Foto: Ángulo 7
Hay casas con daños notables, que las ponen en peligro de derrumbarse. Foto: Ángulo 7

Los escombros han sido levantados, no así el ánimo de las personas; casas con fracturas, semidestruídas, al borde del colapso y otras ya inhabitables. Gente por todos lados, unos ayudan, otros esperan. Así es la vida tras el sismo en Puebla y Morelos.

En las paredes, con pintura en aerosol de diferentes colores, se lee: “peligro”, “en riesgo”, “estructura débil”, “inhabitable”.

Son los diagnósticos oficiales de los daños que dejó el sismo del 19 de septiembre, que, por cierto, permanecerán.

Al cruzar los municipios que delimitan Puebla y Morelos te encuentras las mismas frases, el mismo ambiente, el mismo olvido de los pueblos y la misma gente pobre tratando de levantarse del desastre.

Es el medio día en el centro de Izúcar de Matamoros, uno de los tres municipios más golpeados por el temblor (luego de Atzala y Atlixco), el zócalo está acordonado, hay policías que evitan el paso de vehículos y únicamente dejan entrar a quienes llevan víveres.

La iglesia, el ayuntamiento, una mueblería, la biblioteca pública, una tienda Coppel y decanas de casas registran fisuras, unas más grandes que otras. Con formas y profundidades diferentes.

 

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Con pérdidas

Es sábado y en una casa de empeño, así como en una financiera las filas abarcan varias cuadras.

Televisiones, lavadoras, estéreos y motocicletas son lo más notable que la gente lleva para empeñar. Otros llevan teléfonos celulares o joyería de oro y plata.

Es todos hay frustración, tristeza, desesperación y, seguramente, dolor, pues se están deshaciendo de lo que aún les quedaba para poder levantar su casa, tener qué comer o irse con familiares a otro lugar que no les provoque miedo.

Aún con el cielo nublado, el sol pega como es normal en la Mixteca poblana. Un lugar seco, pero rico y fértil para plantar maíz, cañas de azúcar, cebada, sorgo y frijol.

La agricultura y la ganadería son la fuente de ingresos de la mayoría de la población de la periferia, mientras que, en el centro del municipio, como en cualquier otro, la productividad se origina en el comercio y la prestación de servicios.

 

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Solidaridad

En el zócalo de Izúcar de Matamoros, el gobierno municipal instaló un centro de acopio y módulos para realizar trámites porque la presidencia está cerrada. Decenas de policías y militares resguardan el lugar, unos ayudan en la recepción de víveres, así como otros los empacan, los apilan y los cargan en camionetas con logos del gobierno del estado.

Hay voluntarios; portan playeras blancas y gorras color azul. Son quienes meten los productos en bolsas transparentes. Forman las herramientas nuevas y usadas que también son donadas, así como brindan información respecto a qué se puede donar.

A una cuadra de ahí, sobre la calle Aquiles Serdán, vecinos crearon su propio centro de acopio y entregan personalmente la ayuda, además de que permiten que otros civiles acudan a dejarla a las comunidades necesitadas, cosa que en los centros gubernamentales no ocurre, pues únicamente va personal autorizado y esto genera dudas a los ciudadanos.

De la mañana del sábado a las 12 de la tarde, se lograron reunir 52 despensas, con un litro de aceite, un kilo de jabón, dos rollos de papel higiénico, un kilo de arroz, un kilo de frijol y tres enlatados, que podrían ser atún, sardina, frijoles, verdura o chiles.

También llegaron varias mudas de ropa, de diferentes tallas, además de zapatos que, aunque todos eran usados, estaban en buen estado.

En brigadas de 10 a 15 voluntarios, alrededor de la 1 de la tarde salieron cuatro grupos a diferentes municipios para entregar en persona lo recaudado y, de ser necesario, ayudar en la remoción de escombros.

 

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En riesgo

Atzala, Chiautla de Tapia e Izúcar ya fueron cubiertos en los dos días previos, por lo que ahora se debe ayudar a comunidades más lejanas y de difícil acceso.

