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Estoy convencido que todo reconocimiento concedido y aceptado conlleva responsabilidades de cara al futuro, porque quien otorga el honor busca fomentar y proyectar aquellos méritos que han valido la distinción sobre la generalidad.


Se equivoca quien mira los honores únicamente como medallas en el pecho que marcan la diferencia entre unos y otros, actitud que en el fondo es solo discriminación a partir de ciertos méritos.

Aceptar un reconocimiento es refrendar públicamente los compromisos que en la soledad se fraguan y exteriorizan para bien de los demás.

Los títulos, los pergaminos, las condecoraciones valen nada si no hay trasfondo interno en quien recibe y quien otorga.

Sin sustento profundo los reconocimientos son mera forma, exhibición de superficialidad, proceder vano; ni mencionar los laureles que se compran y se venden como si tratase de cualquier mercancía.

Reflexiono todo lo anterior mientras recapitulo en los gestos que recientemente tuvieron hacia mi persona la Academia Colombiana de Historia Literatura y Arte y el Sistema Universidad Mesoamericana.

Ambas instituciones me otorgaron respectivos reconocimientos y sus inseparables responsabilidades.

Depositaron honor en mi pecho y carga en mis hombros.

Todo honor implica responsabilidad, parafraseando la célebre frase de Franklin D Roosevelt –la cual pasaría después a los cómics– “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.

La responsabilidad supone la capacidad de respuesta, el compromiso y cumplimiento de los valores que, quien otorga la distinción, destaca, resalta y hace visibles.

En el fondo todo esto se trata de honor, de honrar la palabra, los compromisos, las promesas y los juramentos.

No son los títulos los que honran a los hombres, sino los hombres que honran los títulos.

Nicolás Maquiavelo

En este contexto quiero compartir contigo para la reflexión, estimado lector, algunas de las palabras que dirigí al doctor Salvador Calva Morales, rector y presidente del sistema Universidad Mesoamericana:

He recibido con extrema alegría la noticia de mi postulación para recibir la distinción de doctor honoris causa de parte de la honorable institución educativa que dignamente dirige.

Antes de ratificarle a usted y al respetable Claustro Académico del Sistema UMA, mi decisión de aceptar gustosamente la deferencia para la cual se me ha considerado, creo pertinente compartirle algunas cavilaciones.

A lo largo de mi vida y formación he descubierto que las personas doctas no son aquellas que saben mucho sobre alguna área del conocimiento, sino que son quienes, conscientes de la pequeñez de la mente humana y la estrechez del tiempo de vida, están dispuestos a educarse y propiciar que otros se eduquen en cualquier momento, pese a la adversidad y la cuesta arriba aparentemente invencible.

Es en ese terreno en el que las personas doctas –quienes estudian mucho y conocen bastante, de tal manera que eso les hace expertos sobre algo– pueden virar en pos de la sabiduría.

Las personas sabias –quienes muestran buen juicio, prudencia y madurez en sus actos y decisiones– pueden ser doctas, pero no todos los doctos son necesariamente sabios.

Es decir, ser docto y sabio no son cualidades excluyentes, tampoco son sinónimos ni son inseparables.

Es deseable ser docto y sabio a la vez, porque cuando confluyen ambas cualidades se está en ruta de la felicidad y la humanidad progresa.

La luz se esparce sobre todos cuando coincidimos con personas que por su comportamiento, conocimientos y sapiencia se convierten en faros.

He dedicado muchos años en tratar de ser punto de encuentro de las cualidades que he venido citando.

La búsqueda no ha sido fácil, pero ha valido la pena andar el camino. Soy otro por tratar de alcanzar la utopía para que en mi persona confluyan el conocimiento y el saber. Lo sigo buscando y trabajo para ello.
Me encuentro en esa senda, vereda que no abandonaré hasta que trascienda.

Soy consciente del compromiso que acepto y que ustedes depositan en mí, trabajaré intensamente para ser digno representante de los valores que simboliza el doctorado honoris causa que hoy se me concede.

Valoro y acepto la deferencia, asumo las responsabilidades.

Hasta aquí reproducción del texto.

“Asumo las responsabilidades”, frase con la que me puse la soga al cuello para trabajar por el bien, la educación, el progreso, la paz y la fraternidad en la humanidad.

Fraternidad concepto tan universal que, por ejemplo, al menos podría verse reflejada en compartir mi saber con la comunidad universitaria que me reconoció.

En fin, te invito a recapacitar en los compromisos y responsabilidades que se adquieren cada vez que se acepta un reconocimiento o distinción.

Medítalo bien antes de aceptar.

Abel Pérez Rojas ([email protected]) es escritor y educador permanente.

Dirige: Sabersinfin.com

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