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Por Rosa María Dávila Partida

La escisión de la clase dominante estadounidense en dos fracciones cobró un cariz violento y alarmante con el asalto al Capitolio. La turba de simpatizantes de Donald Trump dejó claro que su fracción no se declara vencida y está presta a la pelea. Sería ingenuo aceptar las versiones frívolas de que Trump llamó a sus seguidores a tomar el Congreso porque está loco y, por tanto, una vez que entregue la presidencia el 20 de enero todo volverá a la normalidad. No. Trump no actúa así por locura, sino porque la fracción que representa tiene para el imperialismo norteamericano un modelo diferente de país. El asunto es grave y trascendente para el mundo, y con mayor razón para México. Los megamillonarios norteamericanos, como miembros de la misma clase, están de acuerdo en que deben resolver el problema de mantener la hegemonía absoluta en los terrenos económico y militar de Estados Unidos sobre el mundo entero, sin tener que renunciar a su riqueza y privilegios al interior del país; pero se dividen en cómo hacerlo.

Los trumpistas, que son mayoría en el partido republicano, se llaman “patriotas” y “soberanistas” y defienden que lo importante es desarrollar el capital industrial y comercial, que EUA debe garantizar la superioridad económica, con mayor producción y productividad, con la innovación acelerada en calidad y variedad de la oferta (incluso creando productos nuevos y atractivos) para conquistar mercados y dominar al mundo sin necesidad de la manu militari. Esto sin descuidar la superioridad militar absoluta, para amenazar a los posibles rebeldes, pasando a la acción solo en casos extremos. En consecuencia, su corriente sostiene que es hora de abandonar el imperialismo territorial, es decir, el que exige la presencia física y el dominio político directo de EE. UU. sobre el territorio y la población de los países débiles o menos poderosos que él.

La mayoría de los demócratas identificados como “globalizadores” defienden, por el contrario, al capital bancario básicamente especulativo, y priman el empleo de la guerra, de la desestabilización e incluso de la destrucción y el caos total de las naciones menos poderosas, para asegurarse su sometimiento total y la explotación sin trabas de todo lo utilizable sin correr el riesgo de protestas o levantamientos armados, encabezados por un Estado “nacionalista” cuya existencia o reorganización no se permitiría, de ningún modo, según esta teoría. Es la política que hemos visto aplicar en el norte de África, en Egipto, Irak, Afganistán, Líbano, Palestina, Siria y otros. La primera acción de la política exterior de Biden, según lo dijo él mismo, será fortalecer la OTAN, a la que considera “el corazón mismo de la seguridad nacional de Estados Unidos”. Más claro ni el agua.

Trump perdió las elecciones, pero su corriente incrementó en 15 por ciento la cantidad de votos que obtuvo en 2016, en noviembre de 2020 alcanzó los 73 millones. Además, sostiene que el modelo por él propuesto es, quizá, la última oportunidad de salvar el Imperio económico y militar de Estados Unidos con un costo mínimo; los “globalizadores” ven en el cambio de modelo un golpe mortal para el complejo militar-industrial, principal sostén de ese mismo Imperio. “Sin guerras no hay industria armamentística”, y sin industria militar no hay poderío económico que defender, argumentan. Y a su modo tienen razón. El triunfo de Biden es inaceptable para Trump y seguidores, porque representa el retorno al pasado puro y simple, un pasado de guerras y conflictos cuyo costo han pagado las clases trabajadoras y contra el cual votaron al apoyar a Trump. De este tamaño es el verdadero conflicto.

En México el problema de fondo es igual de grande. Si López Obrador consiguió 30 millones de votos es porque prometió sacar al país del pasado de corrupción es cierto, pero también de desempleo, inseguridad, falta de oportunidades y gobiernos insensibles ante las justas demandas populares. Que solo fue la forma de engañar al pueblo con falsas promesas también es cierto; a dos años el fraude de la 4T es manifiesto, pero ello solo evidencia que todo ese malestar de la población mayoritaria sigue esperando una solución verdadera.

Por eso el reclamo de Antorcha ante la triple alianza opositora a Morena es que defina con claridad los objetivos políticos de la alianza, que deje explícito si está de acuerdo con los cuatro puntos que plantemos: la creación de empleos, la elevación sustancial de los salarios, la política fiscal que haga pagar más a los que tienen más ingresos y la reorientación del gasto público para atender las carencias de las mayorías. Debemos ser capaces de leer el significado de las declaraciones ambiguas y el silencio. Debemos saber quién sí quiere el progreso de las mayorías. La grave situación del país así lo exige.

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