*Por: Dra. Ericka Ileana Escalante Izeta

Como humanidad hemos compartido una enfermedad altamente contagiosa. Sin embargo, la evolución de la enfermedad y su desenlace, además de depender de la experiencia corporal de cada persona, se ha determinado por la capacidad de gestionar emociones (como con la ansiedad, el miedo y la incertidumbre), la posibilidad de seguir las recomendaciones médicas, y, en definitiva, el acceso a servicios, medicamentos y atención de la enfermedad. De pronto, quienes nos quedamos en el planeta, somos sobrevivientes. No solo del agente biológico de la covid-19, sino de nuestra capacidad de relacionarnos con nosotros mismos, con los seres queridos, con el medio ambiente y con la realidad cambiante.

Desde la perspectiva de agotamiento en la sociedad del cansancio descrita por Byung Chul Han, nos enfrentamos a un agudizamiento de las enfermedades mentales, la depresión y la ansiedad, asociadas a la soledad, principalmente.

La sensación de fatiga y extenuación después de un año de pandemia es una constante reportada a nivel global. El largo tiempo de conexión a las redes y las horas de pantalla van debilitando las habilidades cognoscitivas de atención, memoria y enfoque. Además de poner en riesgo las habilidades de gestión de emociones, así como las capacidades de vinculación social.

Chul Han resalta que nos cansa la falta de contacto social, la falta de abrazos, besos, la falta de estructura en los horarios. Tenemos que maniobrar con varios roles a la vez en un mismo espacio físico. Por ejemplo, el cuidado de los hijos, de adultos mayores, las labores domésticas y el cumplimiento de empleos mal planificados con sobresaturación de tareas.

Se han suspendido los rituales sociales como los museos cerrados, la prohibición de conciertos masivos y las grandes fiestas. Todo ha pasado a segundo plano con la sana intención de prevenir contagios y muertes. Sin embargo, la limitación del ritual social nos va aislando tanto de nuestra experiencia corporal compartida, como la vida en y para la colectividad.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha definido la “fatiga pandémica”, como una consecuencia del aislamiento social donde la motivación y la emoción del individuo son las principales afectadas.

En México, por un lado, hay quienes han evitado mirar de frente lo que estamos viviendo, simulando una normalidad con total indiferencia. Lo hemos visto en los noticiarios, donde vemos muchas personas de vacaciones en playas o balnearios. También en las fiestas familiares ¿quién no ha tenido vecinos que, sin respetar las normas de cuidado colectivo, han decidido tener bailongo y hasta mariachi? Otro ejemplo es la visita de familias enteras a los supermercados y centros comerciales, a pesar de que en repetidas ocasiones se ha pedido evitar estas prácticas. En fin, hay múltiples casos que ejemplifican una realidad que no se quiere ver.

Por otro lado, no tenemos recetas mágicas para quienes seguimos en el intento de no contagiarnos. No queremos ser solo sobrevivientes, ya que elegimos vivir esta experiencia desde la consciencia para salir transformados. La única afirmación claramente evidenciada a través de la ciencia social es que sobreviven más y mejor aquellas personas que al infectarse de la Covid 19 cuentan con redes de apoyo sólidas y basadas en la confianza. Quien ha contado con ayuda para tener alimento, medicamento y apoyo remoto, son quienes han sobrellevado de mejor manera la enfermedad.

Las posibles soluciones son los pequeños detalles cotidianos que nos han ayudado a adaptarnos a la “nueva normalidad”. Hay quienes han modificado su alimentación, sus horarios para trabajar de mejor humor, sus rutinas de actividad física, igualmente hay quienes han hecho modificaciones en casa para tener un espacio más agradable. También se han roto vínculos sociales innecesarios o superficiales, y se han fortalecido los lazos de amistad perdurable y sincera. Hay quienes han aprendido a poner límites a exigencias laborales fuera de los horarios de trabajo, a gestionar de mejor manera el tiempo en familia, a hacer acuerdos, a distribuir las labores domésticas. En fin, ha sido un año de gran oportunidad de crecimiento personal y familiar. Esto no quiere decir que todo sea “positivo” o acorde a nuestros deseos, significa que hemos tenido la oportunidad de guardar silencio, poner distancia, escuchar en lo profundo y emerger. En definitiva, esta ha sido una etapa de “emergencia espiritual”, donde hemos colocado la lluvia necesaria para que florezca un cambio, no solo de conciencia, de actitudes o de vínculos, sino de paradigmas profundos de vida.

*Actualmente es profesora/investigadora de tiempo completo en el Departamento de Ciencias de Salud de la Universidad Iberoamericana Puebla, donde coordina la Maestría en Desarrollo Humano. Estudió la licenciatura en la facultad de Psicología de la UNAM, es Maestra en Ciencias de la Salud, con especialidad en el área de nutrición humana, por el Instituto Nacional de Salud Pública de México. Es Doctora en Pedagogía Social por la Universidad de Granada, España. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores, ha trabajado como asesora de investigación en proyectos relacionados con determinantes psicosociales de la salud y nutrición, así como en el diseño, evaluación e implementación de programas en educación y promoción para la salud, validación de materiales e investigación formativa. Ha centrado su quehacer profesional en investigación –acción – participante, centrada en salud comunitaria, trabajando con grupos vulnerables. Es autora de los programas “exploradoras de comida”, “no te comas lo que sientes” y “Encaminarte”.

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