La tarea de la narrativa conocida como “Cuarta Trasformación (4T)” consiste en construir una historia aleccionadora y edificante cuya materia a examinar “a la luz del humanismo mexicano (la razón y la filosofía)” es el periodo de que va de 1810 a 2018 que incluye el decadente periodo neoliberal, y que culmina con la sublime apoteosis de 2018, identificada por el inicio de la 4T. La “mirada retrospectiva” que la 4T propone acerca de un poco más de dos siglos (208 años) tiene un fin práctico a la vez que intelectual: que la política marcha por la idea de transformación.

Habría, por tanto, que insistir en que el examen histórico contenido en la “4T” se basa en ciertas creencias: los acontecimientos o hechos históricos son encadenamientos de causa-efecto y son susceptibles de explicación y previsión racional gracias a que están sujetos a leyes: ¿cómo impedir que la luz que emanaba de las creencias populares penetrase a su vez en la conciencia histórica? La estatura histórica, entonces, podía ser alcanzada al identificar una ley o al enunciar un hecho general. A lo largo de ese pasado que la 4T menciona se encuentra la existencia de un hecho histórico, ni único ni excepcional, ni tampoco momentáneo, que está atrás de los eventos políticos: la idea de trasformación.

Después de más de tres décadas de política neoliberal (1982-2018) es imposible que aparezca súbitamente la voz del pueblo que como movido por un resorte, arrancarles la victoria electoral a sus poderosos enemigos. Tan importante acontecimiento fue preparado de antemano por un concurso de influencias lentas y sordas, pero reales y poderosas; el 2018 sería inexplicable de todo punto, y no sería ya un hecho histórico sino un romance fabuloso. ¿Cuáles fueron esas influencias insensibles cuya acción acumulada por el transcurso del tiempo, pudo en un momento oportuno luchar primero, y más tarde salir vencedora de resistencias que parecían incontrastables? Todas ellas pueden reducirse a una sola -pero formidable y decisiva- la revolución de las conciencias, caracterizada por la gradual decadencia de las doctrinas, y su progresiva sustitución; decadencia y sustitución que, marchando sin cesar y de continuo, acabaron por producir una transformación. La revolución de las conciencias es el hecho general indiscutible que se presenta a la vez como emancipación científica, religiosa y política, y que explica el conjunto de conflictos producidos.

En el discurso de la 4T la obra trasformadora, en su “triple venero”, la soberanía del pueblo, la construcción de una nueva república y la idea de un proceso encabezado por el movimiento de reconstrucción nacional (Morena), un movimiento popular que durante mucho tiempo parecía navegar sin brújula y sin norte; el pueblo, al través de mil escollos y de inmensas y obstinadas resistencias, fue caminando siempre en buen rumbo, hasta lograr el grandioso resultado que hoy palpamos, admirados y sorprendidos de nuestra propia obra: juntos estábamos haciendo historia.

El poder simbólico de la narrativa de la 4T radica en que formula una explicación del presente, con base en el pasado y una proyección para el futuro. De ahí que puedan distinguirse en él una proyección temporal casi cronológica que va de la época precuauhtémica a la Nueva República y estableciendo que entre ambas tres trasformaciones.

Esta división revela la importancia en que consistió establecer un diagnóstico del presente, revisando el pasado, para formular el remedio y superar la degradación causada por el neoliberalismo. Este remedio está hoy asociado al seguimiento de un itinerario que conducirá a México a marchar hacia adelante. Con ello quedan señaladas las dos características de la 4T para quien guía la permanencia del nuevo orden: debe saber la historia del humanismo mexicano para prevenir y explicar la historia como necesidad.

La narrativa de la 4T hace énfasis en una concepción racional de la historia cuando establece que la historia no debe verse como un conjunto de hechos incoherentes entregada al capricho de influencias providenciales, ni al azar de fortuitos accidentes. En estos momentos es necesario plantearse una pregunta ¿por qué insistir en la racionalidad de la historia? La respuesta es porque sus conclusiones tendrán así el apoyo del principio de racionalidad-crítica y no en fuerzas ajenas a la voluntad de los hombres, ni al capricho de unos cuantos ni, mucho menos, al azar.

El principio político de la soberanía popular, está claramente explicito en el texto constitucional. El artículo 39 expresa que “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.”

Los acontecimientos políticos en el mundo han propiciado la emergencia de nuevos valores políticos: la formulación del principio de la igualdad social y en la demarcación de los bandos. Así como la soberanía popular es contraria al derecho divino, la igualdad social es, incompatible con los privilegios de quienes los tienen. Con estos dos axiomas se encuentra en lo político, minado desde sus principios el edificio social que el neoliberalismo quería construir y que hoy pretende volver.

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