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“…la isla de Montecristo…parece haber sido colocada en medio del mar… por Mercurio, el dios de comerciantes y ladrones, clases que nosotros hemos separado y que la antigüedad, a lo que parece, colocaba en la misma categoría”. Alejandro Dumas, El conde de Montecristo.

El capitalismo es, en efecto, una formación económica como la describen los economistas; la traducción a lenguaje llano del significado de tal aseveración, partiendo de la obviedad que en este mundo solo se encuentran seres humanos y cosas –dejamos fuera al reino animal, que no tiene interés ni opinión sobre problemas existenciales derivados del manejo de la economía política-, es que se trata del orden social -colocación y acomodo de los individuos de una colectividad- donde todo el edificio de la producción de bienes y servicios necesaria para la existencia colectiva, descansa en el trabajo asalariado. A los grandes capitalistas les aterra reconocer esta verdad porque temen que algún día, los trabajadores adquieran conciencia de ello y quieran cambiar el orden establecido. Desde hace mucho tiempo los capitalistas partidarios del imperialismo y la globalización, no se conforman con acumular capital sustrayendo de los trabajadores la plusvalía que éstos generan con el trabajo de todos los días; resulta un proceso lento para su ansiosa avaricia de poseer más, más, y mucho más capital.

Desde aquellos tiempos en que los economistas afirmaban que lo que antes fue simple mercantilismo se convirtió en capitalismo, los capitalistas han ideado cuantas formas les han permitido su poder económico y político para, a través de la violencia y el despojo, lograr rápidas y cuantiosas fortunas que el ser humano común, ni reencarnando, verá jamás. Los capitalistas poseedores de tan inmensas riquezas, morirán; sus herederos morirán también; y los herederos de sus herederos perecerán sin haber podido consumirlas. Una frase que se atribuye a la actriz estadounidense Jodie Foster dice: “La acumulación de riqueza es la causa de la pobreza. Los ricos no son simplemente indiferentes a la pobreza: la crean y la mantienen.” Nada más cierto.

Pertrechados ideológicamente con dos mentiras básicas: que para distribuir la riqueza se requiere que haya crecimiento económico y, que su papel social fundamental es ser generadores de empleos, los capitalistas crean y sostienen la pobreza de las grandes masas de la población, que cada vez alcanza rangos de miseria económica. “Por último llegó un momento en que todo lo que los hombres habían venido considerando como inalienable se hizo objeto de cambio, de tráfico y podía enajenarse. Es el momento en que incluso las cosas que hasta entonces se transmitían pero nunca se intercambiaban, se donaban pero nunca se vendían, se adquirían pero nunca se compraban, tales como virtud, amor, opinión, ciencia, conciencia, etc., todo, en suma, pasó a la esfera del comercio. Es el tiempo de la corrupción general, de la venalidad universal, para expresarnos en términos de economía política, el tiempo en que cada cosa, moral o física, convertida en valor venal, es llevada al mercado para ser apreciada en su más justo valor”. (Carlos Marx, Miseria de la filosofía). Los capitalistas contemporáneos, deseosos por demostrar que Marx equivocó en su teoría económica, han dictado que toca el turno de mercantilizar al agua. Con enorme gusto dirán: ¡Vean, chequen; no se refirió a ella!

Los capitalistas globalifílicos y proimperialistas, se han vuelto incivilizados en su pensamiento en el siguiente sentido: “…la civilización “material” es el aspecto menos importante de la civilización, que en realidad reside en la mentalidad de los hombres. Como dijo Tácito (refiriéndose a los britanos), sólo el ignorante piensa que los edificios suntuosos y las comodidades y lujos constituyen la civilización”. (R. H. Barrow, Los romanos). La avidez de riqueza congeló sus sentimientos de humanidad. Posesos por el diablo de la ganancia, no solo buscan enriquecimiento a través de la explotación social del trabajo ajeno, sino súper explotarlo quitando parte sustancial del salario, ya de subsistencia, a los trabajadores, vendiéndoles el agua que necesitan para vivir.

En ello puede apreciarse la miseria moral característica de los modernos capitalistas y del capitalismo como formación socioeconómica. Una ramplona teoría sobre “la obesidad del Estado” surgida en los años ochenta, en México específicamente durante las administraciones de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas; sirvió de justificación ideológica y política para saquear el patrimonio creado con el trabajo y los impuestos de todos los mexicanos que aparecía, legalmente, como propiedad del Estado mexicano. Así, mediante artificios jurídicos y fuera del escrutinio de la sociedad se transfirieron, a manos de particulares, empresas productivas, telefonía, bancos, puertos, aeropuertos, carreteras, ferrocarriles, aerolíneas, etc. Los ojos del Estado empequeñecieron y el crimen organizado floreció como negocio de grandes dimensiones. Los subsecuentes presidentes -Zedillo, Fox, Calderón y Peña- tienen en su haber, bajo el régimen político instaurado por los partidos PRI y PAN, el estigma de haber contribuido al despojo de los bienes públicos propiedad del pueblo mexicano. En la corrupción, y no en el fruto del trabajo honrado, radica el origen de las grandes fortunas de los hombres de negocios más ricos de nuestro país.

A Peña en la república y a Rafael Moreno Valle en Puebla, les correspondió el deshonroso papel de propiciar la privatización del agua transfiriendo su administración y comercialización por contrato oneroso a empresas particulares; convirtieron al agua, mediante un entramado ilegal, tramposo, al margen de la Constitución de la República y manoseando la del Estado Libre y Soberano de Puebla, respectivamente, de bien público inalienable, en simple mercancía cuyo precio queda sujeto a los vaivenes del mercado y a las posibilidades económicas de compra por la población. El líquido indispensable para el desarrollo de la vida; el constituyente más importante de los seres vivos; el que representa el sesenta a setenta por ciento del peso del cuerpo humano; el que los trabajadores necesitan vitalmente para poder desempeñar el trabajo productivo sobre el que se edifica toda sociedad, ahora está a la venta. Quizá en ello radique lo más salvaje e incivilizado de los capitalistas: el agua satisface en ellos la sed de acumular ganancias; para la población trabajadora, el agua satisface la sed necesaria para vivir y levantarse al día siguiente para cumplir la jornada laboral en estos tiempos difíciles en que, para poder vivir, se tiene que comprar hasta el agua.
Heroica Puebla de Zaragoza, a 16 de junio de 2019.

José Samuel Porras Rugerio

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