Leopoldo Díaz Mortera
El senado aprueba la Reforma Judicial
“Ganaron los buenos”, sí, entre comillas. Porque la historia la escriben los ganadores, y los que ganan controlan y construyen las narrativas para convencernos de que son los buenos y tienen buenas intenciones. El mal no siempre es una pesada oscuridad que sumerge al mundo en la penumbra, a veces sólo es una acumulación de sombras que se ciernen sobre la tenue luz de la esperanza, Hannah Arendt, filósofa que acuñó el término de la banalidad del mal escribió que «Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras.»
El Senado de la República aprobó la Reforma Judicial en el marco de la conmemoración de la caída de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001 y el golpe de estado en Chile, el 11 de septiembre de 1973, paradójicamente genera una incertidumbre que recuerda a la conmoción de hace 23 y 51 años respectivamente, esa mezcla de temor y preocupación que provoca la certeza de que el mundo se adentra en un incierto porvenir y no por la reforma en sí misma sino por la manera en la que se ha estado haciendo política, con aprobaciones sin discusión, con una represión similar a la de sexenios anteriores, con senadores que se descalifican mutuamente sin llevar a la mesa los temas urgentes que importan a la población, ¿Cómo hablamos de justicia sin escuchar a las víctimas de este país?
En un país donde la justicia es prácticamente inaccesible con un nivel de impunidad de más del 98 por ciento por el colapso de las fiscalías, la insuficiencia de jueces, el desbordamiento de las violencias y la gobernanza criminal, se suman los feminicidios, las desapariciones, el aumento de la pobreza, la crisis económica, entre otras crisis sociales y civilizatorias como la climática o las sanitarias por el COVID que permanece y el MPOX que cobra relevancia, por lo que es fácil aprovecharse de una sociedad agitada y convulsa que puede ser manipulada por el aturdimiento y la inestabilidad imperante.
Esta situación recuerda a los mitos y tragedias griegas como Edipo Rey de Sófocles, cuyo camino está marcado y es inevitable, «A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo», escribió La Fontaine. Por eso el mal no cae como un tsunami, sino que es esa pequeña y constante gota de agua que puede desgastar las piedras si no hay una fuerza externa que se lo impida.
La prisa con la que se mueve la aprobación de esta reforma, la falta de diálogo con los diversos sectores de la sociedad que se han pronunciado, tanto desde la sociedad civil como en las universidades, o el cuestionable y polémico voto de Yunes que El País, entre otros medios, apuntan a un pacto para desaparecer las averiguaciones penales en su contra poniendo en evidencia que los discursos del pueblo sabio y bueno sólo valen si sirven para justificar los caprichos y están a favor de la agenda oficial, de otra manera el pueblo no sabe y por eso otros tienen que decidir por ellos lo que les conviene. Ante la enorme cantidad de desinformación y la polarización respecto a los beneficios y peligros que puede tener la nueva reforma, las palabras de Arendt cobran más sentido, pues un pueblo que ya no distingue entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y con gente así, puedes hacer lo que quieras.
Ante la conmoción por las crisis reales y artificiales (las inventadas), la escritora Naomi Klein propone que busquemos información fidedigna, tratemos de saber qué está pasando y por qué, el estado de agitación y las crisis son pasajeras por lo que la conmoción se combate con información, de esta manera enfrentamos las situaciones y tomamos mejores decisiones. A veces, puede parecernos que el mal está ganando y se impone, llevándonos de la desesperación a la indiferencia, porque parece que las cosas no cambian, que siempre pierden los buenos, pero la realidad es que cuando sumamos voluntades, pequeños cambios hacen la diferencia, pero solo puede cambiarse lo que se entiende, por eso una consciencia adormecida esclaviza, pero una consciencia despierta libera.
El autor es académico de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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