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Quizá ahora en Estados Unidos no sea tan importante saber lo que precipitadamente están haciendo los sectores burocráticos y empresariales pro Biden para tratar de nulificar las posibilidades de acción política del presidente Trump en los dos o tres días que le quedan a su periodo de gobierno, cuanto saber cómo van a reaccionar él y sus seguidores viendo que se les trata de acorralar como a fieras salvajes escapadas de las jaulas. La presencia de unos 25 mil miembros de la Guardia Nacional en Washington capital, luciendo como zona de guerra, acredita que ninguno de los bandos en conflicto cree que la transmisión del poder presidencial, el 20 de enero, vaya a tener alguna condición de pacífica. De acuerdo con investigaciones de los fiscales federales que abordan el caso del asalto al Capitolio el pasado 6 de enero, participaron agrupaciones ultraderechistas y de supremacistas blancos -Proud Boys, Oath Keepers, Boogaloo Boys- e individuos proclives o participantes en acciones políticas violentas y armadas recientes. Entre las individualidades destacadas que participaron se han identificado al ejecutivo de una empresa tecnológica, un ex oficial de la fuerza aérea, un legislador estatal, el hijo de un juez estatal de Brooklyn, un nadador medalla de oro olímpico, policías municipales y bomberos, entre otros.

El problema no se centra en el presidente Trump sino se extiende ya a sus seguidores. Se presentan cargos criminales contra figuras destacadas en el asalto y probablemente se acusen a más de 300 sospechosos de haber participado; igualmente se investiga la posible complicidad de algunos legisladores con los golpistas, de los que se asegura llegaron preparados para secuestrar y hasta asesinar a congresistas contrarios a Trump. Se sabe de la existencia de amenazas contra el vicepresidente Mike Pence, y que una organización política llamada Club for Growth, financiada por multimillonarios, hizo “donaciones” a legisladores republicanos para que rechazaran los resultados electorales que se certificaban en el Capitolio, el día del asalto. El dato más inquietante lo proporciona la FBI emitiendo una alerta nacional por posibles protestas y ataques armados de agrupaciones derechistas en los 50 estados y la capital del país. Mientras tanto, Trump se alista para ausentarse de Washington el 20 de enero, antes del mediodía, en que Biden sea ungido en el cargo. Qué significado político puede atribuirse a esta planeada ausencia, ¿es muestra sólo de pesadumbre moral por la derrota electoral?, ¿una cortesía política para no incomodar a Biden en la toma de posesión?, ¿o, una coartada para no estar en el lugar de los hechos en caso de suscitarse alguna acción violenta de sus seguidores? La certeza de que esa violencia está por llegar, crece; y mantendrá en vilo la conciencia y tranquilidad de buena parte de la sociedad estadunidense por unas, muy largas, cuarenta y ocho horas.

En este escenario de alta explosividad, importaría saber cuál será la reacción de último momento que puedan tomar Trump y sus partidarios cuando ha quedado clara y manifiesta la intención de los demócratas al poner en marcha el segundo impeachment en contra del presidente: impedir que se postule en la elección presidencial de 2024. Siendo el republicano con más adeptos para tal efecto, el juicio político equivale a una elección presidencial anticipada. Pesa sobre Trump la formal acusación, hecha por la Cámara de Representantes de “incitación a la insurrección” contra el gobierno de Estados Unidos, cuya formulación técnica jurídica despertará, de entrada, muchas suspicacias y generará dudas sobre su procedencia final. Resaltando que será el primer presidente en la historia de EU en enfrentar dos juicios de esta naturaleza, quizá deba reservarse un espacio en blanco en esa historia por si, llegado el momento, fuese necesario hacer la anotación de que también sea el único que los haya enfrentado sin ser sancionado en ninguno.

