Es un hecho que en pleno 2021, aún los roles y estereotipos de género y su impacto en los comportamientos ciudadanos, son evidentes en la división y percepción social.
Su interpretación sigue siendo basada en la cultura, costumbres y, en el menos peor de los casos, en los moldes de conveniencia.
Los procesos de codificación abierta y axial recolectan la información que permiten los enlaces de identificación de hombre y mujer; estos guardan diferencias en torno a la socialización de los géneros viajando entre la tradicionalidad de los roles y estereotipos y su transgresión.
Asumir una visión de género dentro de la actividad social es cada vez más abierta, pero aún compleja en la realidad cotidiana. Mantener una postura de autovigilancia, así como, de vigilancia del sexo opuesto, hacen una tarea difícil aunque no imposible.
Es un hecho que no es necesario caer en la ruptura del molde físico para asumir una postura abierta de respeto al sexo opuesto, pero sí de los modelos ideológicos y culturales.
Los hombres no nacen, se hacen; lo mismo se puede decir de las mujeres. En lo general nuestras percepciones son un gran conjunto de emisiones tradicionales de la cultura que habitamos y que nos enseña y define a ser hombre o a ser mujer.
De esta manera, nuestras vidas no solo están marcadas biológicamente, también por los estereotipos y la repartición de roles que se nos imponen desde la primera ecografía y que mucho de ellos provienen de la ignorancia y también de las conveniencias que durante siglos permean en la sociedad.
Nuestros gestos, formas de sentir, de hablar y de movernos, están determinadas por estos condicionamientos de género que parecen invisibles porque están asumidos como naturales y que así mismo evocan nuestras maneras de asumirnos en nuestra sexualidad, profesión y hasta elementos tan básicos como por ejemplo: que elegimos por vestir, hacer en nuestro tiempo libre, etc.
“Nuestras creencias y emociones”
“Las mujeres son débiles por naturaleza, los hombres necesitan más variedad sexual que las Mujeres, a las mujeres se les da mejor limpiar, a todos los hombres les apasiona el fútbol, a las mujeres lo que les gusta es productos de belleza, a los hombres lo que les gusta es estar con sus amigos, etc”. Todos estos condicionamientos pueden no ser trascendentes es un significado, pero si en las consecuencias de su significante. Ahí el dilema, el problema.
Si bien no todas los condicionamientos son artificiales, muchos si han sido formados de manera sospechosa a lo largo de la historia. En esta situación si podemos afirmar que todas, o la mayoría de las etiquetas humanas son artificiales, y nuestros modos de pensar, de crear modelos a seguir y sus realidades, atraviesan por una ideología hegemónica: el patriarcado, que es un sistema transversal a los diferentes sistemas religiosos, sociopolíticos y económicos (islam, cristianismo y budismo, dictaduras, repúblicas, monarquías, democracias, feudalismo, capitalismo…), a los que se adapta sin problema.
Esto ha influido en las relaciones sociales y afectivas que tenemos entre nosotros, y ha incidido de manera muy dañina en nuestros sentimientos y sexo, determinados en gran medida por las normas, tabúes, etiquetas y obligaciones de género en una sociedad dominada por la heterosexualidad y la bipolaridad.
Es necesario asumir el reto, y que esto nos permita identificar y hacer visibles las prácticas e ideologías que provoca la participación diferenciada, jerárquica y desigual dentro de las instituciones sociales, políticas y económicas de mujeres y hombres.
Es necesario hacer conciencia y cuestionar el concepto de lo normal y analizar los estereotipos y los mitos que, pese a ser creaciones culturales, representan la desigualdad entre los seres humanos.
Hagamos equipo. Rompamos etiquetas y probemos el rol de una nueva masculinidad que dé certeza, confianza y equilibrio al concepto de hogar, de familia, y una movilidad congruente a la sociedad en que vivimos.
Por Jorge García
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