columna-invitada

Por Hersilia Córdova Morán

Día del cartero, día del médico, día del soldado, día de las madres, día de los padres, día de los abuelos, día de la secretaria, etc., y con ello el consiguiente sangrado económico, porque ni modo de no festejar.

La insatisfacción de no ser considerado en su día, debido a la cultura establecida, provoca un verdadero caos en el ánimo y la autoestima del no festejado; y en contrapartida, el efecto de ser celebrado, permite que el individuo satisfaga su necesidad de reconocimiento, de sentir que él también cuenta y que es importante, aunque el resto del año permanezca olvidado. El festejo es, pues, una forma de manipular nuestras emociones de tal manera que sirva de catarsis y se eviten en un alto porcentaje mayores explosiones del individuo y por lo mismo de la sociedad en su conjunto.

En este día, aunque nos sentimos muy contentos de celebrar a ese ser tan extraordinario como es la mujer, no podemos dejar de decir una verdad que es del tamaño del mundo y, pasado el festejo, ¿en qué habremos avanzado? ¿Se terminarán los feminicidios, la violencia intrafamiliar, los abusos sexuales, la falta de empleo, el hambre en los hogares, los decesos por la pandemia? ¿Habrá forma de paliar las necesidades de las mujeres de la tercera edad? ¿Se reabrirán las guarderías? ¿Se pondrá otra vez en marcha el tratamiento del cáncer, la ayuda a las madres solteras? ¡No! Nada de esto sucederá, pero sí habrán conseguido los responsables de esta situación una tregua en las protestas, los desánimos y los desacuerdos, porque después de la medida terapeútica del festejo y de haber dado salida a nuestra rabia y descontento mediante pintas y marchas, pasará un buen tiempo para que otra injusticia nos vuelva a estremecer.

Es por este efecto por el que sentí la necesidad de escribir este artículo. Mujeres, la falta de consideración hacia nosotras tiene su origen en la profunda desigualdad social a la que nos somete el sistema, desigualdad en la que no existe la consideración ni la valoración de las desigualdades físicas a las que nos somete la naturaleza, en ese campo de batalla infame por conseguir abrigo, casa, comida, vestido, salud, etc.

No importa con quién me enfrento, no hay consideración, y lo único que importa es la satisfacción individual, nada hay por encima de mi beneficio personal y quien se oponga a ello será víctima de todos los excesos de los que soy capaz.

En los periodos de cierta estabilidad social, la mujer ha sido objeto de consideraciones y ha sido cantada, se le ha hecho poesía, se ha resaltado su belleza en bellos lienzos y con su imagen se ha cultivado la ternura y el amor, pero una vez que esta estabilidad social se ve frustrada debido al despojo que ejecutan los más fuertes sobre los débiles, todas estas consideraciones se desmoronan y eso es lo que está sucediendo en el presente; la terrible concentración de la riqueza en unas cuantas manos está originando hambruna, enfermedades, imposibilidad para educarse, falta de vivienda, falta de calzado, condiciones infrahumanas de sobrevivencia, y los efectos son la violencia, la falta de respeto, de consideración, el triunfo del instinto por sobre la finura de la ternura humana.

Dice el bello poema ‘Civilización’, de Jaime Torres Bodet:

“Porque de nuevo todo es puesto en duda,
todo
se interroga de nuevo
y deja mil preguntas sin respuesta
en la hora en que el hombre
penetra —a mano armada—
en la vida indefensa de otros hombres.

En efecto, todo se desequilibra ante la exacerbación de las diferencias entre pobres y ricos, por eso la única salida para acabar con los males de esta sociedad es cambiando dicha relación, es necesario que se abrevie la brecha entre dos clases, pero no lo van a hacer los que pueden por su buena voluntad, se necesita una fuerza superior a ellas para lograrlo y esa es la fuerza del pueblo organizado.

Por esa razón, mi llamado es a las mujeres: festejemos tomando la decisión de organizarnos para luchar por una distribución más equitativa de la riqueza social y veremos, cuando lo logremos, cómo se acaban las agresiones, maltratos y crímenes en contra de nosotras, porque nadie que está satisfecho y que logra el porcentaje de felicidad a la que se puede aspirar en este mundo, puede actuar con tanta inmoralidad y salvajismo. Lo demás es mera simulación, un paliativo social.

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