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(Tercera parte)

La revolución verde se refiere a la transformación radical que se llevó a cabo en el manejo de los sistemas agrícolas que fue realizado a mediados del siglo XX por el Grupo Consultivo para la Investigación Agrícola Internacional (Gciac). Creado originalmente por las fundaciones Ford y Rockefeller, el Gciac creó centros de investigación en todo el mundo donde generaron ciencia, tecnología e innovación moderna, para incrementar la producción de alimentos. Estos centros desarrollaron semillas hibridas y/o mejoradas denominadas “milagrosas”; no obstante, para que estas semillas pudieran expresar su poderío divino se tenían que cumplir tres condiciones: ser manejadas como monocultivos, usar maquinaria agrícola y riego, así como adicionarles cantidades abusivas de fertilizantes y plaguicidas sintéticos.

De hecho, las demás revoluciones agrícolas (transgénica, digital, etc.), impulsadas por el Gciac se han basado en la creación y transferencia de tecnologías en tres campos epistémicos fragmentados en campos disciplinarios: a) nuevas semillas como los híbridos y los organismos genéticamente modificados; b) nuevas técnicas de cultivos adecuadas a los monocultivos, y c) nuevos tipos y dosis de agroquímicos, cuya aplicación está totalmente condicionada a la obtención de mayores ganancias.

La aplicación de agroquímicos ha fracturado sistemáticamente la relación sociedad-naturaleza. Por ejemplo, dentro de los fertilizantes aplicados en el manejo de la agricultura comercial, destacan los nitrogenados que provocan dos tipos de daños ambientales. El primero, porque el nitrógeno se lixivia fácilmente causando la eutrofización de los mantos freáticos y, el segundo, porque se volatiza con facilidad al medio ambiente originando óxido nitroso (N2O).

Para la FAO (2016, https://bit.ly/3oPwAom), el N2O es un potente gas efecto invernadero (GEI) ya que un millón de toneladas equivale a 81 millones de CO2; es el tercer GEI y la causa principal del agotamiento de la capa de ozono de la estratosfera que, a su vez, aumenta la temperatura y retroalimenta el cambio climático, afectando la autosuficiencia alimentaria, sobre todo de los productores que siembran bajo condiciones de temporal o de secano. La aplicación de nitrógeno en la producción de alimentos causa daños ambientales que son casi equivalentes a los beneficios económicos derivados de su uso.

El caso de la aplicación de herbicidas e insecticidas es más nocivo; por ello, son conocidos como agrotóxicos ya que han aniquilado vidas humanas y la biodiversidad de flora y fauna, que está conduciendo a la sociedad moderna a la nombrada 6ª extinción, donde el ritmo actual de pérdida de las especies es cerca de mil veces superior al de la época preindustrial (Ceballos y Ortega, 2011. https://bit.ly/3amqupN). Además, produce bienes alimenticios contaminados que afectan a la salud humana, haciendo más débil al cuerpo humano y poco resistente al ataque de pandemias como la del Covid 19 causante, hasta ahora, de más de dos millones de fallecimientos.

Si no detenemos la aplicación de estos agrotóxicos, el círculo de la extinción humana y de los bienes naturales continúa su marcha inexorable originado, en parte, por el manejo comercial de cultivos, que exfolia a los bienes naturales que, a la vez, deriva en más emisiones de GEI, en el aumento del calentamiento de la tierra, así como en el surgimiento de nuevas enfermedades, que, quizá, sean más mortíferas que la actual pandemia que tiene de rodillas a la soberbia modernidad capitalista.

El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (2020. https://bit.ly/3qkldoS), asegura que las actividades relativas a la agricultura, silvicultura y otros usos de la tierra representaron a nivel mundial durante 2007-2016, cerca de 13 por ciento de las emisiones de CO2, 44 por ciento de metano y 81 por ciento de N2O, lo que representa en promedio, el 23 por ciento del total de emisiones netas de GEI. Sin embargo, hay que precisar que la mayoría de estos de GEI son emitidos por los sistemas agroindustriales, los cuales aumentan cuantiosamente si se suman las emisiones de GEI indirectas, que se generan en la producción y distribución de los insumos utilizados por estos sistemas agrícolas.

Por estas estas razones, el manejo comercial de cultivos embona cabalmente con la designación de “proyectos de muerte”, ya que trastoca el metabolismo sociedad-naturaleza, envenena al humano y a otros seres vivos, así como a los mantos freáticos y al ambiente. Además, produce comida contaminada, que paulatinamente nos enferma y degrada nuestra salud. Aunado a todo ello, el uso incesante de insumos industriales ha mermado los rendimientos unitarios a través del tiempo, como fehacientemente lo demostró Peter Rosset (1998. https://bit.ly/2LumfjA), en un interesante artículo escrito hace más de 20 años.

Palabras agudas

¡En efecto señor Presidente @Iopezobra_! “No se puede vencer a quien no sabe rendirse”; sagaz predicción del extraordinario beisbolista y filósofo Babe Ruth

Puedes leer la entrega anterior en la siguiente liga: https://www.angulo7.com.mx/2021/01/27/el-manejo-o-gestion-de-cultivos-como-nucleo-epistemico-para-estudiar-a-los-sistemas-agricolas/

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Miguel Ángel Damián Huato es profesor-investigador del Centro de Agroecología del Instituto de Ciencias de la BUAP. Fue Premio Estatal de Ciencia y Tecnología 2011 y es miembro del Sistema Nacional...