Frecuentemente “viajamos” la vida tan rutinariamente que vamos durmiendo con los ojos abiertos. El trayecto se convierte en algo que hay que transitar y no importa si se hace con o sin atención el recorrido.
La rutina termina convirtiendo a los viajes en una carga, en algo que hay que pasar para estar del otro lado.
La costumbre y el estado de insensibilidad predominante —como si se tratase de una especie de narcosis generalizada autopoiética y propiciada por el sistema— ocultan el carácter iniciático de los viajes.
No siempre es así, porque las personas no son iguales ni los caminos y las múltiples variables que se presentan pueden propiciar contextos inesperados, asombrosos, a veces, parece que son como una especie de caja de sorpresas.
El año pasado viví un pasaje memorable en mis experiencias significativas.
En noviembre de 2022 viajé a Colombia y tuve uno de esos episodios que son de colección en nuestra vida.
Invitado por la destacada escritora y gestora cultural Amelia Restrepo Hincapié, presidenta de la Academia Colombiana de Historia, Literatura y Arte, realicé una gira literaria de trabajo principalmente en Pereira y sus alrededores.
El viaje me permitió conocer a varios de los escritores y promotores culturales que hemos entrevistado a través del programa #Poesíaalasocho —la iniciativa que surgió en los días aciagos del confinamiento por motivos de la pandemia del Covid-19, a través de la cual propuse que se leyera, compartiera, escribiera o pensara en poesía todos los días a las 20:00 horas—.
Fue mi primera experiencia fuera del país en la cual pude experimentar el cariño y deferencia de los escritores, quienes en función de entrevistados y de público, han dado vida a #Poesíaalasocho.
Fue en el café María Antonia en donde departí con lo más granado del talento poético de Pereira y la región.
Entre los asistentes llegó María Carlota Encizo Rodríguez, una escritora jovial que desde que conoció de la iniciativa poética se sumó entusiastamente.
María Carlota insistió que visitara su finca cafetera desde que supo de mi viaje a su país.
La finca de María Carlota se encuentra aproximadamente a tres horas en automóvil de Pereira, para llegar hay que cruzar por zona montañosa, bellos bosques, grandes extensiones de plantíos de café.
Internamente algo me dijo que tenía que ir, no obstante que pude haber optado por visitar alguna otra ciudad importante del país hermano.
No dudé, desde el inicio del viaje le comenté a Amelia que el propósito central era eminente literario, que mi intención era fortalecer lazos con los creativos de la región.
Llegado el momento iniciamos la travesía de ascenso al eje cafetero colombiano.
La finca de María Carlota está en un lugar paradisiaco, desde las alturas de su ubicación se puede ver —cuando lo permite la neblina y la lluvia—, verdor por todas las latitudes.
El olor a tierra húmeda y la espesa vegetación es el detalle característico del entorno.
Agotados por el viaje teníamos solo unas horas para descansar un poco, conocer el lugar y emprender el retorno.
Después de un delicioso café, té y pan, empezamos a recorrer el lugar.
La finca poco a poco ha ido mutando en un espacio de descanso con habitaciones en forma de cabañas, que por muy bajo costo pueden ser el lugar ideal para alejarse de la bulla de las urbes, reflexionar, reposar, crear.
Quizá eran pasadas las cinco de la tarde cuando ya casi a punto del retorno, María Carlota me dijo que tenía que conocer un punto dentro del bosque que era muy importante para lo que yo hago.
En minutos emprendimos el ascenso a una corta colina flanqueada de espesa vegetación por todos lados.
El silencio del bosque solo era roto por el ruido del paso del viento, el canto de los pájaros y el vuelo de los insectos.
El cielo amenazaba con unas nubes cargadas de lluvia.
María Carlota, una de sus trabajadoras y yo, continuamos caminando entre el bosque.
La nacida en el municipio verde de Marsella, Risaralda, Colombia, se detuvo en una parte alta en la cual un árbol destacaba sobre el resto de la vegetación.