En una hora hemos salido de Puebla y llegado a Jonacatepec, Morelos. A orillas de la carretera Axochiapan-Amayuca, abundan los puestos de sandía redonda y cabezas de ganado vacuno pastando.

Cruzamos el municipio y los daños estructurales no son menores. Hay casas con daños notables, que las ponen en peligro de derrumbarse. Pero pasamos de largo hasta llegar a Tepalcingo, a media hora de distancia.

Aquí se hace una de las ferias más grandes de México. Cada tercer viernes de cuaresma, miles de fieles –tanto locales como de otros estados, que incluso llegan en peregrinaciones- se congregan para venerar al “Señor de las Tres Caídas” o “Jesús Nazareno”. A lo largo de una semana, se combina el lamento previo a la crucifixión, y el festejo a la resurrección inminente.

Con una espectacular que dice “Bienvenidos a Tepalcingo” y adornos tricolores que dejaron los festejos patrios, el municipio recibe a los visitantes, aunque ahora se agrega otro panorama: el de los escombros.

Esta demarcación fue una de las más azotadas por el sismo en Morelos. A simple vista se nota. Hay casas con fracturas, bardas y columnas caídas o que se sostienen parcialmente, mientras que abundan las marquesinas sostenidas con polines o través para evitar que se desplomen.

 

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Escombros

Aunque afortunadamente no hubo pérdida de vidas humanas, autoridades municipales estiman que unas 700 casas serán demolidas, además de grandes recintos religiosos que sufrieron graves daños, entre ellos el templo de Jesús Nazareno, que tiene aproximadamente 280 años de antigüedad.

Después de avanzar al poniente, pasando Cruz de Jaramalla y Huitchila, se llega a Chinameca, comunidad del municipio de Ayala y objetivo de nuestra brigada.

A dos cuadras de la entrada de este poblado de 2 mil habitantes, de acuerdo con el Inegi, está la inspectoría y la plaza, que alberga como principal atractivo una estatua de Emiliano Zapata montado en un caballo, que recuerda que ahí fue asesinado el 10 de abril de 1919.

De diez casas, ocho registran afectaciones por el movimiento telúrico, por lo que se ordenó desalojarlas y a sus propietarios acudir al albergue que se dispuso en la escuela primaria que lleva el nombre del héroe de la Revolución Mexicana.

Sin embargo, no todos los que deberían estar en el albergue se encuentran ahí. Las personas se niegan a abandonar sus casas que, como muchas que se encontraron durante el recorrido, están marcadas con advertencias de que están en riesgo de caerse.

 

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Temor al olvido

La población es mayormente campesina y, a pesar de que el clima húmedo favorece la cosecha de limas, maracuyá, guayaba, limón y aguacate, los frutos no se comercializan por falta de inversión y únicamente son para autoconsumo.

Gloria y Juan son madre e hijo, ambos han contado la misma historia varias veces: estaban comiendo a la 1:14 de la tarde cuando comenzó el sismo. El techo de una habitación se vino abajo y el del resto de la casa solo se hundió.

Con ayuda de Guadalupe y Antonio –su esposa e hijo de diez años de edad- Juan puso polines al techo que no colapsó y siguen habitando la casa, aunque solo para dormir, pues desde entonces comen en el patio acompañados de las gallinas que poseen.

Con lágrimas en los ojos, Gloria expresa que está segura que nadie los ayudará. Agradece la comida, las despensas y las palabras de apoyo, pero lamenta el olvido del gobierno perredista de Graco Ramírez Abreu.

Como ella, Carmen, Jorge, Laura, Fidencio y Petra, lloran al repetir sus historias a cada foráneo que los aborda. Porque hay algo más grande que el dolor de haber perdido su patrimonio: es el temor de que serán olvidados, que en unas semanas no habrá brigadas, despensas, ropa ni gente que los escuche.

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