biografia-columnista-Carlos-Figueroa-Ibarra

El martes 14 de junio del presente año, diez expresidentes del PRI se reunieron con el actual dirigente de dicho partido, Alejandro Moreno Cárdenas. El motivo de la reunión fue la profunda preocupación que embarga a los diez ex presidentes ante la situación presente del otrora poderoso Partido de la Revolución Institucional. Les preocupan las recientes derrotas electorales, la declinación del partido que se expresa entre otras  cosas  en la migración de afiliados y dirigentes hacia Morena. En esa reunión, algunos con gran énfasis, otros de manera cortés, le pidieron a Moreno Cárdenas su renuncia. Alito, como suele llamarse al actual presidente del PRI y ex gobernador de Campeche, enfáticamente se negó a renunciar.

La crisis del PRI continúa, como lo revela el que los diez ex presidentes han vuelto a solicitar otra entrevista con Moreno Cárdenas y éste, en esta ocasión, se ha negado a concedérselas y los mandó al Consejo Político Nacional, aun cuando éste no tenga fecha prevista de reunión. ¿Para qué concederles la entrevista si ya sabe que recibirá demandas adicionales y nuevas y más enfáticas solicitudes para que renuncie?

El PRI está en extinción y la causa de ello es el profundo desprestigio  en que lo sumió su adhesión a la política fallida neoliberal y los sonados escándalos de corrupción, en los que se han visto envueltos sus gobiernos nacionales, estatales y municipales. No cabe duda que el avance de Morena,  enarbolando el posneoliberalismo y la lucha contra la corrupción, está matando al PRI. El que el gobierno de la 4T y en particular Andrés Manuel López Obrador, estén encarnando las aspiraciones de transformación de la mayoría del pueblo mexicano, está resultando letal para el partido que surgió con la revolución mexicana.

El PRI se encuentra en proceso de extinción, lo que no quiere decir que se esté extinguiendo la cultura política que se empezó a construir en México a partir de 1929, cuando Plutarco Elías Calles fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR). Esa cultura política que se remozó en 1938 con la fundación por  Lázaro Cárdenas del Partido de la Revolución Mexicana (PRM). La misma que despojada de su filo jacobino, se institucionalizó en 1946 con el nombre de Partido Revolucionario Institucional (PRI).

La cultura política priísta  es un elemento poderoso en la conciencia nacional. Desde mis años de estudiante en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, escuché decir medio en broma medio en serio, que “el PRI era el México profundo”. Se aludía al hecho de que el PRI y su manera de hacer política, eran el resultado de poderosos hechos fundacionales en la vida política de México: la revolución mexicana, su ideología  y su devenir en el Estado moderno en este país.

Podemos exponer de manera sucinta e incompleta, varios de los rasgos de la cultura política priísta que como la humedad invade, enmohece y oxida hasta las paredes más gruesas y los metales más duros. En primer lugar el presidencialismo que se instauró para eliminar los caudillismos que podían devenir en dictaduras personales; en segundo lugar la vocación del Estado cooptador de masas a través del corporativismo; en tercer lugar el discurso revolucionario como encubrimiento de una práctica estatal y partidista de carácter conservador (gatopardismo);  en cuarto lugar el pragmatismo que atropella a los principios; en quinto lugar, pero como fenómeno transversal de los rasgos anteriores, la corrupción; en quinto lugar el autoritarismo y la represión.

El instrumento de todo lo anterior fue el partido de Estado, es decir los limites borrosos entre el partido y el Estado. Lo que durante muchos años se llamó “el PRI-gobierno”. La cultura política priísta es lo contrario de una democracia desde abajo, es autoritarismo desde arriba. Es ideología anquilosada, control social y demagogia. El abandono por parte del PRI  del nacionalismo revolucionario, su abrazo al neoliberalismo (“la segunda muerte de la revolución mexicana” como dijera Lorenzo Meyer), desmanteló lo bueno del régimen de la revolución mexicana y nos dejó lo peor.

La cultura política priísta colonizó al partido que reemplazó al PRI en la Presidencia de la República. PRI y PAN fueron amalgamándose no solamente por su adhesión común  al neoliberalismo, sino también porque la cultura priísta invadió al PAN. Por ello, una caricatura que ha circulado en redes me ha hecho reír y preocupar al mismo tiempo: un destacamento de espermatozoides con el escudo del PRI en la cabeza se dirigen aceleradamente mediante sus flagelos, hacia un ovulo de color guinda y que dice “Morena”. Fácil es concluir el resultado de dicho  encuentro: un primoroso bebé.

A los ex presidentes del PRI les preocupa la deserción de afiliados y dirigentes que migran hacia Morena. Morena debe dar la bienvenida a las bases priístas. Pero debe preocuparle la migración de buena parte de la clase política priísta que llega al partido y se posiciona en puestos dirigentes y candidaturas. Con ello, adicionado a la clase política panista que también están llegando, la cultura priísta terminará por colonizar a Morena y la convertirá de un partido organizador del pueblo y de la revolución de las conciencias, en la reedición mutatis mutandis de lo que se inauguró en 1929.

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7.

incendios forestales