*Por: Mtro. Juan Ernesto López Martínez

Desde que nací, soy lo suficientemente viejo para morir. No tengo certeza a quién se atribuye la propiedad de esta frase. Me parece que el autor es San Agustín. Independiente de quien la haya dicho, es absolutamente verdadera. Lo que no entiendo es por qué algunas personas debieron vivir una pandemia para darse cuenta de su vulnerable vejez o de su permanente cercanía a la muerte.

El encierro no nos salva. Me extraña que en esta situación de confinamiento y cuidado extremo es mayor la fragilidad que se siente. Estamos encerrados para evitar la enfermedad, o enfermar a otros, y las posibilidades de fenecer aumentan y no dependen de nosotros exclusivamente.

Quedarme en casa me ha llevado a descubrir los límites de mi propia existencia. No me refiero al riesgo que significa andar por ahí, caminar por las calles o convivir con otras personas contagiando o contagiándote. Hablo de los límites que me devela la muerte de los otros. De mis otros. De aquellos que no son yo, pero dicen mucho de mí.

Quienes son esos otros que tienen un peso sobre mi existencia: la familia. El término viene del latín famulus, palabra que equivale a patrimonio. Curioso: otra forma de decir lo que me pertenece. Ahora entiendo por qué duele tanto la pérdida de un familiar, porque algo de mí muere con él. Una parte de mí se va.

Los hermanos son familia, entonces luego, son pertenencia. Sin embargo, no en el sentido de tenencia total o ser propiedad de alguien, a lo que correspondería en términos etimológicos el vocablo. Entonces en ¿qué sentido?, ¿por qué duelen?, ¿por qué algunos más que otros?, ¿de qué depende el grado de sensación de la pérdida?

Sí, creo que la dinámica familiar juega un papel importante. El lugar que ocupes en el orden de los hermanos: si eres el primero, o eres el último, o el de en medio. Sin considerar teorías psicológicas o psicoanalíticas que no puedo explicar ir a la cabeza o a la cola en la lista familiar deja caracteres diferenciados. Y cuando uno de los integrantes muere, sin importar el lugar que ocupa, algo pasa en el resto de los integrantes. Un miembro depende de otro. La familia es un todo.

Todos cuentan. Los hermanos son familia y cuando uno muera, la pertenencia se ve trastocada. Lo digo en el sentido latino donde trastocar viene de trastrocar o de mover lo que se es, mudar la esencia de un lado a otro. En mi caso particular sigo siendo el último y seguiré siendo tal, aunque se vayan uno tras otro de los anteriores, sin importar el orden.

Pero, si llegué como último cuando se formó la familia y por azahares de la vida me toca ser el último en el orden de partida y muerte. ¿Qué seré cuando ya no haya más familia que mi yo individual? Un yo trastrocado en esencia ya no es el mismo yo.

Seguiré sigo siendo familia, pero ¿la misma o ya otra? Ya no somos el mismo número. ¿Con el cambio en el número de integrantes, por la muerte de algunos, somos otra familia? La esencia de la familia cambia solo con el accidente numérico o lo contingente del número. Esencialmente somos la misma familia porque lo necesario, que hace ser esa familia, no ha variado.

¿En qué medida el confinamiento ha impulsado el acercamiento familiar? Algunas familias buscan reunirse ayudados por las nuevas tecnologías, cosa que antes no hacían, aún con la posibilidad de una videoconferencia. ¿Qué llevó a este acercamiento familiar tecnologizado? Reuniones incluso en grupos familiares no sanguíneos, sino solo por la familiaridad de la convivencia laborar (la mesa de la cafetería para comer) o por alguna otra coincidencia de vida presente o pasada (el grupo de la universidad, los primos de la tradicional fiesta navideña, el equipo de fútbol del colegio).

Solo rascando en la memoria de cada grupo puedo descubrir la fortaleza que les une y permite sortear el encierro vía reuniones por internet. Cuando en el grupo existe un lazo sanguíneo, de familia, la tarea debería ser “pan comido”. Hay historia, mucha historia para valerse de ella.

Si la memoria no me ayuda ¿a qué puedo recurrir? ¿Dónde están los recuerdos de familia? ¿Qué los borra? ¿Cómo los recupero?

Quién me ayuda a recuperar los recuerdos si mis hermanos ya no están. Pasar al primer lugar de los hermanos porque el resto ya partieron, no significa que sea suficientemente viejo para morir o más próximo a la muerte. Revela mi vulnerabilidad humana. Mi existencia contingente.

Los recuerdos no están solo en mi cabeza; son parte de la relación familiar, uno a uno en conexión con cada hermano. La muerte de cada uno de ellos mata mis reminiscencias. Reunir a los hermanos que restan, congregar a la familia para encuentros virtuales, contrario a todo, revive la realidad de la familia. Aún en el encierro, la familia se salva.

*Licenciado en Filosofía por la Universidad Iberoamericana CDMX. Mtría. en Docencia por la Universidad Iberoamericana Puebla. Cuenta con 34 años de experiencia académica y docente en Bibliotecas del Sistema Universitario Jesuita.

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