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Al igual que la derecha ahora está constituida por una de carácter neofascista y otra de índole neoliberal, la crítica a los nuevos libros de texto que encarnan una profunda reforma educativa por parte del gobierno de Andrés Manuel López Obrador tiene dos vertientes, una neofascista y otra neoliberal. La neofascista fue expresada entre otros  por la botarga de Ricardo Salinas Pliego y se reduce a un ramplón y paranoico griterío de carácter anticomunista y xenofóbico. La neoliberal ha sido expresada de manera prístina por un manifiesto “al pueblo de México” que esgrime la ideología neoliberal, positivista, clasista y racista que ha sido dominante hasta 2018. A diferencia del ataque neofascista a los libros de texto, el embate neoliberal tiene más ideas y refleja que los cinco años de la Cuarta Transformación no solamente han empezado a desmantelar la economía y política sino ahora también la ideología del fundamentalismo del libre mercado.

El manifiesto es firmado por político/as, intelectuales, activistas identificados con la dominación neoliberal que México sufrió en las últimas cuatro décadas. Reconozco a quienes en lo personal he identificado con lo loable y execrable del neoliberalismo en México: José Woldenberg, Rosario Robles, Gilberto Guevara Niebla, Guillermo Sheridan, Mauricio Merino, Clara Jusidman, Rolando Cordera, Guadalupe Acosta Naranjo, José Antonio Crespo, Gustavo Madero, Luis de la Barreda Solórzano; María Amparo Casar, Jorge Castañeda, Emilio Álvarez Icaza, Enrique Cárdenas, Ciro Murayama, Cecilia Soto, Claudio X. González y Héctor Aguilar Camín. El documento tendrá mucho valor para los futuros historiadores del neoliberalismo, las 255 firmas expresan la integral dominación neoliberal en los terrenos de la política, de las instituciones del Estado, del sistema universitario y de la intelectualidad orgánica neoliberal.

Para el mundo neoliberal, la imposición de los libros de texto será “un nuevo crimen de estado” del gobierno federal. No fueron sometidos a una consulta pública y la reforma educativa que los sustenta califica de neoliberal al anterior paradigma educativo en México y lo sustituye por uno nuevo, el de la “educación popular”. Resulta deplorable también que sea la comunidad y no el individuo el centro de atención de los libros sustituyendo la ética individual por una “ética colectiva”. La lectura, la escritura, las matemáticas, lengua española, física, biología, formación cívica y ética, geografía historia, quedan difuminadas, sin ningún objetivo, métodos de enseñanza o materiales que las apoyen.

México es imaginado en los libros de texto, como un país colonizado y sometido al imperialismo europeo y a la cultura universal como expresión de la colonización. El nuevo horizonte ya no será lo nacional sino la comunidad local. Incomprensiblemente los niños serán educados desde el nivel preescolar para solucionar los problemas de la comunidad local. Se desecha la cultura universal para privilegiar la cultura local (barrios populares rancherías). La educación se hará fuera del claustro escolar porque se plantea una relación de “los alumnos” con los habitantes del entorno lo que pone en riesgo la seguridad de los niños. La cereza en el pastel es la reveladora afirmación de que con estos libros de texto el educar ya no perseguirá “adaptar” al niño a la sociedad sino lo educará para “transformar” esa sociedad.

Dicen los firmantes del manifiesto que los libros de texto revelan una visión doctrinaria, antimoderna, opuesta a las instituciones democráticas, irrespetuosa de los derechos universales, que abandona una educación de excelencia, es relativista cognitiva y relativista moral, lo que tendrá efectos desastrosos para la nación. El manifiesto concluye con un llamamiento a los padres de familia y maestros para que se rebelen en contra de los libros de texto.

Resulta curioso que tanto la narrativa neofascista como la neoliberal acusen de doctrinarios a los libros de texto. La primera habla claramente de “adoctrinamiento comunista”, la segunda se ubica palmariamente en la falacia de que solamente el neoliberalismo es desideologizado. Al leer el manifiesto, su reivindicación del individuo, su disgusto por lo comunitario y su condena al doctrinarismo recordé a Ludwig Von Mises decir desafanadamente en su libro Liberalismo que el dejar que todos los individuos persigan sus fines particulares genera inevitablemente el bien común, por lo que eso basta para que no haya partidos políticos. O a Milton Friedman en su Capitalismo y libertad decir que la sociedad no es más que una colección de solitarios Robinson Crusoe. Para los neoliberales culto al individualismo no es doctrina, es solamente expresión de lo natural…

La crítica neoliberal a los libros de texto se contrapone a la revisión que desde hace algunos años se hace de los paradigmas epistemológicos y del desarrollo cognitivo. Para empezar  no es correcto concebir a lo/as estudiantes como “alumnos” (sin luces); los saberes no solamente son los que se generan a través de los procedimientos científicos que el positivismo sino los que también producen los saberes tradicionales (diálogo de saberes); las ciencias exactas, matemáticas entre ellas, no se empiezan a aprender con métodos memorísticos sino relacionándolas con las experiencias cotidianas; la educación no es algo que se construye solamente en el aula sino también con la vinculación con la realidad circundante; el aprendizaje debe partir de que la realidad es integral por lo que el conocimiento no debe aprehenderla de manera desarticulada (pensamiento complejo);  la educación no debe ser un procedimiento de disciplinamiento (“adaptación a la sociedad”) sino un detonador de una cognición crítica (pensamiento crítico); la cultura universal no es algo que deba confundirse con el eurocentrismo (la epistemología del sur).

El manifiesto neoliberal que ahora comentamos repudia no solamente al relativismo cognitivo sino también “el relativismo moral”. Probablemente se refiera a todos los planteamientos que los libros de texto están incluyendo en materia de familia, género, sexualidad, inclusión y ambiente. No cabe duda de que la batalla por los libros de texto implica no solamente una contienda por una manera de concebir el aprendizaje. Involucra también, una querella en la que se enfrentan un frente neoliberal-conservador contra una concepción del mundo que constata una crisis civilizatoria. Y que por tanto postula que se debe obrar en consecuencia.

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