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“l’Etat c’est moi”: Luis XIV, Rey de Francia y Navarra.

Venezuela está mostrando al mundo las radicales diferencias entre la elección de un presidente como proceso interno y la imposición que se intenta desde el exterior. Nación con destino propio, o moderna colonia. Servir al pueblo, o que las élites se sigan sirviendo de él. Buscar la democracia del pueblo, o dejar que la impongan las élites. El Estado de derecho, o la fuerza. En esta coyuntura difícil para los venezolanos un hombre ambicioso, Juan Guaidó, decidió autoproclamarse “presidente” –El presidente soy yo- de la República Bolivariana de Venezuela sin haber contendido en ningún proceso electoral legalmente organizado por instituciones electorales creadas ex profeso y con anterioridad por el Estado; en los tiempos y con las formalidades exigidas por la Constitución; en las que oportuna e informadamente se hubiere convocado al pueblo venezolano a las urnas para elegir presidente de la república; donde Guaidó hubiere contendido como candidato de algún partido político y, luego de convencer al electorado mediante su propuesta de gobierno, hubiese resultado ganador de los comicios por el voto mayoritario de los ciudadanos. Nada de eso ocurrió y, sin embargo, luego de autoproclamarse, se vitorea por autoaclamación.

Intentando llegar de forma expedita al cargo, ha optado ir por un atajo que burla el orden jurídico constitucional de su país -pasando por encima- basándose únicamente en la fuerza política y bélica que le representa el respaldo del gobierno de Estados Unidos. ¿En qué país del mundo un ciudadano puede conseguir la presidencia de una república por autoproclamación? En ninguno. Todos se han erigido como estados soberanos mediante el establecimiento de un orden jurídico que organiza a la población a través de normas de derecho que regulan todos los ámbitos de la vida social, entre ellos, las formas, tiempos y modalidades para que los ciudadanos accedan a los cargos del poder público.

Cada pueblo, con sus particularidades, construye un régimen de democracia que al quedar establecido en normas jurídicas obligatorias se erige en Estado de derecho. Todo estado soberano se erige de esta manera. ¿Cuál de los gobiernos que ahora reconocen y respaldan a Guaidó como “presidente encargado”, aceptaría que en su país la toma del poder presidencial se produjera por vía semejante? Las élites del poder quedarían encantadas y se llenarían de felicidad si no hubiera necesidad alguna de respetar el orden jurídico nacional ni consultar a la ciudadanía para determinar quien ocupara los principales cargos del poder público. Los pueblos quedarían condenados a la esclavitud perenne.

Venezuela está enseñando al mundo que existe una élite de poder imperial dispuesta a caminar por ese sendero avasallando a los pueblos, violentando su orden jurídico, destruyendo sus constituciones y eliminando su Estado de derecho para, mediante la imposición de un favorito al frente de “nuevas instituciones”, tener acceso y disposición a las riquezas naturales que guardan los territorios donde habitan los pueblos subyugados.

Guaidó ni siquiera ha tenido necesidad de expresar sus posturas e intenciones políticas; desde Estados Unidos se las han impuesto en una especie de grotesca exhibición. Sólo el cinismo acendrado permite a los representantes de un país cuya historia vieja y moderna está plagada del más repulsivo injerencismo, mostrarse como demócratas inmaculados; y a pesar de ese historial, descalificar –“Nicolás Maduro es el representante de un Estado mafioso e ilegítimo”: Mike Pompeo- al presidente de un pueblo soberano llegado al cargo mediante el voto en elección popular directa. El golpe no sólo es contra el cargo de Maduro, sino contra el Estado; es decir, contra toda la estructura institucional que organiza a los venezolanos como sociedad. Por supuesto, Estados Unidos no está pensando en instalar a Guaidó para que él gobierne; han determinado enviar a Elliot Abrams para “restaurar” la democracia en Venezuela; es decir, para destruir su constitución política y crear otra. Guaidó es, por ello, solo un muñeco con rostro venezolano. Sobre cómo se ha venido fraguando este golpe desde Estados Unidos ver (https://www.jornada.com.mx/2019/01/26/mundo/021n1mun#).

¿Dónde está el verdadero motivo de interés, el suculento y apetitoso bocado, para “restaurar” la democracia en Venezuela que concita a Estados Unidos, Grupo de Lima –excepto México-, Inglaterra, Francia, Alemania, España? En el territorio. Un territorio que guarda: una de las mayores reservas petroleras del mundo; de biodiversidad en la Amazonia; y minerales en el arco minero del Río Orinoco -once mil toneladas probables de oro; reservas de torio -un sustituto del uranio- y coltán. ¿Acaso Guaidó reconocería ante el pueblo venezolano que el propósito de su movimiento es poner en subasta pública, al mejor postor, las riquezas naturales de Venezuela? Platts, una empresa propiedad de Standard and Poor’s divulgó, primero que nadie, lo que sería el programa de gobierno en caso de lograrse el despropósito de derrocar a Maduro (https://www.jornada.com.mx/2019/01/29/mundo/023n1mun#); Guaidó lo confirma presentando su Plan País, con privatizaciones, inversión extranjera, y subsidios.

De permitirse este atropello, ¿qué país de América se encuentra a salvo de sufrir un hecho semejante? ¿El Derecho ha perdido todo su valor frente al poder irracional y arbitrario? ¿En qué parte de la normativa del derecho internacional se establece que un mecanismo de esta clase pueda sustituir al régimen de voluntad popular para elegir a los gobernantes? Nos coloca frente a la posibilidad de sufrir un retroceso político e histórico de tres siglos que nos devolverían a condiciones similares a las del absolutismo europeo del derecho divino, asomando en tierra venezolana pero amenazando a toda América Latina. La divinidad a la que adora Guaidó, se llama Donald Trump; y cree que ella le otorga el derecho divino de gobernar, transmitido por obra y gracia de ese señor, situándolo por encima de la voluntad del pueblo venezolano y de la ley.

Si abiertamente los secretarios de Seguridad Nacional y del Tesoro de Estados Unidos, Bolton y Mnunchin, dicen: “Pedimos al ejército venezolano y a las fuerzas de seguridad que acepten la transición pacífica y democrática del poder”; y Guaidó, de manera insolente, exige a México y Uruguay “ponerse del lado correcto de la historia” advirtiéndoles que solo participará en una negociación “para acordar los términos del cese de usurpación, que permitan el traspaso efectivo del poder”. Eso significa, realmente, querer arrastrarlos en la consumación del golpe, no una negociación; tales posturas evidencian el talante fascista de la injerencia.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 01 de febrero de 2019.
José Samuel Porras Rugerio

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