Quien también ha realizado publicaciones literarias en diarios locales de su región, empezó a detallarme la importancia del lugar.
Me dijo que en los días más crudos del confinamiento ella los pasó en gran medida en su finca.
Que ahí fue donde ella supo de #Poesíaalasocho y que, desde que se enteró del emprendimiento se volvió una asidua seguidora.
Diciéndome lo anterior empezó a escalar el árbol
Escaló cierta altura, desde ahí me explicó que, cuando la lluvia se lo permitía, todas las noches iba a ese árbol, lo escalaba y empezaba a mover su teléfono móvil para poder captar algo de señal de Internet para así, poder ver nuestras transmisiones en vivo a través de Facebook o Youtube.
Conmovida y ya en el piso, dijo que para ella era muy importante que yo estuviera allí para agradecerme personalmente lo que hicimos emocionalmente por ella en ese periodo tan difícil en la cual la incertidumbre fue la constante.
Sin ser indiscreto ante los pormenores que me confío, reproduje mentalmente cada ocasión en la que ella ascendía la loma, escalaba el árbol y luego —como si se tratase de una antena parabólica de esas que solo habitan en la memoria de quienes acumulamos ciertos años—, hallar el mejor ángulo para captar una “rayita” de señal que le permitiera ver nuestra transmisión.
¿Se imaginan lo que significa esa anécdota para alguien como yo que durante la pandemia tuvo que vivir sus propios retos y miedos, y en un pasaje de lucidez concibió #Poesíaalasocho, una de las iniciativas más recientes de Sabersinfin que cambió mi vida?
Un poema que resista el olvido, / que hidrate en la resaca, / que sea impermeable a la tirria, / que cubra del sol en el páramo, / que inmunice del coronavirus, / que esté blindado a las balas, / que perdure el pasar de los años,/ que sea pegamento ultrafuerte, / que sea balsa en el Caribe / y patera en el Mediterráneo; / que atrape el viento y libere mariposas, / que sea catarsis y freno, / que sea homenaje y epitafio, / que sea brújula en la Zona del Silencio, / que perfore Matrix. / Un poema de esos es el sueño / de todo bardo / y la utopía que me mantiene a flote. / Por un poema de esos escribo, / por un poema de esos sigo. (Por uno de esos. APR. Enero 2020)
Aprovechamos la estancia en ese lugar para tomarnos un par de fotografías con la bandera de México e iniciamos el descenso.
Habrá quien piense que me equivoqué, porque pudiendo ir a conocer alguna otra ciudad importante colombiana opté por recorrer parte de la sierra del inicio del eje cafetero, después de lo que les acabo de narrar me siento completamente seguro de haber elegido correctamente.
Hay anécdotas que son significativas, que puedo incorporar en mi acervo de verdades dentro de mi maleta de viajero comunicador y gestor cultural, que me sirven para apuntalar mi propuesta discursiva.
Regresé de Colombia con muchas cosas, nuevas amistades, aprendizajes poéticos, un nombramiento como miembro honorífico de la Academia Colombiana de Historia, Literatura y Arte, y con ese episodio que equiparo a las catorce horas que viajé en Chile para externar mi solidaridad emocional a una poeta con la cual no concreté mi objetivo o mi visita a una casa de descanso de personas mayores para darle un abrazo a una poeta que se repone de un tratamiento que la puso al borde de la muerte, y que, había dado instrucciones de no recibir a nadie.
En fin, como dije al inicio, los viajes son una caja de sorpresas, hay quien equipado con lo más novedoso de la tecnología capta bellos paisajes, antiguas construcciones, inolvidables espectáculos.
Yo solo voy equipado con mi teléfono móvil, mi agenda y el corazón y la mente abierta para captar episodios como el que les acabo de narrar.
Los viajes son la recreación de la vida, porque la vida es un viaje en sí por este plano.
Abel Pérez Rojas ([email protected]) es escritor y educador permanente.
Dirige: Sabersinfin.com
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