columna-invitada

Por Enrique Carvajal Gomezcaña

Los aportes artísticos de Francia en el siglo XIX han sido de mucha relevancia en las sociedades contemporáneas de occidente. La literatura en ese siglo dio lugar a diversos movimientos literarios, entre ellos el Naturalismo. Guy de Maupassant (1850-1893), un joven literato que tenía “tendencias naturalistas” logró una obra maestra con su cuento “Bola de Sebo”. Así la calificó Gustave Flaubert, que fue su maestro y protector.

Se trata de un relato que transcurre durante la guerra franco-prusiana de 1870, y que da marco a escenas magistralmente dibujadas, en las que Maupassant nos muestra el retrato de los resabios feudales y de una sociedad capitalista prácticamente consolidada. La acción transcurre esencialmente en una diligencia que parte de Ruan, para dirigirse a Dieppe, desde donde se embarcarán a El Havre, lugar que aún sigue en manos de los franceses. En ese transporte, Maupassant reúne a las clases altas, con toda la hipocresía, falsedad y egoísmo que las caracteriza; a un demócrata revolucionario incapaz de acciones prácticas; a dos religiosas que viajan en el grupo y que muestran su adhesión a las clases altas y su menosprecio por el pueblo; y, finalmente, al pueblo, representado por una prostituta, Bola de Sebo, que es la heroína de la narración. Emprenden el viaje para salir del territorio ocupado.

Bola de sebo -a la que apodaban así por ser bastante entrada en carnes-, aparece como una heroína que se sacrifica por todos. Maupassant resalta sus cualidades y presenta a su personaje como un ser inocente, inconsciente y generoso, arrebatado al defender lo que considera justicia, siempre dispuesto a ayudar a los demás y a convidar una de las cosas más queridas a sus ojos: la comida. Pareciera que Bola de Sebo es un ser miserable, pero Maupassant deja claro que miserable es la sociedad en la que se encuentra esa mujer. Se trata de un personaje que se revela en varias facetas. Es empujada por los demás viajeros hacia el capitán prusiano que encabeza la ocupación en Totes, y que pone como condición pasar la noche con Bola de Sebo para que la diligencia pueda continuar el viaje desde Totes, donde debieron hacer parada, hasta su destino. De entrada es esa “mujer galante”, cuya profesión va en contra de la moral, pero que muestra un sincero espíritu cristiano e ideas políticas bien definidas en torno a cómo debe defenderse a la patria y que, finalmente, acepta sacrificarse en beneficio de sus conciudadanos. Un personaje contradictorio, pero que acaba por inspirar respeto. Pero Maupassant no se limita, a presentárnosla como una persona de gran corazón, sino que insiste también sobre otras cualidades más profundas que parecen estar en desfase con su actividad.

Cornudet es el otro personaje clave del relato. Se trata de un personaje presentado esencialmente según sus ideas políticas. Al igual que Bola de sebo, es un patriota, y el autor se sirve de él para darnos una idea negativa del pensamiento de los republicanos franceses de aquel entonces, y de los oportunistas en general. Como algunos ocupantes de la diligencia, aun cuando se le oye afirmar su diferencia y desprecio por la burguesía, demuestra arribismo y sus actos están reducidos a sólo palabras, puesto que parece incapaz de actuar. La canción de La Marsellesa, que el demócrata entona al final, adquiere todo su sentido en el efecto que se supone hace a los burgueses, es decir en destacar su desvergüenza y su hipocresía.

Los Loiseau son gente de pueblo, advenedizos que, habiendo adquirido recientemente una cierta fortuna de origen dudoso, los ha situado en el rango de la burguesía; son dos seres carentes de escrúpulos que, con tal de conseguir sus fines, están dispuestos a unirse en su hipocresía. El Sr. Loiseau es un individuo odioso, tiene mal gusto y no puede impedir disimular su falta de educación cuando se encuentra en sociedad.

Con los Carré-Lamadon nos encontramos en un estadio más alto en la jerarquía social. Se trata de representantes de la burguesía normanda, cuyos importantes negocios pueden desempeñar un papel primordial a nivel político, y cuyo poder, esencialmente se debe al dinero que poseen. Maupassant destaca su carácter hipócrita, pues no tienen nada de patriotas convencidos. Del mismo modo, su esposa joven y bonita, con su conducta licenciosa ante los militares –aunque sean prusianos- queda colocada por debajo de Bola de Sebo, a quien desprecia.

En ese microcosmos, los condes Bréville son los representantes de la nobleza y, más en particular, de los aristócratas normandos. Maupassant no los aleja más que a los demás de su mirada crítica y satírica. Están destinados a reflejar los valores concedidos a la nobleza: el honor y el coraje, pero su comportamiento es cobarde y exagerado. El conde también invita a Bola de sebo a ceder ante el prusiano, mediante argumentos contrarios a los valores que pretende defender con su título de conde. Según él, ella debe ceder porque el oficial alemán es su superior, y de hecho no hay alternativa posible. La condesa, que en un principio no pertenecía a la nobleza, sabe representar su papel. Maupassant muestra a los Bréville como los aristócratas para quiénes los signos de nobleza están esencialmente basados en la apariencia.

