Para comprender los fenómenos humanos ¿es lícito mantener la oposición razón/pasiones? ¿En verdad es justo el sacrificio de las propias ‘pasiones’ en nombre de ideales? ¿Acaso los ideales no han sido el vehículo de infelicidad no motivada?

¿Es irracional obedecer el imperioso reclamo de los impulsos, rendirse a los deseos, abandonarse a estados de ánimo imprevisibles y contradictorios, renunciar a la libertad, a la conciencia y al autocontrol en beneficio de una autoconciencia más exigente que la conciencia? ¿Son razonables las estrategias elaboradas para extirpar, moderar o domesticar las pasiones? ¿Y paralelamente, para conseguir el dominio sobre nosotros mismos, volviendo coherente la inteligencia, constante la voluntad, fuerte el carácter?

¿Razón y pasiones son contradictorias? O más bien ambas forman parte de constelaciones de sentido teórica y culturalmente condicionadas. “Razón” y “pasiones” son términos prejuzgados, que es necesario habituarse a considerar como nociones correlativas y no obvias, que se definen recíprocamente (por contraste o por diferencia) sólo dentro de determinados horizontes conceptuales y de específicos parámetros valorativos. Las combinaciones y las configuraciones a que dan lugar son múltiples y variadas; sin embargo, todas están subordinadas a la naturaleza de los movimientos y a los mapas mentales de partida.

Que nos impediría pensar a las “pasiones” (emociones, sentimientos, deseos) como estados que no se añaden de un abstracto exterior a un grado cero de la supuesta conciencia indiferente, para enturbiarla y confundirla, sino que son constitutivos de la tonalidad de cualquier modo de ser físico y hasta de toda orientación cognitiva.

Por qué no concebir las pasiones como formas de comunicación tonalmente “acentuadas”, lenguajes corporales o actos expresivos que elaboran y transmiten, al mismo tiempo, mensajes orientados, modulados, articulados y graduables que dan sentido e intensidad a la comunicación.

En las últimas movilizaciones en México se ha podido observar como las pasiones han preparado, conservado, reelaborado y presentado los ‘significados reactivos’ más directamente atribuidos a personas, cosas y acontecimientos por los sujetos que los experimentan dentro de contextos determinados, cuyas formas y trasformaciones evidencian. Frente a ello aparecen las explicaciones razonables -a posteriori- las que establecen el objetivo y el alcance de la acción colectiva, y con ello, individualizar los objetos sobre los cuales irrumpir, midiendo el punto en que detener el ímpetu, dosificando la virulencia de actitudes disipativas.

La lucha política en México en los últimos años ha mostrado lo endeble que es la idea opositora de que de lado de MORENA existe una energía íntimamente opaca e inculta que hay que someter y disciplinar. Todo parece indicar que la pasión aparece como la luz-sombra de la razón misma, como una construcción de sentido y una actitud ya íntimamente revestida de una propia inteligencia y cultura, fruto de elaboraciones milenarias, y la razón (racionalidad-crítica) como manifestación, a su vez, ‘apasionada’, selectiva, cómplice de aquellas pasiones que han modelado la cultura mexicana.

Si se observa con cuidado descubrimos lo inadecuado del concepto de pasión entendida como mero enceguecimiento. De aquí que resulte ineficaz la demonización de la 4T y el consiguiente llamado al exorcismo.

Cabeza y corazón han encontrado en Morena su armonía lo que ha permitido enfocar y fundar la construcción de un movimiento político que inicia el camino de “reconstrucción” que es, más bien, la construcción de la conjunción de la razón-pasión. De aquí la inutilidad de la violencia para los nuevos propósitos, los nuevos horizontes éticos.

Con la conciencia de que los humanos construimos la historia, también nos hemos dado cuenta de la necesidad de construir las perspectivas de ella.

Pasado y futuro, tradición y proyección, nacional y universal, son los ingredientes más poderosos del humanismo mexicano.

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