En su aterradora obra dramática Macbeth, Shakespeare hace decir a uno de sus personajes: “la reina no sólo debe ser virtuosa… sino parecerlo”.

Evoco esa frase a propósito de lo que sucede con Morena en Puebla: esta organización, creada por Andrés López Obrador (AMLO) es, sin duda, el avance más importante de la izquierda y el conjunto de las fuerzas democráticas en las últimas décadas. Encarna las aspiraciones de los sectores sociales que desde hace varias décadas vienen luchando por la transformación de México en un país democrático y con justicia social.

Sin embargo, da la impresión de que Morena comienza a sufrir la enfermedad que afecta a todas las organizaciones de izquierda en cuanto arriban al poder: no precisamente el izquierdismo, la enfermedad infantil del comunismo a la que aludió Lenin en su ensayo del mismo nombre, sino la enfermedad senil del oportunismo, y sus hermanas gemelas, el arribismo, el clientelismo, y la sed insaciable de poder.

De pronto observamos cómo determinados (y determinadas) personajes que se habían destacado como luchadores sociales antes del triunfo de Morena, se convierten en sedientos aspirantes a cargos públicos, y otros que ya lograron convertirse en diputados, regidores o presidentes municipales, proclaman –no sin vehemencia— su derecho a reelegirse en sus cargos.

Todo lo anterior no pasaría a mayores de no ser por el deplorable espectáculo que brindan ante nuestros ciudadanos no pocos de los principales miembros de la clase política de Morena, quienes, pasmados, no pueden creer que esta organización esté siguiendo exactamente los mismos pasos que su antecesor, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el cual se convirtió a los pocos años de su creación en una caricatura del partido fundado por Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, y cientos de líderes provenientes de los movimientos políticos y sociales más avanzados de la época. Al mismo tiempo, no habría que olvidar que el PRD retomó el tirso del Partido Socialista Unificado de México (PSUM), el cual surgió una vez que el Partido Comunista Mexicano, el partido mexicano de los trabajadores–, y otras organizaciones de izquierda– decidieron desaparecer para abrirle paso a un partido que aglutinara a todas las fuerzas democráticas y socialistas, en aras de construir un instrumento más sólido que permitiese la transformación del país, reiteramos, en una nación democrática y con justicia social.

La “perredización” de Morena amenaza con traer consigo el “voto de castigo” de nuestros conciudadanos, máxime si no perdemos de vista que en no pocos aspectos su triunfo hace dos años obedeció a la popularidad de AMLO. Este factor ya no estará presente en este 2021, lo cual hace posible que el electorado se incline ante otras opciones (en Puebla, ciudad capital, por ejemplo, de lanzarse el exalcalde Eduardo Rivera, éste tendrá muchas oportunidades de triunfar).

No me espanta que en Morena se haya desatado una sórdida lucha por el poder: lo que nos preocupa es que ésta se da en medio de la pandemia del Covid, la cual ha provocado –cómo es del conocimiento público— todo un cúmulo de estragos económicos, sociales, ideológicos, culturales, trayendo consigo un aumento pavoroso del empleo, del subempleo, del cierre de miles de empresas, y (casi) el colapso del sistema sanitario.

En esas condiciones, Morena debería aparecer ante nuestros conciudadanos como una organización política ejemplar, que privilegia la cristalización de sus ideales y de su plataforma programática, en lugar de presentarse como uno de tantos partidos que sólo tiene en mente la lucha por el poder.

Aún Morena está a tiempo de rectificar: de no hacerlo correrá el mismo destino, reiteramos, que el PRD.

En apariencia sigue apareciendo ante la población como la organización creada por AMLO, esto es, una organización que se propone erradicar la desigualdad, la violencia y la corrupción.

Empero, evocando la frase de Shakespeare que invocamos en líneas anteriores, “la reina no sólo debe ser virtuosa, sino también parecerlo” (parecer, en los tiempos de Shakespeare, equivalía a demostrar, cristalizar, hacer realidad una determinada aspiración o un ideal).

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