El 12 de octubre de 1492 desembarcan los tres navíos de Cristóbal Colón en la isla Guanahaní (Bahamas). La fecha es conocida por la historiografía tradicional como el comienzo de la colonización del continente (hoy llamado América) por los europeos.
Alrededor de esta fecha se produjeron grandes cambios en las distintas lenguas e idiomas del mundo y con ello una trasformación significativa en las nociones del tiempo y espacio y es así que se dota de nuevo significado a los conceptos de “viejo mundo” y “nuevo mundo”.
Los Reyes Católicos, casi simultáneamente, derrotan a musulmanes después de casi 800 años de dominio islámico en la península ibérica y firman el Edicto de Granada (vigente hasta el año 1969) con el que se expulsa a los judíos sefardíes de España. Se estima que fueron exiliados entre 150 mil y 200 mil judíos. Se imprime la primera copia de la Torá.
En el mundo de la ciencia y la política se suceden varios acontecimientos significativos. El 25 de julio, en Roma fallece el papa Inocencio VIII tras un intento fallido de transfusión de sangre vía oral usando la sangre de tres niños de diez años de edad quienes también murieron por choque hemorrágico; esta es la primera trasfusión registrada en la historia. Semanas después -el 11 de agosto- el cardenal español Rodrigo de Borja es elegido papa, tomando el nombre de Alejandro VI. El 3 de septiembre: Francia e Inglaterra firman la paz mediante el tratado de Étaples.
Todo lo anterior ocurrió previo al desembarco de los tres navíos de Cristóbal Colón -el 12 de octubre- en la isla Guanahaní (Bahamas). El hecho será conocido por la historiografía tradicional como el descubrimiento de América, que marca el comienzo de la colonización del continente por los europeos.
Es por esta época que se empieza a tener conciencia de la necesidad de defender el principio de autonomía de la ciencia con respecto a la ideología, aunque esta liberación del mundo de los valores, ha encontrado obstáculos varios. Conocemos bien esta parte de la historia: Copérnico (1473-1543) se atrevió a publicar los resultados de sus observaciones y cálculos que abogaban a favor de una concepción heliocéntrica del mundo, superando el temor a enfrentarse a la jerarquía religiosa; Giordano Bruno (1548-1600) pereció en las llamas por haber afirmado que el universo es infinito y no tiene centro; Galileo que se vio obligado a renegar, aun cuando estaba convencido de la verdad de aquello que expresaba.
Un movimiento tan poderoso no dejó indemne el conocimiento del mundo humano. Durante el siglo de Galileo (1564-1642), Spinoza (1632-1677) llevó el debate entre los humanistas hasta el terreno más peligroso que existía, el de la interpretación de la Biblia. Oponiéndose a las escuelas exegéticas tradicionales que sostenían con seguridad que la Biblia decía en todo y por todos lados la doctrina cristiana oficial, Spinoza reclamaba la introducción, también en ese terreno, de un nuevo método de investigación. ¿En qué debía consistir? «Para abreviar, resumiré este método diciendo que no se diferencia en nada de aquel que seguimos en la interpretación de la Naturaleza, sino que concuerda en todo con el mismo.» (Tratado de teología política) Esto quiere decir que esta interpretación renuncia a las instrucciones sobre lo que debe ser el sentido del texto bíblico, renuncia por lo tanto a servirse de una verdad preestablecida como medio de análisis; y que se contenta con recoger informaciones imparciales acerca del sentido de las palabras en la época de la creación del libro, acerca de las circunstancias históricas en las que esa creación tuvo lugar, acerca de las relaciones que se establecen entre los distintos pasajes del mismo libro. En vez de servirse de la «verdad» doctrinal para iluminar el sentido de los pasajes oscuros y tender a la edificación de los creyentes, Spinoza quiere utilizar el método de los naturalistas —la observación y el razonamiento— para buscar la verdad del texto; la edificación de los fieles ya no forma parte de sus preocupaciones manifiestas. El objetivo del conocimiento es la verdad, no el bien.
La intervención de la ideología (encarnada en 1492 por la ortodoxia católica) resulta perjudicial, en cada caso, para el progreso del conocimiento; recíprocamente, la ciencia avanza tanto más rápidamente cuanto más desembarazada se halla de la tutela religiosa y se somete únicamente a sus propias reglas: la observación empírica y el razonamiento lógico.
Con la excepción de algunos escasos momentos de oscurantismo militante, la libertad de las ciencias naturales parece haberse vuelto, desde la época de Galileo, un principio generalmente admitido. La explicación de este hecho es muy simple: es así como las ciencias más rápidamente progresan, y conducen a resultados prácticos que sirven a los pueblos. Ese principio está hoy presente en la cultura laica del pueblo mexicano.
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