Las campañas políticas siempre traen un toque de magia.
Son hasta como milagrosas; imanes de las buenas voluntades de los gobiernos.
Me explico.
Cuando vienen las campañas electorales, surgen también las obras y los proyectos olvidados durante mucho tiempo.
Aquellas voces que fueron ignoradas, ahora son escuchadas, la violencia ahora es confrontada y la miseria acariciada con recelo.
Y es que para retener el poder, ahora sí los gobiernos se ponen a trabajar.
No es una actitud nueva, ha pasado con el PRI de Díaz Ordaz, de López Portillo, con de La Madrid… Salinas, Zedillo y Peña Nieto; ha pasado con el PAN de Fox y el PAN de Calderon y pasa ahora con Morena de López Obrador.
Y este efecto se contagia también a los estados y a los municipios.
Las campañas son como una terapia para los gobernantes pues les refresca la memoria y les recuerda que, de repente, tienen que ponerse a trabajar para beneficio de la población y no sólo de unos cuantos.
Y así, con el fin de mantener a su grupo en el poder, comienza la operación y se ejerce el presupuesto, coincidentemente a la par que los candidatos afines a su movimiento utilizarán estas buenas acciones para capitalizarlas en sus campañas.
Las giras presidenciales se hacen presentes ahí donde los candidatos son “chafitas” y los programas aterrizan no donde se necesite sino dónde se pueda refrescar la presencia de aquellos abrazados por el grupo en el poder.
Yo porque no soy mal pensado, pero sí fuera mal pensado… bien mal pensado diría que qué casualidad que ahora que vienen las elecciones, las vacunas van a fluir, los medicamentos van a aparecer, la reconstrucción por los sismos se retomarán; los recursos, becas, apoyos se adelantarán, la seguridad se reforzará, a los corruptos se les encarcelará y un sinnúmero de acciones que son parte del milagro que provocan las “benditas campañas políticas”.
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