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Las ciencias químicas y de la salud en el mundo deben estar de luto permanente; la información científica con que se imparte su enseñanza en universidades e institutos de estudios avanzados se sentirá apenada, o quizá mortificada, de su insuficiencia; las bibliotecas especializadas se ruborizarán al percatarse del enorme atraso del conocimiento que almacenan; y la educación científica pase por una decepción profunda, en la misma medida en que las sociedades se frustran y desesperan mirando impotentes los destrozos que causa, en todos los órdenes de la vida social, la letalidad de un virus que cunde y arrasa vidas humanas a su paso sin que su expresión organizativa, el Estado, atine con prontitud y eficiencia a generar planes de contención y cura de la enfermedad mortífera que, cual moderna peste, azota al planeta y pone a la población en riesgo de contagio sin saber cómo, dónde, ni cuando caerá presa del mismo. Con escasa sensibilidad Donald Trump ha dicho: “Están corriendo hacia la muerte al igual que soldados corren hacia las balas. Veo eso con los doctores y las enfermeras y toda esa gente que entra a esos hospitales. Es increíble y es algo hermoso verlo”. En México, Thierry Hernández, jefe de Urgencias del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán afirma: “tampoco me había tocado ver tanto desapego a la medicina basada en ciencia…vemos a nuestros pacientes que se agravan y no hay nada que podamos hacer por ellos”.

Recientemente, investigadores de la Universidad de Oxford, Inglaterra, dieron a conocer que el uso de un antinflamatorio denominado dexametasona comprobó la disminución de un tercio de la mortalidad en enfermos graves de Covid-19 conectados a ventilador. La Dexametasona –dicen- es un producto de bajo costo que se utiliza para el tratamiento de padecimientos como artritis, algunos trastornos de la piel, la sangre, el riñón y los ojos. Institutos de salud de EU afirman que se emplea en alteraciones de tiroides, asma y algunos tumores malignos. Con esa información el investigador Paul Sax, profesor de la Escuela de Medicina de Harvard, en EU, señala que “sería una falta de ética no dar dexametasona a los enfermos de Covid-19”.

En medio de la incertidumbre que afecta y amenaza la naturaleza y vida gregaria del ser humano, se abre paso como presunta medida efectiva para evitar el temido contagio el “quédate en casa”. Las naciones anuncian una nueva normalidad en que cada habitante deberá cuidar sus niveles de cercanía con los demás para evitar contraer o contagiar el virus. Sin embargo, parecía haber ya un ensayo previo. La adquisición de bienes y servicios a través de aplicaciones que ofrece la tecnología smartphone –comida, entretenimiento, artículos de uso doméstico y personal, taxi, etc.- caracterizada por su entrega a domicilio, dio origen a una modalidad de autoconfinamiento interiorizado emocionalmente como sentimiento de comodidad, capacidad económica, distinción, elegancia, y estatus; es decir, expresión de estatus social. En este punto –quédate en casa y autoconfinamiento- la revolución tecnológica y la pandemia convergen en el objetivo: aislar a las personas. Los motivos son diferentes. Con la revolución tecnológica hablamos de la red 5G, viajes a otros planetas, ensayos nucleares para la guerra, robotización, teletrabajo; es decir, avances científicos que alcanzarían la calificación de increíbles. Pero, tratándose de la salud humana, resulta que la ciencia apenas acaba de descubrir que la dexametasona puede ayudar en algo a los enfermos de Covid-19. (https://www.jornada.com.mx/2020/06/17/politica/002n1pol). Cientos de años, vidas enteras dedicadas al estudio y la investigación, para llegar a esto. Esa convergencia de objetivo, ¿es una circunstancial coincidencia?

Un video que circula en redes dice “Habitantes, algo está cambiando: Spotify está fundiendo a las discográficas; Netflix hizo que ya casi no queden videoclubes y que vaya mucha menos gente al cine; Booking.com tiene en jaque a las agencias de turismo; Google inutilizó a las páginas (sección) amarillas; Airbnb está atemorizando a los dueños de los hoteles; Whatsapp amenaza a operadores de telefonía fija y celular; las redes sociales a los medios de comunicación; Uber a los taxistas. Olx está acabando con los avisos clasificados; los smartphones condenaron a las casas de fotografía; Zip Car hace la vida imposible a las compañías de alquiler de vehículos; Tesla pone en duda el futuro de las automotrices. El e-mail complicó a los correos postales; Waze acabó con los GPS; Original y Nubank amenazan al sistema bancario tradicional; la Nube hace cada vez más inútiles a los Pendrives; Youtube pone en riesgo a las empresas de televisión; Facebook está matando a los portales de contenido; Tinder (y similares) quita mercado a las discotecas; Wikipedia mató a los diccionarios y enciclopedias. ¿Cuánto tiempo crees que va a durar tu empleo en su forma actual?”.

Son hechos tangibles que muestran la demasiada civilización que obra en manos de élites dueñas del capital, ciencia y tecnología, contrastando con la enorme pobreza material y de conocimiento de los pueblos del mundo, cuestionando si el avance científico acompaña un desarrollo armónico de los pueblos, o simplemente los arrastra. Tal vez como sociedad, no estemos comprendiendo si somos presa de una enfermedad desconocida o el laboratorio de experimentación sobre aislamiento social para consolidar el tecnocapitalismo, implantar de lleno la revolución tecnológica, y crear las condiciones sociales necesarias para transformar el modo de producción, la súper explotación del teletrabajo, e imposición de nuevas formas de acumulación de capital alejadas de los mecanismos fiscales impositivos de los Estados.

El confinamiento, por una causa u otra, está dirigido a las grandes capas de la población que albergan a trabajadores, consumidores, y absoluta mayoría de candidatos al fallecimiento. ¿Es destino de los pueblos, o hay que repensar los modos sociales de vida? ¿Quién debe buscar solución a estas problemáticas de los pueblos? A estas alturas de la pandemia los pueblos ignoran si de verdad la ciencia está tan atrasada, aún en países desarrollados, que no tiene respuesta para combatir el virus; o si el mundo, impávido, está presenciando un bestial genocidio. Los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea están enfrentando el problema económico generado por la pandemia, “rescatando” económicamente a grandes empresas transnacionales transfiriéndoles cantidades billonarias de dinero público; y el problema sanitario pretenden resolverlo comprando a la farmacéutica transnacional anglo-sueca AstraZeneca mil millones de dosis de vacuna. Es decir, los gobiernos se postran entregando el dinero fiscal producto del trabajo de los pueblos y alejándose del campo científico, ante las grandes corporaciones privadas. Los rescates son, por eso, grandes desfalcos para los pueblos que ensanchan sus desigualdades sociales. ¿Quién producirá las medicinas o vacunas necesarias para el resto de la humanidad? ¿Los pueblos están obligados a seguir en esa ruta o deben buscar su propio camino? La muerte, muy civilizada, ensaya con tecnologías de punta; el resultado es macabro.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 27 de junio 2020.
José Samuel Porras Rugerio

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