*M.M. María Teresa Abirrached Fernández

Un día no muy lejano del mes de marzo del 2020, nos despedimos de las aulas y oficinas diciendo “nos vemos el martes, feliz puente”. Ese martes llegó para algunos después de 15 meses de trabajar desde casa. El Acuerdo del Ejecutivo del Estado para la reanudación de las actividades laborales presenciales en la Administración Pública Estatal, a partir del primero de junio de 2021 fue para muchos la crónica de una muerte anunciada.

Primera semana del aislamiento: qué raro se sentía estar en casa y tener que trabajar. Y ahora, ¿Cómo contacto a mis alumnos? Mi cabeza decía “estás en casa, descansa” pero la otra parte de mí me recordaba todos los pendientes que había que atender.

Semanas posteriores al aislamiento: Organizar el Classroom para iniciar con las clases virtuales fue un tremendo golpe porque si bien ya algunas actividades se realizaban en plataforma, era sólo como soporte para el aprendizaje. Sin embargo, de un día para otro aprendimos a usar Zoom, Meet y Teams para conectarnos y trabajar a distancia.

Y así terminamos el semestre. Primeras presentaciones finales a distancia, primer examen profesional de la Maestría a través de Teams, con todo el protocolo, pero desde casa. ¡Qué nervios pensar que podría fallar el internet! De hecho, a mí me falló en momentos cruciales de presentaciones de proyectos. Entonces, hubo que cambiar de compañía, dejar aquélla que nos maltrataba e incumplía para irme con la competencia, pagando el triple por el servicio.

La casa se convirtió en la oficina y la escuela; tanto mis hijos como yo tuvimos que adaptar nuestros espacios, ya sea el estudio o las habitaciones para tener clases. En otras familias, el comedor, la sala e incluso la cocina también se convirtieron en aulas. Y así, día a día fuimos descubriendo nuevas formas de trabajo para ser más eficientes desde casa.

El Home office llegó y se convirtió en la nueva forma de trabajar, presentando muchas desventajas con relación al trabajo presencial, pero también aprendimos a disfrutarlo. Para comenzar, ya no tenía que levantarme a las cinco de la mañana para llegar a la universidad a las siete, corriendo literalmente para checar antes de las 7:10 y evitar el retardo. En su lugar, podía tomar un cafecito caliente mientras me conectaba para iniciar a las siete en punto. Otra ventaja que trajo esta nueva forma de organización fue el poder cocinar y comer en casa todos juntos, como pocas veces se puede hacer cuando todos estamos en clases. ¡Qué gran diferencia es tomar los alimentos recién preparados y no en recipientes calentados en el micro de la oficina! Y ni qué decir del ahorro de gasolina (o pasajes) y del look de pandemia.

Por otro lado, no hay duda de que el esfuerzo fue mayor y dejamos de tener espacios personales porque nuestros horarios se extendieron. “¿Podemos conectarnos para revisar un tema?” Esta frase fue muy recurrente aún a las nuevo o diez de la noche. El cansancio de tantas horas frente a la computadora, la poca actividad física y el desgaste emocional por la rutina y el encierro, todo derivado de la necesidad de trabajar a distancia.

Bien dice el dicho que “A todo se acostumbra uno, menos a no comer”, y el home office se hizo costumbre, al grado de que algunas personas se cuestionan si quieren regresar a trabajar como antes. Por supuesto, dirán algunos, no hay como el contacto con las personas para un mayor aprendizaje y de eso estoy de acuerdo, pero cómo voy a extrañar la tranquilidad de mi habitación-oficina, el disfrutar pintando macetas en mis ratos libres y tener a mi gato sobre mi computadora mientras doy clases en línea.

La semana pasada regresé a la universidad en la que trabajo y me recorrió una extraña sensación de que el tiempo no había pasado. En mi escritorio tenía notas de pendientes que ya se resolvieron, trabajos que no se pudieron calificar y documentos que esperaban para ser entregados. Y sí, el tiempo pasó y esta pandemia nos enseñó que para ser productivos no necesitamos estar ocho horas sentados en nuestra oficina, que es posible enseñar sin tantos libros físicos que están en mi librero y que siempre es posible innovar para encontrar nuevas formas de lograr los objetivos de la organización y los personales.

*La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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