*Por: Rocío Ramírez Mena

Las violencias hoy en día ocupan un papel protagonista en nuestra sociedad. Tal como lo menciona Fierro (2013), no es un aspecto único e individual, se encuentra tan normalizado que no nos sorprende, y en muchas ocasiones, nos ha vuelto indiferentes ante el dolor y sufrimiento de los demás. Esto se vuelve relevante porque todo lo que pasa en la sociedad se ve reflejado en la escuela, haciendo de este espacio, un lugar vulnerable y de mucho cuidado.

Los seres humanos, pensamos, compartimos, aprendemos, y hacemos muchas otras cosas que nos diferencian del resto de los seres vivos. Nos encontramos ante una realidad dividida, en diferentes aspectos y dimensiones; ya sea por acceso económico, ideologías, posturas, etc. Marina Garcés, en su ensayo “Escuela de aprendices” menciona que preguntar cómo educar, es preguntar cómo queremos vivir, pues la educación es un elemento de gran importancia en la vida de las personas; la educación es un proceso humano, necesario, en la formación, tanto académica como personal.

La educación debe entenderse como un proceso de convivencia e inclusión. El espacio escolar, en teoría, debería representar un lugar en el que puedes descubrir quién eres, tus capacidades e intereses, como estudiante o docente, de manera segura. Aunque en la realidad no es así, pues los sistemas escolares reproducen la inequidad desde diferentes espacios, como la organización escolar, las estrategias pedagógicas de enseñanza, el sistema de disciplina, el espacio físico de la escuela, entre muchas más (Fierro, 2013). Al final quien aprende se convierte en el objeto de su reflexión y en el producto de su acción (Garcés, 2020).

Actualmente, el movimiento por la equidad e inclusión forma parte importante del discurso social, y podemos observarlo en diferentes movimientos sociales, provocando que nos cuestionemos la forma en la que aplicamos nuestros valores y enseñanzas, que a lo largo de nuestra vida nos han inculcado, como se menciona en Fierro (2013) “la educación remite a los valores”. Desde luego, este discurso permea en lo educativo. Un claro ejemplo es la necesidad de incluir la lengua de señas o el braille en espacios de formación. Otro ejemplo es la importancia de incluir, dentro de los currículos, trabajos o aportaciones de mujeres, en las diferentes disciplinas que existen. Las necesidades actuales ponen en contraste al programa educativo y a la forma de enseñanza que existe hoy en día.

Hacer comunidad dentro de los espacios educativos no es una actividad sencilla, tal como lo menciona Fierro y Carbajal (2010), es ofrecer una experiencia acogedora, y para eso se requiere de la participación de todos, desde colaboradores, directivos, docentes, estudiantes y padres de familia. Generar comunidad es poner a trabajar a todos los actores del sistema educativo y con esto surge la necesidad de aprender a convivir. José Antonio Marina menciona que “educar es fundamentalmente socializar, es decir, desarrollar las capacidades, asimilar los valores, adquirir las destrezas que una sociedad considera imprescindibles no solo para vivir sino para el buen vivir” (2007:18). Y con esto regreso a la frase de Garcés, preguntar cómo educar es preguntar cómo queremos vivir.

La educación es convivencia e inclusión; es un derecho humano al que todos, sin excepción de ningún tipo, debemos tener acceso de calidad. La escuela es un reflejo de la sociedad, pero si logramos que ese reflejo cambie, podremos cambiar nuestro entorno social. Un ejemplo de esta afirmación es la situación de los alumnos de la UDLAP y la postura de nuestra universidad, la IBERO Puebla; abrió sus puertas para que los estudiantes que no tienen acceso a un campus continuaran con su proceso de aprendizaje y construcción profesional. Esta acción nos muestra la importancia de la convivencia escolar y de la inclusión, no nada más como comunidad IBERO, sino como comunidad estudiantil.

Esta acción, que presenciamos en la actualidad, va a tener un impacto en un futuro. Con esto se establece la importancia de vernos como una comunidad educativa, independientemente de nuestras universidades, escuelas o institutos, pues

“las actitudes y comportamientos anteriores forman parte de la actitud de cuidar a otra persona, es decir, de prestar atención a sus sentimientos, procurar ayudarle en sus problemas y estar interesado no solo en su bienestar sino en su progreso […]” (Marina, 2007. P 46).

La convivencia e inclusión es trabajo de todos los que formamos parte del sistema educativo, y como tal, tenemos la responsabilidad de propiciarlo y buscar que se replique en las siguientes generaciones

*La autora es alumna de procesos Educativos de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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