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Nadie está impedido de buscar y analizar todas las aristas o perspectivas que ofrece la secuencia de los hechos sociales que conforman el acontecer cotidiano de la vida política en sociedad; tampoco para formular toda clase de hipótesis que propongan dar explicación lógica y científica a tales hechos con una finalidad central: saber qué tipo de sociedad somos, por qué somos así y no de otra manera; y tener elementos de sano criterio para decidir colectivamente el tipo de sociedad que queremos construir. Partimos de un hecho cierto: durante siglos hemos construido la sociedad que actualmente tenemos. Al analizarla, debemos decidir si la mantenemos tal cual viene siendo, o concluimos en la necesidad de cambiarla. Esta determinación ofrece otro problema: ¿cambiarla?, con qué nuevas características, y cómo dárselas. Las respuestas las dará el análisis profundo que se haga sobre los hechos que configuran el modo de ser social actual, y las alternativas también emergerán de él, posibilitando imaginar otro tipo de sociedad, diferente, nueva, que se quiera construir o a la que se aspire.

La llegada del virus SARS-CoV2, por ejemplo, está aterrorizando al mundo entero; sin embargo, un millón de muertos después, a ciencia cierta todavía no sabemos si se trata de un virus de origen natural, o producto de un laboratorio. Una u otra hipótesis llevaría a la ciencia por senderos distintos. La respuesta a esa duda no la tienen las grandes mayorías sociales, de por sí excluidas del acceso al conocimiento por diversidad de mecanismos políticos, económicos y sociales; pero, ¿tampoco la tienen los círculos científicos de las grandes empresas transnacionales que dominan las industrias, química, petroquímica, y farmacéutica? ¿Estamos plenamente seguros de que el problema de salud generado por la Covid-19 no está en la lógica perversa del problema-reacción-solución?; es decir, crear un problema para asustar a la gente con la finalidad de ofrecer, luego, una solución previamente planeada sobre la reacción o efecto anticipadamente previstos? ¿La pandemia no está siendo el mecanismo de implantación de la revolución tecnológica en el mundo?

Alejandro Macías Hernández, infectólogo de la UNAM, sostiene: “Desde el inicio de la pandemia los médicos se han visto abrumados con información de lo que se puede hacer y de lo que no en cuanto a tratamientos contra el coronavirus. Aún no hay vacunas o medicamentos específicos contra el Covid-19. Hay mucho escepticismo sobre cuál es el manejo más adecuado, los médicos se debaten entre hacer mucho o hacer poco en el tratamiento. Tratamientos como el remdesivir son cuestionables, además de que no todos los países cuentan con este medicamento. Hay estudios que dicen que funciona, otros que no”.

(https://www.jornada.com.mx/2020/10/26/politica/013n1pol). ¿Cómo evaluar este criterio de un especialista, frente al hecho de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, respaldado por sus médicos, sostuvo frente al mundo haberse curado del coronavirus con un tratamiento de remdesivir; o el de Jair Bolsonaro afirmando que la hidroxicloroquina habría curado a muchos enfermos en Brasil? ¿Qué decir de los estudios de la Universidad de Oxford, Inglaterra, que recomendaron el uso de la dexametasona para el tratamiento de la enfermedad? Cuando el infectólogo Macías afirma que los médicos se ven abrumados con información sobre lo que se puede, o no, hacer en cuanto a tratamientos contra el coronavirus; está diciendo que los médicos no utilizaron los conocimientos que adquirieron al formarse como tales para diagnosticar la enfermedad y prescribir el tratamiento medicinal para su cura, sino que los abrumaron con información para ello; es decir, los médicos no aplicaron su propio conocimiento científico; fuentes ajenas les indicaron lo que debían hacer. De ahí su escepticismo.

El nivel de contagio y letalidad mostrados hasta ahora por el virus obedecen, básicamente, a dos factores humanos más que víricos: el real, o inducido, atraso de la ciencia; y los desmantelamientos gubernamentales de la infraestructura hospitalaria y los servicios de salud públicos, con que se privilegió a la medicina privada. Pensar en la existencia de un atraso científico real choca frontalmente con la presencia omnímoda, avasallante, de los increíbles progresos científicos observables en prácticamente todos los ámbitos de la vida social que cuestionan esa posibilidad. Por el contrario, inducir deliberadamente a hacer creer que ese supuesto atraso científico es la causa real de la propagación del virus y sus consecuencias mortales, como fúnebre preámbulo para sembrar la necesidad de una vacuna como única posibilidad para la contención de la epidemia, tiene una veta mercantil inocultable: comerciar con la salud de la población y hacer de la vacuna un negocio. Esta hipótesis tiene lógica y natural correspondencia con el desmantelamiento de las instituciones de salud pública. La salud y curación de las personas depende, de los sistemas de seguridad social que cada país ofrece al trabajo formal; de los seguros privados que algunas empresas ofrecen a sus empleados. El resto de la población queda a merced de la medicina privada, a los vaivenes del mercado, y al criterio del dinero -quién tiene y quien no- como regla de acceso para la recuperación de la salud.

Asa Cristina Laurell sostiene: “La búsqueda afanosa de una vacuna contra el Covid-19 se hace en su gran mayoría por las empresas de la poderosa industria farmacéutica, la cual ha sufrido un rápido proceso de concentración durante la última década. Paralelamente, ha disminuido la producción pública de vacunas que antaño se consideraba un elemento básico de la seguridad y soberanía nacionales. En la coyuntura de la actual pandemia, los gobiernos han subsidiado o financiado a los privados, como es el caso de Moderna y el gobierno estadunidense o AstraZeneca en colaboración con la universidad de Oxford. (…) Es, pues, otro caso de socialización de las pérdidas y apropiación privada de las ganancias” (https://www.jornada.com.mx/2020/08/13/ciencias/a03a1cie). La dolorosa situación por la que atraviesa el pueblo estadunidense ha sido prototípica y emblemática del manejo gubernamental, económicamente interesado, de la epidemia. La receta básica de contención de la proliferación del virus -aislamiento social o quédate en tu casa- está ¿coincidiendo?, con las exigencias de la imposición del trabajo en casa, Home office, o teletrabajo, que la revolución tecnológica está implantando en el mundo como nuevo modo de producción social y de acumulación y concentración de la riqueza en pocas manos. Estados Unidos encabeza la lista de los hombres más ricos del planeta que son los dueños de esas modernas tecnologías.

Las cifras de ganancias y acumulación de capital para la industria farmacéutica son elocuentes. De marzo a mediados de octubre de este año, sin existir vacuna, seis empresas globales -Johnson & Johnson, Pfizer, Moderna, BioNtech, Novavax, y AstraZeneca- aumentaron su valor en 98 mil 700 millones de dólares, es decir, 15.7 por ciento de su capital. A mitad de noviembre, en menos de una semana, la sola expectativa de la vacuna anunciada por Pfizer y BioNTech hizo que las principales empresas farmacéuticas incrementaran en aproximadamente 40 mil millones de dólares su valor de mercado. (https://www.jornada.com.mx/2020/11/13/economia/022n1eco). La salud de una gran parte de la población del mundo está en manos de 6 empresas. En un frío cálculo de mercado, empresarial o monetario, ¿les convendría sacar ya la vacuna? En estas circunstancias, ¿quién garantiza que la futura vacuna no será una simple solución de remdesivir, dexametasona, o hidroxicloroquina? ¿En el ámbito de la salud, qué tipo de sociedad queremos construir?

Heroica Puebla de Zaragoza, a 15 de noviembre 2020
José Samuel Porras Rugerio

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