Las elecciones presidenciales en México son un maratón de montaña de más de 42 km, pero hay políticos que se desgastan como si fuera la prueba reina de 100 metros y tiempos menores a 10 segundos. En este contexto, el adelantamiento de tiempos políticos no fue producto de temores o miedos presidenciales, sino una estrategia lopezobradorista para apostar al desgaste en las carreras de fondo.
La aparición de la senadora panista/no-panista Xóchitl Gálvez no fue un cisne negro que habría producido un mal cálculo presidencial, sino que por el contrario la centralidad de la exfuncionaria foxista en la atención sucesoria en Palacio Nacional fue una estrategia para adelantarle los tiempos a la oposición y hacer visible la nominación de una política y funcionaria que no estaba preparada para una competencia de alto nivel y de largo aliento.
En este contexto, el impulso a la precandidatura de la senadora Gálvez no fue un error estratégico del presidente López Obrador, sino una maniobra malintencionada para tomar el control de la designación del candidato de la coalición opositora, sea la propia Xóchitl o cualquiera de los otros precandidatos apuntados para una competencia en donde la senadora Gálvez es una carta cantada, marcada y determinada por los intereses del sector de la derecha no partidista que dominan la coalición opositora.
Aunque quisieran venderla como tal, la senadora Gálvez no es una reproducción del fenómeno político que representó Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 como parte de la ruptura hacia el interior del régimen priista, ni tampoco es una versión reciclada del Vicente Fox que se fijó de antemano la meta presidencial y la trabajó como una figura panista. Ni Cárdenas ni Fox compitieron por una candidatura, sino que fueron producto de circunstancias que construyeron las corrientes políticas a partir de la ruptura priista con la presidencia neoliberal de Miguel de la Madrid y el continuismo con Carlos Salinas de Gortari.
Los movimientos anticlimáticos de las corcholatas lopezobradoristas parecen formar parte de la misma estrategia presidencial de mover la figura de Xóchitl Gálvez vis a vis el presidente López Obrador que no es estrictamente candidato y que cuenta con suficiente aprobación como para desgastar a cualquier adversario, como se ha visto en la última semana y media en que la senadora Gálvez aparece agobiada sentimentalmente por sus confrontaciones por ella buscadas con el jefe del Ejecutivo federal.
La lucha de la senadora Gálvez por la candidatura presidencial del Frente Amplio opositor será en tres pistas: dentro de la misma coalición por favoritismos evidentes por parte de los sectores neoconservadores no partidistas –léase Claudio X., Coparmex, Episcopado mexicano y el bloque intelectual de Lorenzo Córdova Vianello representando los intereses del IFE/INE salinista y del Pacto por México de Peña Nieto–; en un segundo espacio, los tres partidos de la coalición se están quejando de favoritismo mediático que está anulando las reglas de competencia entre los aspirantes; y en tercer nivel, el bloque de intereses geopolíticos y de seguridad nacional que se mueven desde Washington y que no quieren otro Fox que funcione por la libre, sino que buscan un presidente o presidenta de México que entienda con claridad el papel de México en el equilibrio mundial.
La senadora Gálvez ha caído en la trampa de Palacio Nacional de debatir con el presidente de la República y no con Morena ni con sus precandidatos. En este escenario, las últimas declaraciones de Xóchitl muestran ya un cansancio por las confrontaciones presidenciales y al parecer un tope máximo en las expectativas del voto que hasta ahora no han puesto en riesgo la tendencia dominante de Morena.
La competencia por la candidatura opositora en las elecciones presidenciales es un juego de interés estratégico y no un asunto sentimental.
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Política para dummies: La política es la lucha por el poder.
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