A estas alturas creo que ya se han escrito excelentes artículos acerca del II Informe del gobernador Miguel Barbosa Huerta. Pienso, por ejemplo, en el que publicó Carlos Figueroa Ibarra en E-consulta el 15 de diciembre (intitulado : Barbosa, balance inicial tras un año difícil). Coincido en todo, excepto en lo referente a la interpretación de las relaciones del Ejecutivo estatal con el rector de la BUAP. Por el momento no me detendré en este asunto. Pienso abordarlo de manera especial en un libro ad hoc.

Más allá de las cifras, estadísticas u otros datos acerca del segundo año de gobierno de Barbosa, pienso que hace falta detenerse en un aspecto fundamental de la gestión de éste: me refiero a la gobernabilidad. Tomando en consideración, como subraya Figueroa Ibarra, las circunstancias adversas que enfrenta Puebla y el país en general debido a la pandemia del Covid 19 (que ha provocado, entre sus secuelas más lamentables, la caída de la economía, con el consiguiente cierre de empresas, desempleo, subempleo) la gestión de Barbosa ha logrado asegurar la gobernabilidad del estado, sorteando todo tipo de obstáculos.

Al afirmar lo anterior de ningún modo perdemos de vista que Puebla dista mucho de haber resuelto problemas tales como la delincuencia, el azote de los feminicidios, la zozobra que vivimos por la inseguridad, en contrapunto a problemas irresueltos como la modernización del transporte público, la desprivatización del agua potable, etc., empero, pese a ello, Barbosa Huerta ha logrado mantener firme el timón de la gobernabilidad, evitando en todo momento recurrir a las iniciativas autoritarias que tanto añora la ultraderecha.

Evoco al respecto la brutal represión que desató el gobernador Gonzalo Bautista O’ Barril en los años setenta, misma que cobró la vida de varios universitarios, so pretexto de la “inestabilidad que vivía el estado”, debido a las protestas sociales que en esa época estallaron en Puebla. En lugar de buscar soluciones políticas a dichas protestas, el gobierno respondía con la represión policiaca, lo cual no provocaba otra cosa que el exacerbamiento de las contradicciones.

Hoy los sectores y grupos inconformes pueden manifestarse libremente sin temor a sufrir el acoso de la fuerza pública. Incluso algunos de ellos pueden tomar las instalaciones del Congreso —como sucedió hace unos días– sin verse expuestos a la represión. Pueden ventilarse públicamente las diferencias entre los diversos sectores del actual partido hegemónico, Morena, sin que esto se convierta en un escándalo político. Incluso –algo que no se había visto antes– espacios controlados por el mismo partido gobernante, como el Ayuntamiento de Puebla, pueden confrontarse con el Poder Ejecutivo sin que ello altere la gobernabilidad.

En síntesis, pese a los enormes problemas que vive la entidad –pandemia, delincuencia, desempleo— se ha logrado respetar la tolerancia, cuestión fundamental para toda sociedad que pretende erigir un régimen democrático, que no es precisamente un régimen exento de contradicciones. Tal como decía Winston Churchill, “la democracia es el peor de lo sistemas políticos, a excepción de todos los demás”.

Desde luego no perdemos de vista el equilibrio inestable que predomina en nuestro estado. De no recuperarse en un lapso relativamente breve la economía, se corre el riesgo de que se trastorne la vida política y social. La incertidumbre y la zozobra que provocan el desempleo y el subempleo son los peores enemigos de la paz pública. De no lograrse avances importantes en el combate a la delincuencia y la inseguridad pueden surgir, si es que no estallidos de violencia social, sí una exacerbación de la anomia (fenómeno que tiene que ver con la desconfianza de los ciudadanos hacia las instituciones, de acuerdo con el sociólogo Emile Durkheim), lo cual a la postre es más peligroso a mediano y largo plazo que el estallido social.

Mientras tanto, retomo el planteamiento que expresé en mi libro ¿Qué hacer?, publicado hace unos meses : “Reviste una importancia fundamental que el ejecutivo poblano cuente con el respaldo popular para cristalizar sus promesas de campaña, sobre todo las concernientes al combate a la delincuencia y la inseguridad”. En contrapunto, es de vital relevancia que la izquierda o las izquierdas respalden a Barbosa, más allá de las diferencias que sostienen con su gestión. Desde luego, también se torna preciso que el ejecutivo poblano supere su animadversión hacia tal expresión política. Este no debe perder de vista que, gracias a los movimientos y luchas que emprendieron las fuerzas democráticas y de izquierda en los años sesenta y sesenta del siglo pasado, nuestra entidad dejó de ser la entidad levítica y atrasada en que la sumieron tantas décadas de predominio del cacicazgo avilacamachista.

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