Como es del conocimiento público, el presidente de la República Andrés Manuel López Obrador
frenó de golpe las veleidades intervencionistas del embajador estadounidense Ken Salazar (en las
que manifestaba su preocupación por la reforma al poder judicial, arguyendo que esto podía
afectar las relaciones de México con su país), señalando que, “si bien no se trata de una ruptura
con el Gobierno de Joe Biden, las relaciones se restituirán hasta que Washington dé muestras de
que respetará la soberanía de México”. Y agregó : “Pausar significa que vamos a darnos nuestro
tiempo”, expresó en conferencia de prensa. “¿Cómo le vamos a permitir al embajador que él
opine que está mal lo que estamos haciendo? No vamos a decirle que abandone el país, eso no,
pero sí le tenemos que leer la Constitución, que es como leerle la cartilla” (Vid. El País, 27 de
agosto de 2024).
Al día siguiente la embajada norteamericana envió una nota diplomática en la que comentaba
que Estados Unidos era respetuoso de la soberanía de México. Aunque se reiteraba la
preocupación de los Estados Unidos por la reforma judicial, atenuó de manera notable el tono
soberbio del embajador Salazar.
Si bien la postura enérgica de AMLO sorprendió a propios y extraños, lo cierto es que la mayoría
de los medios de comunicación no le dio el realce que merecía. Me refiero, desde luego, a los
monopolios televisivos y radiofónicos, lo cual no es sorprender, tomando en cuenta sus vínculos
con los sectores derechistas más recalcitrantes del país (encabezados por Claudio X. González,
Ricardo Salinas Pliego y anexas).
El actual Jefe del Ejecutivo, sin duda, conoce muy bien la historia de las humillaciones que los
Estados Unidos le han asestado a México en el campo de las relaciones diplomáticas, mismas que
lejos de haber provocado reacciones de protestas en los gobiernos emanados de la Revolución,
por el contrario, las silenciaron, y en no pocos casos las encubrieron de manera grotesca. En su
célebre libro Ayer en México, John W.F. Dulles, nos narra cómo el entonces Presidente Álvaro
Obregón se esforzó por no hacer públicas las concesiones que le brindó al gobierno a los Estados
Unidos en los Tratados de Bucareli (firmados el 22 de agosto de 1923), todo con el propósito de
que este país reanudara sus relaciones con nuestro país. Escribe Dulles : “De conformidad con lo
anterior, el gobierno mexicano informó a su pueblo que las relaciones diplomáticas entre los
Estados Unidos y México se reanudarían después de una interrupción de más de tres años, y
agregó que este reconocimiento no había sido el resultado de ningún acuerdo o compromiso que
fuera contra las leyes de la nación o en detrimento de su dignidad (sic). El 31 de agosto las
campanas repicaron en la ciudad de México para celebrar el suceso” (Vid. Ayer en México, Fondo
de Cultura Económica, 1982, pág, 160).
No disponemos del suficiente espacio para comentar el contenido de los tratados de referencia.
Baste mencionar, por el momento, que los mismos significaron para México un verdadero despojo
económico, y una brutal humillación política. Pero en lugar de actuar con dignidad, el gobierno los
ocultó, llegando al cinismo ¡de involucrar a la iglesia católica para celebrarlos!
Sin duda el embajador Ken Salazar creyó que el gobierno de AMLO continuaría con la misma tónica, pero se equivocó de palmo a palmo. Obviamente, no queremos decir con esto que la
declaración mencionada sea suficiente para cerrar las puertas al descarado intervencionismo de
los Estados Unidos en nuestro país (está por aclarar, por ejemplo, qué es lo que sucedió con la
aprehensión del “Mayo” Zambada), pero a nuestro parecer constituye un avance sumamente
importante. ¿Quién diablos le permite al embajador meterse en los asuntos internos de México,
entrometiéndose en la defensa del Poder Judicial, que, como dice Alejandro Páez, es “el más
corrupto, antinacional, déspota, antipopular, poco solidario, acomodaticio, antidemocrático,
agachón con los poderes de facto, y aliado del panismo más hipócrita” (Vid. Sin Embargo, 25 de
agosto de 2024).
Al taparle la boca al embajador Ken Salazar, de algún modo AMLO le recuerda a los Estados
Unidos los principios diplomáticos que durante tanto tiempo enarboló, los cuales se
caracterizaban por el no intervencionismo. Tal como escribe Kissinger en su libro La Diplomacia,
“el equilibrio preciso entre los elementos morales y los estratégicos de la política norteamericana
no se pude prescribir en abstracto…El principio de la sabiduría consiste en reconocer que se debe
llegar a un equilibrio. Por muy poderosos que sean los Estados Unidos, ningún país tiene capacidad
para imponer sus preferencias al resto de la humanidad”. Y agrega : “En el mundo posterior a la
Guerra Fría, el idealismo norteamericano necesita la moderación del análisis geopolítico para
abrirse paso por el laberinto de las nuevas complejidades (Vid. |La Diplomacia, Fondo de cultura
Económica, 2001, págs. 809, 810).
El embajador Salazar debería analizar esas reflexiones, elaboradas por un personaje que no fue
precisamente un santo en la política exterior de Norteamérica.
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