresas públicas propiedad de la nación, pero a condición de apuntalar el proyecto neoliberal conducido por el Estado y no buscar, en ninguna circunstancia, el poder político directo.

Beneficiario del salinismo como decisión de Estado, Slim transitó los sexenios de Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto como empresario dedicado a los negocios y con habilidad para catapultar el poder de Telmex en otras áreas de especialización empresarial y convertirse en el hombre más rico de México y entrando y saliendo a la lista de los diez hombres más ricos del mundo.

Hoy Slim posee una fortuna superior a 100 mil millones de dólares, pero se le ve agitado y nervioso corriendo a cada llamado que le hacen de Palacio Nacional para revisar los contratos de obras públicas que dependen de recursos presupuestales del Estado, sin que se le pida, también ni por equivocación, alguna opinión estratégica sobre el rumbo de la República o la reconsolidación del Estado.

La conferencia de prensa del lunes mostró a un contratista multimillonario dando opiniones sobre lo que piensa de algunos problemas del país, y de entre todas sus declaraciones destacó su rechazo a la participación de los militares en la obra pública, pero más temprano que tarde recibió una reprimenda desde Palacio Nacional: dedicarse a sus negocios y sus contratos y no querer usar el peso mediático de su nombre –que carece de alguna significación en la correlación de fuerzas políticas nacionales– sólo para conseguir más contratos y no para de escuchar la voz del Fidel Velázquez de los negocios: una figura del Estado, del régimen y del partido de poder en turno.

A lo largo de su vida como empresario beneficiario de decisiones de poder político de presidentes de la República, Slim nunca tuvo –ni tendrá– influencia alguna en la definición de los caminos políticos del sistema/régimen/Estado y siempre se le seguirá viendo como un beneficiario del contratismo gubernamental en tanto que posee la infraestructura empresarial para cumplir con los requerimientos necesarios en obras públicas, pero el empresario se ha cuidado de mantener separados sus negocios que no pasan por el Estado. Sólo en 2002 dejó entrever la tentación de buscar la candidatura presidencial en 2006, pero muy pronto se dio cuenta que la estructura de seguridad política del Estado nunca le iba a permitir entrarle a una competencia, además de que comprobó que una cosa es ser el más rico yo otra tener una figura de poder político que tendría que pasar por el sacrificio de su riqueza personal.

Lo único que quedó claro en la conferencia de prensa de lunes pasado es que el contratista Slim está enojado por la competencia del sector constructor militar. Pero nada más.

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Política para dummies: el poder político es indivisible.

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Periodista desde 1972, Mtro. en Ciencias Políticas (BUAP), autor de la columna “Indicador Político” desde 1990. Director de la Revista Indicador Político. Ha sido profesor universitario y coordinador...