Las religiosas. Por medio de estas dos mujeres, Maupassant dirige una acerba crítica a la Iglesia y a las instituciones religiosas en general. Sus retratos revelan una gran caricatura. Parece primordial para Maupassant haber puesto en escena a dos representantes de la Iglesia cuya ideología ha estado siempre al servicio de las clases dominantes. Las dos religiosas son presentadas como físicamente opuestas; una es vieja, agresiva y de una fealdad exagerada, la otra es joven, de aspecto más correcto pero consumida por la enfermedad.

Todos ellos, excepto Bola de Sebo, han movido todo tipo de influencias para obtener los salvoconductos que les permiten dirigirse a El Havre. Que los militares se ocupen de expulsar a los prusianos, ellos dejarán Francia y se dirigirán a Inglaterra si no termina pronto la ocupación alemana. Bola de sebo se encuentra a bordo de esa diligencia para huir lo más rápido posible porque ella se ha rebelado contra un prusiano.

El viaje comienza con el menosprecio hacia Bola de Sebo, y se deja sentir por las mujeres con la indiferencia que la deja prácticamente invisible a Bola de Sebo. Sin embargo con la tardanza de la diligencia por el mal tiempo, y sin que se divise ninguna hostería en la cual alimentarse, empiezan todos a sentirse atenazados por el hambre y se percatan de que olvidaron avituallarse para el camino. Todos, excepto Bola de Sebo, que empieza a sacar de su cesta toda clase de alimentos, con los que se torturan los estómagos de los pudientes que no se atreven a pedir que se les convide por temor a cometer una falta a la etiqueta de su clase. Sin embargo, Monsieur Loiseau, con su desfachatez característica es el primero en aceptar participar del festín que termina realizándose con todos, gracias a la previsión de Bola de Sebo, que por obra de la comida empieza a ser tratada como “gente decente”.

Ya en el albergue, el Teniente alemán, a pesar de que todos los salvoconductos están en orden, no permitirá que la diligencia continúe su viaje a menos que la señorita Rousset acepte pasar la noche con él. El oficial prusiano es autoritario, implacable, y su superioridad interpela a los burgueses que acaban por ceder. Sin embargo es el único en nombrar a Bola de sebo por su verdadero nombre precedido de un «Señorita» de apariencias respetuosas. Esta guerra fue considerada como un desastre nacional, y marcó enormemente la mentalidad de los franceses tal como lo explica Maupassant en una carta a Flaubert, pues, bajo la influencia de la guerra se pueden trastocar todos los comportamientos. La guerra, entonces, tiene otras funciones distintas a sólo servir de decorado. Forma parte de la narración, y los personajes, tan diferentes como sean, jamás habrían podido estar reunidos en otras circunstancias. El sacrificio de Bola de Sebo, al que es empujada por todos los ocupantes de la diligencia no puede ser considerado fuera de este contexto. Finalmente fueron los argumentos de la religiosa anciana los que lograron convencerla de ceder ante el ocupante prusiano, una persuasión criticable, digna de los abusos cometidos en nombre de Dios. Ella es representativa de todo un pueblo que, frente al ocupante, es objeto de un chantaje, e, impotente, siente la vergüenza y el odio por el enemigo.

Finalmente, por obra de los oficios de todos, pero sobre todo de la anciana religiosa, Bola de Sebo cede ante el enemigo y se sacrifica en aras de que el viaje pueda continuar. Nuevamente en la diligencia, todos tratan de evitar el contacto con la “mujer impura”, quien esta vez se olvida de llevar alimentos para el camino. El resto, que esta vez sí se previno, comienzan a comer sin convidar a la “prostituta” que, a sus ojos, simplemente cumplió “con el oficio al que se dedica”. Bola de Sebo siente deseos estrangularlos a todos, pero sólo le queda contenerse y en su ira, las lágrimas comienzan a escurrir por su rostro, mientras el “demócrata” entona la marsellesa, que es ahora el himno nacional de Francia.

Maupassant logra en su relato retratar la realidad de aquel entonces, penetrando profundamente en la esencia de la conducta de las clases dominantes, a punto tal que mutatis mutandis, podemos ver ahora en todo los países del mundo “libre” -a nivel macro-, lo sucedido en la diligencia, en su forma más cruel y despiadada.

No puedo dejar de pensar en México, donde los poderosos exigen al pueblo los mayores sacrificios, dejándolo a su suerte, sin más alternativa que morir de hambre, morir por la pandemia de Covid-19, después de que los pobres con su trabajo alimentan a esos poderosos que abusan de ellos. El pueblo tabasqueño sufre el menosprecio de los poderosos actuales, y merece toda nuestra solidaridad. El relato de Maupassant debe finalizar con el pueblo ocupando el lugar de honor en la diligencia, pues todos los que viajan en ella viven gracias al trabajo de ese mismo pueblo.

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