“Nuevas generaciones crecerán con el veneno que los adultos no tienen el valor de eliminar”
Marian W. Edelman.

La evolución juega un papel muy importante en nuestros comportamientos, el neurocientífico estadounidense Paul MacLean escribió en su libro The Triune Brain in Evolution que nuestro cerebro está subdividido en tres grandes bloques, el complejo reptiliano, el sistema límbico y la neocorteza. Menciona que el cerebro reptiliano interviene en los comportamientos instintivos, en las actividades más elementales de la supervivencia que incluyen la dominación, la territorialidad y los rituales. Este bloque del cerebro permitió que muchas especies de nuestros antepasados sobrevivieran y evolucionaran gracias a las funciones básicas para sobrevivir, una de estas habilidades fue la capacidad de crear sociedades, ya que viviendo en grupos había más posibilidades de superar inclemencias del clima, hambrunas, ataques de otros animales o cualquier peligro que amenazara la vida. Agruparnos fue una gran herramienta para preservar la vida y la especie, por ello, nuestros cerebros desarrollaron complejas habilidades sociales, de comunicación y de percepción.

Cuando alguno de los eslabones de la evolución humana entendió que debíamos unirnos en sociedades para sobrevivir, también se adoptó la idea de que los grupos vecinos podrían ser enemigos, por ello, tribus y grupos se enfrentaban violentamente por territorios, por defender sus rituales, por alimento o por el simple hecho de ser diferentes. Cuantas historias conocemos, incluso a nuestros días, de tribus o pueblos que pelean a muerte por sus diferencias, de grupos étnicos que viven una guerra milenaria que aún no pueden resolver.

Sumemos a esto la historia de los países de América Latina que estuvieron colonizados cientos de años por culturas que se decían superiores por su raza, por mandato divino o por su poder militar, en cualquiera de los casos se construyó en estos territorios un pensamiento racista y discriminador que permeó en todas las actividades de la colonia, en la vida política, social, cultural e incluso en las ideas religiosas. La colonización institucionalizó la discriminación y normalizó la idea de que hay superioridad por la raza, motivo que generó en el largo plazo el descontento de los oprimidos y por ende movimientos de independencia, pero la sombra del racismo, clasismo y la discriminación no se fue, nos dejó tatuado nuestro lugar en la sociedad.

En las décadas recientes, el racismo y el clasismo se instaló en la normalidad de la televisión, en la vida pública, en nuestro día a día, con un poderoso lenguaje que excluye al indígena, al negro, al diferente, a las clases sociales menos favorecidas con la movilidad social y el desarrollo. Esta cotidianidad de la discriminación se enraizó profundamente en nuestra cultura y generó mayor desigualdad y brechas que hasta el día de hoy no logramos reducir.

En este escenario ¿Por qué han funcionado tan bien los discursos de división social o racial en algunos países? Yo creo que es porque apelan a este instinto tan básico, arraigado y normalizado al cual todos reaccionamos, los diferentes, pueden poner el riesgo mi bienestar, mi patrimonio, mi vida y la de mi familia y no merecen un lugar más allá del que se les ha establecido, pensando siempre con los prejuicios que nos ha impuesto la evolución, la historia, la cultura y en muchas ocasiones nuestra propia educación y entorno social. El gran problema es que más allá de las diferencias, hoy estamos conectados en una sociedad global, dependientes unos de otros, hemos construido una red en la cual el bienestar general depende de cómo actuemos todos ante las divisiones.

El gran reto para nuestra generación es mantener la razón por sobre nuestros instintos, superar este bache ideológico, es una tarea compleja sin duda a la que nos enfrentamos, controlar los sentimientos y pensar, razonar, sin perder de vista que dentro de nuestros instintos más básicos tenemos tatuado que los diferentes pueden ser un peligro, que vivimos una lucha constante contra miles de años de evolución, que nuestra historia se caracterizó por la división de clases, castas o grupos étnicos y que en la actualidad la sociedad ha normalizado y arraigado el racismo. El gran reto es fomentar el pensamiento crítico, apelar a lo que nos hace distintos a otras especies, nuestra capacidad de auto control. Así dejaremos a un lado los odios irracionales, las fobias ciegas, el racismo y la discriminación, superaremos las guerras milenarias de indígenas, blancos, negros, mestizos y seremos parte de una sociedad más justa, culta e iluminada, como nunca en la historia de la humanidad.

Estamos programados para discriminar, pero sin duda, lo podemos superar porque estamos también programados para construir sociedad y para ser humanos.

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