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Ante los indicios de fracasos previsibles en enfoques diferentes, contrastantes y hasta contradictorios en materia de seguridad fronteriza, la cumbre México-Estados Unidos derivó en una declaración conjunta titulada “Entendimiento Bicentenario”. La palabra bicentenario nada tenía que hacer en las negociaciones, pero fue una concesión estadounidense al ánimo historicista del gobierno mexicano actual.

Aunque hubo avances en el reconocimiento de EU al problema más allá de sus narices y de sus intereses de seguridad nacional y la aceptación mexicana al modelo estadounidense de crimen organizado transnacional, en el fondo no dieron respuesta ni propuestas –quizá nunca las haya– en los tres temas centrales de la seguridad en esa tierra de nadie qué es la frontera binacional:

1.- El consumo de droga creciente en Estados Unidos determina el funcionamiento de la oferta, lo que lleva a una conclusión previsible: no habrá siquiera comienzo real de solución si antes no existe una decisión del país consumidor para atacar de frente el problema de la droga. La droga produce al narcotráfico Y no es solo un problema de salud pública ni de atención a la adicción, sino de seguridad interior.

2.- El enfoque de crimen organizado transnacional, establecido como política de Estado en el 2011 por el presidente Obama, es un acto imperial de extraterritorialidad del Estado estadounidense en los Estados donde han nacido y desarrollado los productores, traficantes y cárteles y es usado por la Casa Blanca como un principio rector de sus políticas internacionales de seguridad estratégica. Aún firmando entendimientos por doquier, Estados Unidos ha asumido –con el aval de la ONU– el modelo de la transnacionalización delictiva y por tanto ha reforzado su capacidad unilateral para intervenir en otros países por encima de las leyes locales.

3.- La Casa Blanca ha acusado a los países sede del crimen organizado del narcotráfico de ser víctimas de la corrupción. Sin embargo, sobran las evidencias que prueba que cárteles mexicanos del narcotráfico arribaron desde el 2000 a Estados Unidos, se han consolidado a lo largo de veinte años y hoy controlan el mercado al menudeo de las drogas en las calles de las ciudades estadounidenses. Esto ha sido posible por una sola razón que el gobierno de EU no ha querido reconocer: la corrupción de funcionarios estadounidenses en grado de colusión con los cárteles mexicanos. Ninguna estrategia diplomática tendrá resultados concretos si no hay una decisión política de la Casa Blanca para combatir, desmantelar y liquidar a los nueve a once cárteles que dominan la droga en su país.

La delegación estadunidense al diálogo de alto nivel, sin la significativa presencia de la vicepresidenta Kamala Harris, hizo algunas concesiones importantes a las exigencias del canciller Ebrard, pero dejando fuera los tres temas anteriores. A diferencia de la Iniciativa Mérida de 2008 que fijó programas y fondos concretos a México para combatir el narco, ahora se creó un mecanismo diplomático que tendrá que avanzar en términos operativos. En escenarios reales, las tres promesas del Entendimiento Bicentenario operan, mal que bien, en ambos países.

La invitada de piedra a la reunión fue la DEA, la agencia antinarcóticos de Estados Unidos que depende del Departamento de Justicia, pero que se mueve con arrogante autonomía y sigue realizando operaciones clandestinas dentro de México negándose a cumplir con las reglas de control de registro de agentes y operativos ante las autoridades mexicanas. Mientras la DEA no se subordine al DOJ y a la Comunidad de Inteligencia que depende de la dirección de inteligencia nacional de la Casa Blanca, ningún acuerdo bilateral tendrá resultados. La DEA seguirá negándose a proporcionar inteligencia, tecnología y capacitación a México y mantendrá su exigencia de independencia burocrática.

Al acuerdo Bicentenario le debe seguir, de acuerdo con sus postulados, la firma de otros memorandos de entendimiento para hacerlos operativos. Y, por el contexto del documento central, a Estados Unidos le corresponde dar los primeros pasos más allá de la demagogia diplomática.

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Periodista desde 1972, Mtro. en Ciencias Políticas (BUAP), autor de la columna “Indicador Político” desde 1990. Director de la Revista Indicador Político. Ha sido profesor universitario y coordinador...