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Por Romeo Pérez Ortiz

“La actitud que el hombre adopta primaria e inmediatamente hacia la realidad no es la de un sujeto abstracto cognoscente, o la de una mente pensante que enfoca la realidad de un modo especulativo, sino la de un individuo histórico que despliega su actividad práctica con respecto a la naturaleza y los hombres y persigue la realización de sus fines e intereses dentro de un conjunto determinado de relaciones sociales”. Así comienza el filósofo checo Karel Kosik su obra Dialéctica de lo concreto, recordando al hombre la actitud que debe adoptar si desea conocer una realidad concreta y transformarla. Antes de conocerla, el hombre debe ejercer sobre ella, primero, dice Karel Kosik, su actividad práctico-sensible, ya que la “cosa misma”, es decir, la realidad no se manifiesta inmediatamente al hombre.

El consejo que nos proporciona Karel Kosik, en su obra citada, debe tomarse en cuenta cuando se estudia un fenómeno concreto, en este caso las clases en línea implementadas en México por la Secretaría de Educación Pública (SEP). Resulta ilógico y hasta contradictorio que la SEP haya puesto en marcha el proyecto de las clases en línea, sin haber considerado los estudios proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) y el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) acerca del rezago educativo en México. El exsecretario de la SEP, Esteban Moctezuma Barragán, seguramente creyó que la pandemia de la Covid-19 pronto iba a terminar y pensó que la vuelta a la normalidad estaba cerca. Creyó ciegamente que la luz al final del túnel ya se veía y que la vuelta a la normalidad estaba a centímetros de distancia. Por eso no calculó el impacto de la Covid-19 en la educación y las carencias y dificultades que tendrían los estudiantes al momento de acceder a las clases en línea. No consideró necesario analizar cuántos hogares tenían acceso a Internet y cuántos contaban con televisores con canales de televisión, computadoras y celulares con Internet y, desde luego, dinero para pagar datos móviles. Es decir, en lugar de ejercer sobre esta realidad una actividad práctico-sensible, se restringió a contemplarla y de esta contemplación creó el proyecto de clases en línea que ahora tiene a más de la mitad de la población estudiantil a nivel nacional sin acceso al conocimiento mínimo como el que adquirían presencialmente.

Los datos son preocupantes y contundentes y debieron ser tomados al momento de hacer el plan de las clases en línea. Por ejemplo, 11 meses antes de que apareciera la pandemia en México, el 2 de abril del 2019, fueron publicados en el periódico de El Universal los resultados de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (Endutih, 2018), donde quedó de manifiesto el rezago educativo que padecían los estudiantes mexicanos. De acuerdo con dicha encuesta, el 47.3 por ciento de los hogares no contaba con acceso a la Internet y la mayoría de esas viviendas (16.4 millones) correspondía a la población con menos ingresos. El Inegi señalaba, además, que el 49 por ciento de aquellas viviendas que no tenían acceso a la Internet se concentraba en siete estados de la República Mexicana: Chiapas, Estado de México, Guanajuato, Jalisco, Oaxaca, Puebla y Veracruz. Es decir, la SEP ya tenía conocimiento de estas carencias y no implementó un proyecto alterno para que todos los que no tuvieran acceso a la Internet, sí tuvieran esa posibilidad, y todas aquellas familias que no contaban con computadoras, laptops o tablets en sus casas, sí pudieran adquirirlos a través de becas o apoyos.

Dos años después desde aquella encuesta de 2018, las carencias no solo no se han mantenido, sino que se han agudizado como lo muestra el censo del 2020 levantado por el mismo INEGI. De acuerdo con este censo, el 48 por ciento de los hogares a nivel nacional no cuentan con servicios de Internet, y el 66 por ciento no tiene computadoras, laptops o tablets. Las carencias, sin embargo, son más preocupantes cuando el análisis es realizado por estados y regiones de la República Mexicana. La disparidad entre una región y otra salta luego a la vista. Veamos. Según el informe elaborado por el Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales (Cemees), con base en los datos del INEGI, en la región IV que comprende los estados de Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Veracruz, Tabasco, Puebla, Hidalgo y Tlaxcala, el porcentaje de viviendas con acceso a la Internet oscila entre el 21 y 40 por ciento; le siguen, en forma ascendente, la región III, que abarca los estados de Yucatán, Campeche, Michoacán, Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas, Nayarit, Sinaloa y Durango, con el 43 y 51 por ciento de sus viviendas que cuentan con acceso a la Internet; continúa la región II que comprende los estados de Quintana Roo, Colima, Estado de México, Morelos, Tamaulipas, Coahuila, Chihuahua, con el 54 y 58 por ciento; y finalmente, la región con más viviendas con acceso a la Internet, entre el 60 y 75 por ciento, es la región I con los siguientes estados: Ciudad de México, Querétaro, Jalisco, Aguascalientes, Nuevo León, Sonora y Baja California Norte y Sur. Como puede observar, amigo lector, la región con menos acceso a la Internet es la región IV, una diferencia de entre 35 y 40 por ciento con respecto a la región I. Sin embargo, los hogares de la región I que se ubican en la mejor posición, apenas 7 de cada 10 hogares acceden al servicio de la Internet.

En cuanto a viviendas con computadoras, laptops o tablets, el rezago es similar. De acuerdo con el mismo censo, apenas el 44 por ciento de los hogares a nivel nacional cuenta con una de estas herramientas básicas para el acceso a clases en línea. Pero tan pronto como bajamos el análisis por regiones, la desigualdad y las carencias educativas se hacen evidentes: el promedio de los hogares en los estados de la región IV que cuentan con estas herramientas electrónicas oscila entre 15 y 29 por ciento, es decir, 3 de cada 10 hogares; las viviendas correspondientes a la región III, alcanzan un promedio de entre 30 y 35 por ciento, ligeramente superior a la región anterior; el promedio de los hogares de la región II, que están un poquito más arriba, oscila entre 36 y 42 por ciento, es decir, 4 de cada 10 hogares cuentan con estas herramientas básicas para sus clases en línea; nuevamente la región I, es la mejor posicionada (43 y 60 por ciento), sin embargo, apenas 6 de cada 10 hogares disfruta de estas herramientas electrónicas.

Finalmente, si consideramos viviendas que no cuentan con computadoras y no tienen acceso a la Internet, la carencia educativa se torna más cruda. En efecto, entre el 53 y 74 por ciento de los hogares pertenecientes a la región IV no cuentan con estas herramientas y servicios básicos para tomar sus clases en línea. El promedio de las viviendas pertenecientes a la región III que no disfrutan de estas facilidades oscila entre el 36 y 42 por ciento. De las viviendas en las regiones II y I, el promedio oscila, respectivamente, entre 36 y 42, y 20 y 35 por ciento, es decir, 4 de cada 10 viviendas no tienen computadoras y acceso a la Internet.

Como puede observarse, el rezago educativo es generalizado en todas las regiones de la República Mexicana. Esta es la cruda realidad de la educación en México y ya no hablemos de la calidad educativa, que es otro rezago preocupante. ¿Ante este panorama educativo sumido ahora en la pandemia, qué le queda a los jóvenes y maestros? ¿Cuál debe ser la misión del magisterio a nivel nacional ante la negativa del gobierno federal por resolver estas necesidades elementales de los estudiantes? Una sola le queda. Organizarse y crear un programa educativo que combata de raíz el rezago educativo actual y crear un proyecto científico superior al propuesto por la clase gobernante actual.

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7.

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