El problema político y de liderazgo de Marcelo Ebrard Casaubón radica en los escenarios estratégicos que le salían muy bien a Manuel Camacho Solís en su vida en el escenario público: su dilema será satisfacer su carrera personal que siempre careció de alianzas a costa de fracturar al bloque gobernante o establecer un nuevo pacto para evitar que su disidencia le pueda dar oxígeno a la candidatura de la derecha de Xóchitl-Prianrede-Coparmex-Claudio X. González.
El historiador y poeta Enrique Márquez, que fue la conciencia intelectual de Camacho Solís, replanteó el sábado pasado en su artículo en El Universal el origen del punto de conflicto actual de Ebrard: la competencia por la candidatura presidencial de 2012, luego de que Ebrard había declinado su candidatura por el gobierno del DF en el 2000 a favor del tabasqueño y en el 2011 compitió dentro del PRD por la nominación presidencial.
Más que una figura de valor por sí mismo, Ebrard se presentó en el 2011 como una propuesta alternativa al radicalismo de López Obrador que había paralizado Paseo de la Reforma con campamentos que el propio Ebrard había financiado y fortalecido como jefe de gobierno. Los Chuchos, que habían tomado el control del PRD, no confiaban en Ebrard por su priismo salinista, pero tampoco deseaban que López Obrador fuera otra vez el candidato. Pero Jesús Ortega se había inscrito como precandidato a la Jefatura de Gobierno capitalino y necesitaba del aval del tabasqueño.
El misterio de las encuestas de 2011 lo despejó Márquez: Jesús Zambrano, hoy cola de ratón en el PRIANREDE del Señor X. y la derecha, le dijo entonces que aquel año “Ebrard despertaba mayores simpatías y tenía más probabilidades de crecimiento, por lo que una de las lecturas que podían hacerse era la de un empate técnico”.
Cuenta Márquez:
“De acuerdo con Zambrano, Marcelo le habría dicho a López Obrador, ‘Andrés: mira, en realidad, cualitativamente, las encuestas nos dan un empate en el mejor de los casos, aunque yo tengo mejores condiciones para hacer una campaña hacia afuera. ¿Por qué no nos damos dos meses y medio más de precampañas y en enero o febrero hacemos una nueva encuesta?’, a lo que Andrés Manuel, más acerado, incontenible y violento que una daga alemana replicó: ‘Marcelo yo te gané y yo voy a ser el candidato, si no es con el PRD yo voy a ser el candidato’”.
Como lo hacía con Camacho Solís y casi siempre era atendido, Márquez dijo el sábado que ayer domingo se reuniría con Marcelo y “seguramente habré de demandarle: y ahora que #EsClaudia, con todo lo que ello significa, ¿qué le vas a decir a la gente que está reclamando tu lealtad para que la salves de la mano de hierro que la asfixia?”
Aunque fue sacrificado de un cargo diplomático por una campaña en contra referida a un comentario, Márquez sigue siendo esa conciencia estratégica del grupo Camacho que funcionaba como una troika: Ebrard, el propio Márquez y la inteligencia sobresaliente de Juan Enríquez Cabot.
Hasta ayer domingo, Ebrard parecía dispuesto a reventar el proceso de las encuestas de Morena, en un contexto en que cualquier ruptura en el bloque gobernante beneficiaría la candidata de la derecha Xóchitl Gálvez Ruiz, además de carecer de condiciones como para ser candidato de un Movimiento Ciudadano que se está quedando en el territorio de Dante Delgado Rannauro y sin capacidad para garantizar una victoria presidencial por falta de recursos y estructura.
De acuerdo con Márquez-Zambrano, López Obrador había dicho que sería el candidato en 2012 con o sin el PRD, porque sin duda que contaba con el liderazgo de importantes sectores populares que votarían por él. Ebrard carece de una figura de perfil popular, buen porcentaje de su posicionamiento está atado a López Obrador y a Morena y su posible condición antilopezobradorista tampoco le alcanzaría para una victoria. Parece ser un escenario similar al del 1994 cuando Camacho Solís tuvo que tomar una decisión estratégica: pactar con Luis Donaldo Colosio o una candidatura independiente ineficaz con cualquier pequeño partido.
El gran dilema hoy de Ebrard consiste en opciones muy apretadas: pactar con la candidatura de Claudia Sheinbaum Pardo o romper la unidad del bloque gobernante, con la circunstancia agravante de que la base electoral de Morena se llama López Obrador y es la garantía de la victoria de Morena.
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