Juan Pablo Torres Barrera Por: Juan Pablo Torres Barrera

Mencionar Ayotzinapa es hablar de injusticia, crimen de estado e impunidad. A diez años de la noche del 26 de septiembre, las familias de los 43 estudiantes siguen esperando verdad y justicia. Pero hablar de Ayotzinapa también es hablar de rabia, dignidad y memoria. Es por esto por lo que distintos artistas han retomado esta tragedia de la historia mexicana reciente para señalar los hechos, visibilizar a las víctimas, denunciar la complicidad y corrupción de las autoridades, a través de obras que tienen como fin luchar contra la indiferencia y el olvido.

Vivas Digresiones Ayotzinapa de José Valderrama es una exposición que se inserta a esta tradición. Está ubicada en el Auditorio Abierto (frente a la cafetería) de la Ibero Puebla. La pieza consiste en una intervención del espacio a través de ladrillos, cordones y cables de acero que crean una conexión entre el suelo y el techo. Pero en medio, lo que más llama la atención del espectador son unas vigas de madera con los rostros, los nombres, las edades y dibujos que representan los intereses de los estudiantes.

Más que recordar, esta pieza tiene como tema principal la memoria. Aunque no lo parezca, existen ligeras diferencias, pues la memoria implica que los eventos y sentimientos nunca han sido olvidados. No tiene como fin revelar datos históricos, sino evocar emociones, conmovernos y mostrarnos aquello que no debemos dejar ir. Por lo tanto, Vivas Digresiones Ayotzinapa más que ser un espacio para el recuerdo, es una isla de resistencia frente al olvido. No hay que dejar pasar que el olvido, también es una postura política que evita la rendición de cuentas, como lo ha demostrado las distintas investigaciones del gobierno de México, en las que sea criminalizado a los estudiantes, revictimizado a sus familiares y exonerado al ejército.

Como bien lo indica el título, la obra es una digresión, no solo del espacio físico, en donde a través de la estructura se ocupa un lugar vacío para visualizar la ausencia y la desaparición de los estudiantes, sino también de las vigas, que producen una acción paralela. Además de revelar sus rostros y sus nombres, hay dibujos que invitan al espectador a reflexionar pues nos cuentan un poco sobre su vida y los intereses de los estudiantes. Este gesto hace que simpaticemos con ellos. Nos conmueve saber sus gustos y conocerlos más allá de su tragedia, porque tanto sus retratos como los dibujos nos recuerdan que no eran más que niños con sueños y planes por cumplir, que les fueron arrebatados por el estado. Todos estos elementos, en su conjunto, forman una representación táctil de la memoria, de aquellos detalles que no estamos dispuestos a olvidar.

La mitad de una obra de arte es entender el contexto en el que está expuesta. La instalación invita a los alumnos, profesores y personal administrativo a acercarse y explorar las vigas, para conmoverse, hacerse preguntas y entender lo que aquellos rostros en madera representan. No obstante, Vivas Digresiones Ayotzinapa se encuentra en la Ibero Puebla, es decir, en una universidad del sistema jesuita. Esta congregación ha acompañado a los padres y madres de los estudiantes en distintas manifestaciones, los ha escuchado y ha mantenido un profundo compromiso con las víctimas, como es el caso de Luis Orlando Pérez Jiménez, S.J. Por lo tanto, al estar en una universidad que se caracteriza por su defensa a los derechos humanos, la obra se alinea con el compromiso y la justicia social que defiende la Compañía de Jesús.

En suma, Vivas Digresiones Ayotzinapa es una instalación dedicada a la memoria que lucha contra el olvido político, que nos recuerda que los estudiantes más allá de ser el símbolo de los desparecidos en México eran jóvenes, casi niños, con toda una vida por delante, con aficiones y miedos. Invita a sus espectadores a recordar que a diez años de la noche del 26 de septiembre sigue sin haber verdad y justicia, y hasta que ese día llegue, no deben faltar la rabia y la memoria. Ni perdón ni olvido.

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