I
Una botella de mezcal no es suficiente para relegar lo que cuesta tanto trabajo decidir olvidar.
No es que la memoria no haga su trabajo cabalmente, lo que sucede es que hay olvidos que son consecuencia de la voluntad; y si no hay la intención decidida a proceder con el borrado de algún recuerdo, simple y sencillamente la memoria no hace su trabajo.
No hay alcohol adecuado ni sustancia, que alcance a mandar a la “papelera de reciclaje” algún recuerdo significativo, por alguna cuestión, algo de nosotros se resiste a desprenderse de ello.
Resignados a no olvidar, aceptamos, a costa de nuestra salud y honra, a incrementar el pesado baúl que traemos a cuestas.
Vamos por las calles como Atlas, cargando sobre nuestros hombros toneladas de remembranzas, alusiones, suposiciones y muchas, muchas expectativas.
II
Mira la fotografía que trae consigo en su teléfono móvil y parece como si en cada vistazo el grado de alcohol en su sangre se diluyera.
No es una instantánea cualquiera, es la imagen que captó el momento preciso de mayor dicha; de su felicidad.
Su cabello frondoso, tan largo que culminaba poco antes de llegar a la cintura, lucía en todo su esplendor.
Sus aperlados ojos brillaban más de lo normal.
Él la tomaba de la cintura, como si con ello sus dedos de la mano izquierda se hicieran una sola pieza con los abdominales bien marcados en su tez clara.
Si la imagen sufriera algún desgaste cada vez que la mira, seguramente ya sería polvo o solo viviría en el recuerdo de aquel obsesionado enamorado.
III
Un poco menos de miradas a las que acapara la fotografía, suma el poema que le escribió hace poco.
Sabe que ella no lo leerá, que su amielada mirada desconocerá cada frase de aquel pedazo de su alma, pero lo lee y lee, como si con cada repaso se acortara la distancia entre los versos y aquellos hermosos ojos que le siguen esclavizando.
jódeme la vida a besos / querubín endemoniado / jódeme porque la perdición me es insabora / igual que la noche y la madrugada / jódeme sin remordimiento / sin hacer caso a las normas / ni a las buenas voces / jódeme en donde más me duela / para que aprenda la lección / para que no confíe en el amor ni en el bien / jódeme hasta la blasfemia / despacio y lento / que la muerte me sepa
— ¡Jódeme, maldita sea! ¡Jódeme hasta el cansancio, pero vuelve! ¡Jódeme, pero ya, quita con tu presencia este detestable sentimiento! Dice para sí, a la par que un caballito doble de mezcal es insuficiente para apagar la lava que le quema el fondo del estómago.
IV
“…eres tan jodidamente especial / pero soy un cretino / soy un bicho raro / ¿qué demonios estoy haciendo aquí?…”, son las notas de Creep con Radiohead que se escuchan al fondo del oscuro bar en la modernizada rocola.
Han transcurrido veinticuatro horas desde que llegó al tugurio, pero no se ha dado cuenta.
Intenta levantarse de la mesa rústica, pero llegó al punto exacto en que las piernas no obedecen.
Casi a punto de caer decide quedarse en la rústica mesa.
Semiacostado duerme, ronca, el cansancio hizo de las suyas como lo quería hacer desde hace mucho.
Descansa tan plácidamente que está totalmente ajeno a todo lo que sucede a su alrededor.
V
Un fuerte dolor de cabeza lo despierta.
Mira para todos lados, no reconoce el lugar.
Se pregunta, mientras se mira las manos, la ropa, los zapatos: — ¿dónde estoy?, ¿quién soy?
Extrañado, consternado, más bien preocupado no encuentra respuesta.
Lo ha olvidado todo.
Sí, después de un gran esfuerzo confirma que hubo una especie de reseteo.
VI
Descalzo, sin cartera, ni teléfono móvil, que algún “acomedido” seguramente le robó hace mucho tiempo, deambula ahora por las calles sin rumbo.
En efecto, después de varios meses ha confirmado que, olvidó todo, menos una mirada color miel que le sigue atormentando, de alguien que desconoce quién sea, pero que le sigue jodiendo sin piedad.
Abel Pérez Rojas ([email protected]) es escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta
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