columna-invitada

Por Juan Manuel Celis Aguirre

Con mucho cariño y respeto hoy quiero hablarles de nuestra compañera tecomateca Celina Hernández Merino, que falleció este 12 de enero, pero que nos dejó grandes lecciones de trabajo en favor de los pobres poblanos.

Celina fue hija de campesinos pobres y nació en enero de 1947. Creció en una época en la que el cacicazgo mantenía a Tecomatlán sumido en el hambre, la miseria, la injusticia y el miedo. En 1974, un grupo de hombres y mujeres valientes, encabezados por el Maestro Aquiles Córdova Morán, se decidieron a revertir la situación de su pueblo y fundaron al Movimiento Antorchista Nacional. En esa primera lucha estuvieron Angelina Merino y Jacinto Hernández, padres de doña Celina. Cuatro años después, Tecomatlán tuvo al primer presidente del pueblo humilde, que fue Ramiro Hernández, hermano de Celina.

A inicios del 79, de la mano de la maestra Hersilia Córdova Morán, nació el primer pleno antorchista de Tecomatlán, compuesto por mujeres y hombres humildes del municipio. Ahí estaba Doña Celina. Decididos a cambiar a ‘Teco’ se dispusieron a trabajar. Doña Celina, con una casa y familia que atender, se levantaba más temprano que todos para, junto a sus compañeros, iniciar con los primeros proyectos del municipio.

Junto al río había un terreno, feo e irregular, pero prometedor. Ahí decidieron que se haría un lugar para que las generaciones futuras tuvieran un rato de sano esparcimiento: un balneario. De madrugada o a altas horas de la noche, se veía a doña Celina junto a muchas otras mujeres cargar botes y cubetas para nivelar el terreno, tiempo después, sembrando árboles y pasto. Después siguió el proyecto del Auditorio Clara Córdova Morán, construido a base de decenas de faenas y gracias a las actividades económicas que doña Celina y sus compañeras realizaban.

Desde que se fundó el primer pleno de Antorcha, doña Celina nunca dejó de asistir ni de cumplir su labor como plenista, hasta que los años la alcanzaron y su tiempo con nosotros se detuvo.

Mujer trabajadora y aguerrida. Madre de seis hijos. Nunca dudó del ideal antorchista. Orgullosa de su labor, siempre se mantuvo firme en la lucha, a la que ha entregado a toda su familia. Hacer las cosas bien y cumplir con las tareas de Antorcha, ése era el encargo para su descendencia.

Celina Hernández, como la mayoría de las mujeres de su época, tenía apenas la instrucción básica debido al cacicazgo que les impidió estudiar; sin embargo, era ferviente defensora de la educación y la preparación de los jóvenes. Afirmaba que Antorcha necesita gente preparada académicamente.

La casa de Celina siempre estaba llena. En su hogar recibió como a otros hijos a los destacados líderes Rodolfo de la Cruz Meléndez, la maestra Rosa María Dávila, Fernando Figueroa, Carlos Martínez Leal, Everardo Villalobos, quien ya falleció, y a muchos otros muchos compañeros; además, durante muchos años, recibía a los jóvenes artistas del Ballet Nacional. Con un cariño de madre, los proveía de atenciones y de alimento. Todo aquel antorchista que necesitara un techo y abrigo lo encontraba en la casa de Doña Celina.

El legado de Doña Celina es muy grande: es el ideal antorchista, al que ella entregó su vida. Es luchar siempre por cambiar la situación de los parias de México. Es no claudicar por más dura que sea la lucha. Este martes 12 de enero nos dejó físicamente Celina, más sus ideas y su ejemplo siguen con nosotros, más presentes que nunca.

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