I
Los rayos del sol transforman lo gris en algo menos sombrío y lo claro en luminosidad. Una vez más, esta afirmación se confirma con el amarillento papel sobre la lápida de concreto frío; el haz de luz genera la ilusión de que se trata de hojas recientes, no de desgastada celulosa de contrabando.
II
Después de leer los versos, no pudo contener las lágrimas. Pegó la misiva maltratada a su pecho y un suspiro logró contener el llanto amenazante, que anticipaba convertir el momento en un mar sobre su bello rostro. Se dijo para sí, como queriendo que sus palabras llegaran a ese lugar indeterminado: –¡Resiste, resiste…!
III
Medio año ha transcurrido sin recibir otra carta. De tanto repasar la última correspondencia, terminó por memorizar el poema.
quiero hacer un alto
las sendas delineadas
los callejones sin salida
las criaturas fantásticas paridas
escudriñaré con detenimiento
dónde comenzó la revuelta
en qué instante surgió la mutación verdadera
sé que corro el riesgo del pasmo
porque en algún momento
me veré de frente sin máscara alguna
sin pretexto
sin opción de ruptura
ni posibilidad de indulto
me internaré sin remedio en las vísceras de papel
en el torrente venoso de tinta
en el hálito poético que infunde vida
quiero leer cada una de mis creaciones
para discernir si hay auténtica poesía
o si solo fue un arrebato de soberbia
y otro tanto de patología
(Revisión. APR)
IV
Un mes después, llegó otro testimonio de vida. Al final, el sello distintivo de sus comunicaciones: un poema siempre remataba sus envíos.
es tan raro gozar la lluvia
como tantas cosas
atrapados deambulamos
código en dorso y pecho
serie interminable
la lluvia cae
nulo asombro
pese a la maravilla
que da vida
secos huimos
brinca y brinca la mente
salud en prenda
ausencia de lo básico
consecuencia del vacío
el ciego es monarca
el mudo príncipe
no soy cómplice
araré el desierto
brotará agua y fuego
(Araré. APR)
Después de leer el poema, casi gritó con llanto y alegría: –¡Sigue vivo! ¡No te quiebres!
V
En la celda de esa prisión que no aparece en los registros oficiales, aquella donde los habitantes son presos de conciencia, él prepara otra carta con otro poema en secreto. Solo él sabe que está al borde de la locura, a punto de ceder, de delatar a sus compañeros de lucha y de abandonarse a la vileza de sus torturadores.
Abel Pérez Rojas ([email protected]) escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta
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