El concepto de autonomía surge en términos dialécticos entre la libertad ética (auto obligarse a una norma) y límite. Hoy día la democracia directa (autogobierno) es inviable en el sentido de que todos gobiernan ya son gobernados a la vez porque la extensión territorial del gobierno es grande. En este caso debe pretenderse muy poca democracia directa porque la “extensión” del autogobierno requerido es ya tal, que admite sólo una interpretación metafórica del concepto. Autogobierno no significa ya, en este punto, gobernarse por sí, sino más bien ser gobernado de cerca más que de lejos; es decir, que el concepto de autogobierno mantiene todavía un significado concreto en antítesis a “centralización”.
Hoy día las democracias no indican democracias que se autogobiernan, sino formas de democracia representativa en las que somos gobernados por interpósitas personas. Si aplicamos lo anterior a la noción de autonomía universitaria veremos que la noción varía en función de lo que entendamos por autonomía y universidad y en qué circunstancias. No será la misma noción si se aplica a la universidad en 1956 cuando albergaba cientos de universitarios en un área localizada en el centro histórico de Puebla que cuando alberga a decenas de miles en todo el territorio del estado de Puebla. Hablar de una autonomía perenne que se concibió desde 1956 en la entonces Universidad de Puebla debe discutirse y reformularse en 2024.
Si asociamos la noción de autonomía con el criterio laico veremos cómo la noción se ha politizado y juridizado. El criterio laico surge con la doctrina de las dos espadas en el siglo IV que sirvió para definir la autonomía de la autoridad papal con respecto a la del monarca. La autonomía surge por una necesidad política de la separación de poderes. La autonomía es fundada en principios teológicos y, por lo tanto, se adecúa a la visión cristiana del mundo, pero marcada por dos luchas ideológicas; la primera entre el papado y el imperio y después entre el catolicismo y el protestantismo. En los dos casos el discurso sobre la autonomía se configura a partir de Platón y Aristóteles y es un discurso que conjunta indisolublemente lo ético con lo político. La ética ha variado, ha pasado por los perfiles naturalista, psicologísta, teológico y juridizada que debate el problema del “bien” en nombre de lo que es “justo”, invocando la justicia y las leyes. La doctrina del derecho natural, en sus sucesivas fases y versiones, resume bastante bien esta amalgama de normativa jurídica y de normativa moral. En todos estos sentidos, y también en otros, la política no se configura en su especificidad y autonomía hasta Maquiavelo.
La autonomía de la universidad
Cuando hablamos de la autonomía de la universidad, el concepto de autonomía no debe entenderse en sentido absoluto, sino más bien relativo. Hay que partir de que la universidad es diferente. Afirmar que la universidad es diferente equivale a poner una condición necesaria, no todavía una condición suficiente (de la autonomía). A pesar de ello, toda la continuidad del discurso queda estrechamente condicionada por este punto de partida. ¿Diferente de qué? ¿De qué modo? ¿Hasta qué punto?
La universidad se diferencia de la moral y de la religión. Es ésta una primera y nítida separación y diferenciación. La moralidad y la religión son, ciertamente, ingredientes fundamentales de la cultura y la política; pero a título de instrumentos.
Sin embargo, hay un problema que hay que resolver de antemano: no existe una teoría de la universidad. Es necesario hacerla y quienes deben hacerla son los propios universitarios. La teoría sobre la universidad no se debe limitar a señalar la diferencia entre la universidad, la política y la moral; es necesario partir de una vigorosa afirmación de su autonomía: la universidad debe tener sus leyes, leyes que el universitario “debe” aplicar. La teoría universitaria debe constituirse no con la deducción sino con la abducción. Observando el “mundo real” y explicarse con lo que ocurre en el mundo de la economía, la política y la cultura. Su identidad es el cambio permanente porque cambian las ciencias que explican los fenómenos tanto naturales como sociales y que además cuentan con un instrumento como la Internet. La teoría de la universidad no debe construirse solo con valores sino, con los resultados de la investigación científica y con la forma de hacerlo: el método científico. La teoría debe construirse a dos voces; una la ciencia y otra la filosofía.
La autonomía de la universidad con respecto al Estado (política) presupone otras diferencias: la de la esfera económica y cultural. La autonomía universitaria debe ir unida a la democratización de la política y encontrar en esta referencia tanto su fuerza como su límite. Su fuerza porque la verticalidad democrática se caracteriza por un desenvolvimiento ascendente, de tal modo que los sistemas de democracia política resultan sistemas que típicamente reflejan y reciben las demandas que salen de abajo. Su límite, porque este hilo explicativo se caracteriza por una verticalidad descendente, por el predominio de órdenes que descienden.
En estos momentos puede apreciarse que la polémica sobre la identidad y también sobre la autonomía de la universidad no puede ser más abierta. Un hecho es indudable: la ubicuidad y por lo tanto la difusión de la universidad en el mundo con temporáneo. Este hecho puede ser interpretado de distintas maneras. Puede respaldar la tesis que reduce la universidad a otra cosa, subordinándola de distintas maneras al sistema social y a las fuerzas económicas o políticas; es la tesis de la heteronomía, pero también, en su forma extrema, de la negación de la universidad. O bien puede valorar la tesis opuesta, la que observa que el mundo jamás ha estado tan “politizado” como hoy. En medio de estas dos tesis opuestas, se sitúan las incertidumbres de identificabilidad, la dificultad de ubicar la universidad. A esta dificultad se puede vincular una tercera tesis; la que ve en la dilución, y por lo tanto en la pérdida de fuerza de la universidad, un eclipse de la universidad (pero no su heteronomía).
En estas circunstancias se pueden plantear tres tesis: extinción, eclipse o triunfo de la universidad. Toca a los universitarios iniciar cuanto antes discutir en torno al concepto de autonomía y socializar al resto de la población y persuadirlos de la necesidad de evitar que continue el eclipse que llevaría a la extinción de la universidad y, por el contrario, acompañe a los universitarios hacia su consolidación y triunfo.
Para ello no basta con reformar la estructura académica (planes y programas de estudio) sino llevar a cabo una radical trasformación de su estructura política-burocrática.
Con los aires que corren de reformas y trasformaciones en la sociedad mexicana el tiempo es corto.
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