Cuando la realidad supera la ficción o cuando la estupidez humana es más fuerte que el deseo de un mundo mejor

 

*Por: Dr. J. Alejandro Ortiz Cotte

Acostumbrados a las películas norteamericanas y a las series que devoramos día a día quiero presentar y reflexionar nuestra realidad como si fuera una película de Hollywood. Invito que conforme vaya narrando la película vayan imaginado las escenas, lamentablemente no les será difícil.

Primera escena: un mundo en caos. Hambre, violencia, fanatismos, racismo. La cámara se mueve a un ángulo donde vemos una escena común, pero increíble porque sigue existiendo, ya que después de tantos avances científicos y tanta oratoria en la ONU: siguen existiendo niños muriendo de hambre, niñas ultrajadas y raptadas, migrantes, muchos migrantes con terror y cansancio en el rostro, pueblos destruidos y entre escombros por guerras civiles como la de Yemen, Palestina, Camerún, Mozambique. El espectador, aunque le duele lo que ve, se siente cómodo con esa realidad. Siempre ha sido así piensa.

Segunda escena: un mundo ardiendo. El espectador ve una serie de escenas rápidas que simbolizan la velocidad con la que el planeta está muriendo y con él, nosotros: un iceberg desprendiéndose y derritiéndose con un oso polar confundido y quemándose. Inundaciones, incendios, sequías. La Amazonía siendo talada por empresas apoyadas por el presidente brasileño Bolsonaro. El espectador se enoja, no le gusta lo que ve, pero sabe que no puede hacer nada al respecto.

De pronto la pantalla oscurece y solo se oye una voz, es la de Anonymus. Ella dice que todo cae, y todo termina. No solo se refiere al mundo sino al imperio norteamericano. Es la tercera escena: la caída del imperio. Las escenas son únicas, jamás vistas, aunque recuerdan a muchas películas. Es la toma de la casa blanca, gran símbolo del país norteamericano. Es tomada por algunos de manera violenta. El personaje que nadie sabe quién es un joven blanco con piel y cuernos en la cabeza de un animal. Surge entonces el rostro de Trump, el emperador que ha iniciado la caída del imperio. La voz sigue narrando que no es sólo la decadencia del emperador lo que está carcomiendo por dentro al imperio sino la decadencia de su pueblo. Entonces las imágenes cambian y muestran la del policía asfixiando a George Floyd, las de los miles de homeless o gente sin casa durmiendo en puentes, la cara del empresario Epstein que construyó una red de prostitución, así como la del productor de cine Weistein. Suenan los tiroteos en las calles, en las escuelas, en los templos, los soldados norteamericanos entrando en fases de esquizofrenia, fast food, mala educación. La gente se alegra como si hubieran contado un chiste. Sale el odio antiyanqui que todos tenemos y la gente dice ¡qué bueno! Se lo merecían.

Cuarta escena. La pandemia. Y entonces vienen escenas de China, del Covid 19, de los noticieros del mundo tratando de explicar lo inexplicable. Hay un virus que está matando a la gente. Se invita y después se obliga al confinamiento. No hay certezas sólo prohibiciones. La gente no lo cree, marchan para protestar su confinamiento. De pronto los hospitales colapsan, los médicos y las enfermeras caen de cansancio o de contagio. Nadie estaba preparado. Vienen las excusas. Ahora las imágenes son de calles vacías, animales en las ciudades solitarias, ríos limpios. Pero con un cambio de música más agresiva se ve que el problema son los humanos. No pueden estar tanto tiempo junto la gente que dice que son su familia. En algunos casos hay historias terribles que imposibilitan la unión familiar en otros casos no hay condiciones en la casa para convivir sanamente. Es un caos. Aumentan los suicidios, los feminicidios, la violencia intrafamiliar, los despidos, la desesperación. La gente con empleo esta burnout o quemada, en extremo cansada. La gente sin empleo está desesperada sin saber qué hacer. Todos están estresados, angustiados, neuróticos. Los problemas emocionales se suman a los problemas económicos, políticos y todos los demás. La gente sale no quiere estar encerrada, se escapa a playas para morir más rápido. Y de pronto la nueva normalidad se ha convertido en salir protegido a la calle. Tomar distancia del otro. Quedarse ciego por la pantalla de la computadora. Los niños fingen en aprender en los sistemas a distancias. Los padres y madres trabajan tres en cosas distintas al mismo tiempo: videoconferencia, maestros de sus hijos y hacer la comida. Todos en pijamas o short de la cintura para abajo. Todos elegante a la hora de la videoconferencia de la cintura para arriba. Esta dualidad o bipolaridad un poco esquizofrénica nos anuncia lo que vendrá. Los espectadores están sorprendidos. Confusos.

Siguiente escena: la cámara hace un movimiento brusco enfocando a los no enfermos, los que tienen empleo, los que tienen una casa o departamento amplio, los que tienen para pagar el aumento desproporcional de la luz por el home office, los que tenían computadoras e internet para hacer bien su escuela o trabajo. Todos viendo las escenas sin hacer nada. No mueven un dedo. Solo esperando cambiar sus boletos de avión que por la pandemia no pudieron viajar.

Última escena: una imagen de una cámara de la ciudad de México muestra una calle como tantas otras con tráfico fluido y arriba un segundo piso de concreto donde pasa la línea 12 del metro de la ciudad. De pronto se desploma los cimientos, las trabes, los pilares y cae el metro aplastando a los que estaban pasando por ahí, personas y coches. 24 muertos y más de 80 heridos. Es igual a tantas películas que hemos visto pero es real. La pantalla se oscurece. No hay nada, como epílogo sufriente entonces se empiezan a oír voces son personas que salen de todas partes para ayudar a quitar escombros, una señora, horas después, llega con café para los rescatistas, otra señora llega con comida para los que siguen trabajando en la mañana, todos suman, nadie sobra ante la desgracia.

Se anuncia el fin de la película, pero en letras pequeñas se promete el estreno la parte II, porque sí, la realidad sigue, aunque parezca una película.

*Doctor en Educación por la Universidad Iberoamericana Puebla. Maestro en Teología y Mundo contemporáneo por la Universidad Iberoamericana Ciudad de México y Licenciado en Administración de Empresas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es miembro de Amerindia Continental (asociación de teólogos y científicos sociales a favor de la teología latinoamericana), del grupo latinoamericano de ASETT-EATWOT (Asociación de Teólogos y Teólogas del Tercer Mundo) así como del Grupo Latinoamericano del Proyecto Internacional sobre la Recepción del Vaticano II en el Mundo. Desde hace 14 años trabaja en la Universidad Iberoamericana Puebla, actualmente es el coordinador del Área del Servicio Social

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