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Murmullos, consignas lanzadas al aire; gritos que parecían perderse entre la multitud que expectante y dispersa se hizo uno; bengalas, llanto, confusión. Solamente queda la muerte, algunos testigos y sangre; Tlatelolco no se olvida, se mantiene fresco, inclusive, indeleble cuando la censura llama entre sombras. Ambiente al cual se enfrentó la prensa a partir del 2 de octubre de 1968, si del tema se trataba.

No sería hasta el cambio de siglo cuando parte del expediente sería de conocimiento público, luego de revelarse fotografías que daban cuenta del Batallón Olimpia, encargado de tomar por asalto los edificios y aprehender a líderes estudiantiles durante el mitin. Eran aquellos hombres con el guante blanco que los identificaba entre la gente: terminaba el mito.

Oriana Fallaci se encontraba en la Ciudad de México el 2 de octubre, cubriendo el preámbulo del inicio de los Juegos Olímpicos. Para esos días ya contaba con experiencia en conflictos bélicos; se había convertido en la primera italiana corresponsal de guerra en Vietnam, actividad que le ofreció ser reconocida en Europa y América del Norte.

Fue testigo de la incursión en el tercer piso del edificio Chihuahua, resultando herida durante la refriega a pesar de identificarse como periodista latina. Ingresada en el Hospital “Rubén Leñero”, Oriana Fallaci se recuperó en varias semanas, enviando mediante grabaciones a la revista “L’Europeo” (“El Europeo”) sus impresiones.

No obstante, la crónica general saldría hasta septiembre de 2017 con el título de “De Vietnam a México. Diario de un año crucial” (“Dal Vietnam al Messico. Diario di un anno cruciale”). Fiel a su estilo directo se encargó de establecer una línea temporal entre los hechos y la información limitada, aunque la italiana sería foco de atención al señalar públicamente a un estudiante como el “infiltrado” que la denunció al momento de iniciar la balacera. Este hilo narrativo será constante cuando años después retome el caso en entrevistas y materiales impresos, señalando a Manuel Gómez Muñoz como culpable de sus lesiones en Tlatelolco.

Culminada su experiencia en México, Oriana Fallaci ya es reconocida y se difunde copiosamente su trabajo periodístico. Hasta finales de la década siguiente, profundiza en problemas sociales y políticos con trasfondo religioso. Refuerza si nombre a través de crónicas abundantes sobre revueltas en Estados Unidos, provocadas por los homicidios de Martin Luther King o Bob Kennedy; justamente, combina estas asignaciones con entrevistas a Yassir Arafat y Henry Kissinger, entre otros, publicadas también en el “Corriere della Sera” (“Mensajero de la tarde”).

Si bien Oriana Fallaci se destaca por su narrativa envolvente, la cual soporta gracias a descripciones puntuales y detalles, por lo que respecta a su técnica para efectuar entrevistas resultaba novedosa; optaba por señalar directamente los temas, sin permitir que su interlocutor evadiera respuestas, a modo de interrogatorio. “Para que sea buena se debe deslizarse y hundirse en el corazón del entrevistado”, subrayaba en 2004, un par de años antes de morir.

Inmersa en las discusiones sobre leyes de aborto en Italia, no se queda atrás y ofrece en dos libros datos sobre el tema “Lettera a un bambino mai nato” (“Carta a un niño no nacido” y “Un uomo” (“Un hombre”). Esta misma línea será fundamental en su narrativa periodística hasta principios de los noventa, cuando hace público su padecimiento de cáncer.

Puntualizará la negativa carga semántica que el término viene instaurado por la sociedad y cómo lo afronta: “No entiendo este pudor, esta aversión por la palabra cáncer. No es una enfermedad infecciosa, tampoco una enfermedad contagiosa”, atestaba para la televisión italiana. Apuesta por abordarla de manera abierta al igual que otras: “Decirlo como se explicaría que tengo hepatitis, pulmonía o una pierna rota”.

Justamente, el cáncer terminará por impedir publique una novela histórica, la cual aparecería tras su fallecimiento, culminando el círculo de una periodista que supo encausar herramientas narrativas contar la historia contemporánea en Occidente, cuya visión tocó a México en uno de los momentos más oscuros de fechas recientes. Su legado es clave para entender la conjunción entre géneros y cómo emplearlos para describir al ser humano, sus contradicciones u actos, labor nunca sencilla.

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