Existen dudas sobre el desempeño de Trump, como jefe de Estado del país más poderoso del planeta, que deberían mover a mayor reflexión en tanto sus modos representan gobernar para conseguir una forma específica de organización social, en este caso de la sociedad estadunidense; y, al mismo tiempo, sobre las formas de organización social en otros países del mundo que no pueden vivir en paz debido a que el espíritu imperial con que se conducen los presidentes de EU -no solo Trump- les marca pautas de organización interna que deben obedecer bajo la amenaza de violencia de guerra con que éstos suelen respaldar sus exigencias extraterritoriales, cuyo verdadero fondo es obtener el control de las riquezas naturales ubicadas en los territorios de otros pueblos del mundo, y la explotación de la mano de obra en condiciones de dominación y pobreza. Siendo jefe de Estado, normado su ejercicio de autoridad por la Constitución y las leyes del país, ¿sus decisiones y acciones políticas emanan, única y exclusivamente, de los alcances y posibilidades de su intelecto como individuo?, ¿es un apóstol de la democracia y por ello dice defenderla en otros países como en el suyo?, ¿él determina acusar de terroristas a otros gobiernos que no se someten a su voluntad, hacerles guerra, despojarlos de sus bienes, bloquear sus economías, asesinar liderazgos?, ¿él decidió el manejo dado a la pandemia y la economía?, ¿los partidarios de Trump, participan en acciones violentas y polarizan la sociedad, sólo porque creen que existió fraude electoral? La respuesta es, no. Todo lo que decide y hace el jefe de Estado representa la voluntad de querer y hacer de ese estado, expresando la elección concreta de una forma de organizar a la sociedad mediante el ejercicio del poder público. Quienes tienen interés económico en la prevalencia de ese modo de organización social, lo defienden.

Los hechos duros señalan que Trump puso a girar la economía de los distintos sectores sociales de su país en derredor de las exigencias del bichito coronavirus. Una guerra comercial acompañó su decisión de motejarlo como “el virus chino”. La aparición del virus cuya forma de prevención de contagio ha sido el “quédate en casa”, corrió en paralelo a la implantación de la revolución tecnológica que ha impuesto el home office. El presunto atraso científico para combatir el virus, que ya cobra la cifra cercana a las 400 mil vidas, fue puesto en duda por él mismo al haberse curado del mal con remdesivir, un medicamento existente en farmacia. Pero el dato más revelador sobre el manejo de la pandemia es que “Los hombres y mujeres más acaudalados del mundo aumentaron su riqueza 18 mil dólares durante el año pasado por cada nuevo pobre que ha dejado la crisis por el Covid-19”; “Mientras la economía tuvo su mayor caída en 90 años y millones de personas perdieron sus empleos, las 500 personas más ricas del mundo –0.001 por ciento de la población mundial– vieron el mayor crecimiento de sus fortunas en ocho años…Ganaron un billón 800 mil millones de dólares el año pasado, 31 por ciento más que al cierre de 2019; “Como resultado, cinco personas –cuatro de ellos estadunidenses y dueños de los principales negocios de tecnología cuya regulación tributaria sigue en vilo a nivel mundial– ahora poseen una riqueza que supera 100 mil millones de dólares” (https://www.jornada.com.mx/2021/01/11/economia/017n1eco). Trump ha mostrado, de la manera más cruel, el sentido político y los efectos sociales que produce el manejo empresarial del estado: “El Gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”. (Marx, Engels, Manifiesto del partido comunista).

En EU, y en cualquier país, es impropio hablar de “la crisis política, económica y de salud sin precedente que enfrenta el país”, cuando sólo la padece la mayoría de la población, pero la disfruta la diminuta élite que la cultiva utilizando al Estado y su gobierno. El intento golpista de Trump no era sólo para mantenerse en el poder, representaba la decisión de la élite de las tecnologías de mantener la economía de la muerte que tantas ganancias genera como forma de organización social. Lo único que falta saber es, qué hará el pueblo estadunidense con Joe Biden ofreciendo “restaurar el liderazgo global y moral del país”.
Heroica Puebla de Zaragoza, a 17 de enero 2021.

José Samuel Porras Rugerio

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