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Los demonios de 1993-1994 volvieron a soltarse: hace 30 años, Manuel Camacho Solís pareció tener el beneplácito del presidente Salinas de Gortari para desarrollar lo que se llamó “la campaña contra la campaña” de Luis Donaldo Colosio; hoy, Marcelo Ebrard Casaubón, operador político de Camacho y de López Obrador, parece reproducir el mismo escenario: su regreso –aunque nunca se fue– a Morena pareció ser producto de un acuerdo político con el presidente de la República.

En ambos casos, Salinas y López Obrador han tenido el control directo de la operación política de sus propias sucesiones presidenciales; los tiempos políticos no se repiten de manera automática por la dinámica del desarrollo de las contradicciones políticas y de poder, pero Camacho y Ebrard han dejado entrever escenarios controlados por los presidentes salientes en turno.

En este contexto, la reacción inmediata de la virtual candidata morenista Claudia Sheinbaum Pardo y del operador político lopezobradorista Epigmenio Ibarra detuvieron en seco el ambiente que dejó Ebrard de estar creando un partido dentro del partido Morena, asumirse por sí mismo como la segunda fuerza política de la 4-T y anunciar su candidatura presidencial en 2030.

Si la candidata Sheinbaum comete el mismo error de Colosio y no da a conocer de manera pública el contenido de sus conversaciones-negociaciones-acuerdos en lo oscurito con Ebrard, entonces estaríamos ante un escenario en el que el presidente López Obrador pudiera estar estimulando a Ebrard con una campaña contra la campaña de Sheinbaum, dejando entrever que el excanciller podría ser la cuña del presidente saliente en el próximo sexenio para evitar autonomías del exjefa de gobierno ya en funciones de presidenta de la República.

Por razones interpretadas pero no claras, Salinas anunció el nombramiento de Camacho –el gran derrotado en la sucesión de noviembre de 1993– el día en que Colosio iniciaba de manera formal su campaña presidencial, dejando indicios de las prioridades presidenciales: el comisionado Camacho recibió más apoyos de Salinas que el candidato Colosio, aunque con la certeza de que no existían condiciones para que Salinas pudiera quitarle la candidatura a Colosio –aunque amenazó con hacerlo– y entregársela a Camacho, aunque en las pulsaciones de los juegos de poder el gran perdedor fue el candidato Colosio.

En esos meses de noviembre de 1993 a marzo de 1994, Ebrard funcionó como el eslabón clave de tipo político entre el presidente Salinas y el comisionado Camacho y fue uno de los pivotes para boicotear en medios de comunicación la campaña del candidato oficial Colosio. En esos meses, Ebrard fue el niño político consentido de Salinas –sucedáneo del quemado Joseph Marie Córdoba Montoya– por su capacidad para generar conflictos y distractores.

En su conferencia de prensa del pasado lunes 13, Ebrard presentó un escenario virtual en el que lo proyectaba como parte de un juego político planeado en el viejo modelo de “Andrés y yo” y los pocos datos que se tienen de su encuentro con Sheinbaum no dejaron buen sabor político por el estilo arrogante de Ebrard, comenzando con su lenguaje corporal.

La decisión de Ebrard de asumirse como segunda fuerza dentro de Morena, adelantar la configuración de un bloque legislativo de poder ebrardista y mencionar la próxima candidatura presidencial de 2030 como su objetivo desde Morena en la presidencia de Sheinbaum fue un mensaje contra la autoridad política de la virtual candidata de Morena, dejando en el ambiente la posible existencia –cuando menos en interpretación política histórica– de que vendrá un maximato político que decidiría la candidatura sucesoria después de Sheinbaum, algo que Salinas había previsto con Zedillo como sucesor de Colosio.

Ebrard es un experto en el juego malicioso del poder político; por eso estuvo manejando un clima de expectativas en los últimos seis días previos a su conferencia de prensa, dejando entrever conversaciones secretas no con Sheinbaum, sino con López Obrador, por lo que sus pronunciamientos clave en la conferencia del lunes pasado habrían estado salpicadas de sensaciones de acuerdo político directamente con el presidente de la República.

López Obrador tiene la suficiente fuerza política para poner a Sheinbaum y quitarla en el momento que quiera –si es que quiere– y nada pasaría si –como Salinas– se avienta el tiro de dos destapes presidenciales antes de la selección. Pero lo único que queda claro es que sin un desmentido directo Ebrard parecería tener el beneplácito presidencial para repetir el modelo salinista de una campaña contra la campaña oficial.

 

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Periodista desde 1972, Mtro. en Ciencias Políticas (BUAP), autor de la columna “Indicador Político” desde 1990. Director de la Revista Indicador Político. Ha sido profesor universitario y coordinador...