Las mentiras siempre han sido consideradas como herramientas necesarias y legítimas, no sólo del oficio del político o del demagogo, sino también del oficio del hombre de Estado. ¿Por qué esto es así? ¿Y qué significado tiene, por una parte, en cuanto a la naturaleza y la dignidad del ámbito político, y por otra en lo que se refiere a la naturaleza y la dignidad de la verdad y de la buena fe? Hannah Arendt, Verdad y política.

La figura de Juárez es relevante en el discurso de Andrés Manuel López Obrador y tiene claros objetivos políticos. Juárez está asociado al fortalecimiento de la idea del poder republicano y al engrandecimiento del ejecutivo. En ambos casos hace referencia directa a la legitimación y consolidación del poder republicano. Juárez adquirió la importancia de trascender su vigencia nacional y proyectarse universalmente. Su recorrido por todo el norte del país adquiere marcado carácter simbólico al grado de que adquiere la cualidad de “inmaculado” – en palabras de Gabino Barreda contenidas en su Oración cívica- sólo comparable a la imagen religiosa construida en torno a la madre de Dios. La narrativa en torno a Juárez es, entre las narrativas políticas, la que mejor deja ver el dinamismo integrador de lo mexicano. Es en este sentido un crisol donde se amalgaman ideas de variado origen y que imponen el sello inconfundible de lo mexicano y moderno. Juárez hoy día está asociado -en el imaginario colectivo- como símbolo de liberación que, tras su denodado esfuerzo y su ejemplar sumisión a la nación, en arquetipo de la búsqueda de la inmortalidad. Juárez es inmortal por ser auténtico mexicano y es así por sacar adelante la bandera de la libertad, el orden y el progreso. Sus armas las Leyes de Reforma y la Constitución, son las armas con las que cuentan los civiles para sustituir las armas que causan violencia fáctica. De esto se comprende el cambio funcional del ejército mexicano y republicano.

Frente a la narrativa en torno a Juárez, los adversarios de hoy día no cuentan con otra que pueda contrarrestarla. Sus alternativas son pequeñas y efímeras narrativas que responden a lo contingente y no a lo necesario.

Se dice que la política es un lugar privilegiado para la mentira. La historia, y sobre todo la historia política rebosa de mentiras.

Hannah Arendt dirige su atención hacia una mutación en la historia de la mentira. Esta mutación actuaría a la vez en la historia del concepto y en la historia de la práctica del mentir. Sólo en nuestra condición actual la mentira habría alcanzado su límite absoluto y se habría tornado “completa y definitiva”. Mientras en las artes y en las letras, Oscar Wilde se quejaba de lo que denominó, “La decadencia de la mentira”.

Arendt -a diferencia de Wilde- diagnostica que en la arena política se percibe un ascenso y triunfo de la mentira, un crecimiento hiperbólico de la mentira, su paso al límite, la mentira absoluta: no el saber absoluto como fin de la historia sino la historia como conversión a la mentira absoluta.

La mentira política tradicional generalmente se refería a secretos auténticos -datos que nunca se habían hecho públicos- o bien a intenciones que no poseían el mismo grado de certidumbre que los hechos consumados. Hoy día se construyen secretos e intenciones inexistentes.

La política y la mentira. La exclusión de la mentira como pecado.

En el Renacimiento, la mentira se justificó como “necesidad del gobernante” para sobrevivir políticamente, así, en El Príncipe de Maquiavelo. La justificación descarnada de la mentira en función del poderoso, y por ende la separación entre ética y política, convirtió a Maquiavelo en un autor maldito al que se le resume con la frase (que por cierto nunca escribió): “El fin justifica los medios”.

Los intentos y los efectos comunicativos en el mundo de la política suelen basarse más en las cosas sobreentendidas (imaginario colectivo) que en las que se dicen abiertamente. Tomemos estos dos enunciados: “Se conoce que fulano es hijo de zutano”. “Fulano vive con holgura”. Entre fulano y zutano hay vacíos que se llenan con enunciados que “revelan” una supuesta relación ilícita entre ellos. La simple asociación de estos dos hechos actúa como la sucesión de dos imágenes en la pantalla: el enfoque de una pistola asociada al de una persona que cae al suelo determina una relación causal que en realidad podría no existir.

Otro ejemplo, “Se conoce que mengano es un constructor de simulaciones delictivas”. “Mengano afirma A y B”. Investigar los hechos como los citados dará al ganador.

Esta necesidad inevitable de llenar los vacíos con suposiciones e implicaciones permite decir una verdad con intención de mentir. Ganar creyentes de los decires es ganar en el terreno simbólico y, por ende, en la política.

Mentir diciendo la verdad

Un ejemplo es cuando tu madre te pregunta si has terminado con la tarea de ir al museo y respondes: “He hecho una redacción sobre la pintura que más me gusta”. Esto puede ser cierto, pero en realidad no responde a la pregunta de si hiciste la tarea de ir al museo. Ese texto podría haber sido escrito hace mucho tiempo y has engañado a tu madre diciendo algo que en realidad es cierto. Puede que ni siquiera tengas la intención de ir al museo. El engaño diciendo la verdad es tan generalizado en la vida diaria que se ha acuñado un nuevo término para describirlo: paltering (mentir diciendo la verdad). Paltering es el uso activo de declaraciones veraces y selectivas para inducir a engaño; describe el actuar con falta de sinceridad para engañar.

En otra entrega vamos a intentar averiguar el tamaño de esta zona gris entre la verdad y las mentiras, y por qué solemos engañarnos los unos a los otros.

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