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¿Qué serie o película hollywoodense no muestra que las armas o la guerra son argumentos predilectos de héroes americanos para combatir a villanos que habitan en otros países del mundo? Una ideologización brutal se introdujo a la pantalla para convertir a pueblos y gobiernos de países de Asia, Europa y América Latina en gente mala, mafiosa y sanguinaria necesitada de la fuerza salvadora y justiciera que solo brinda la amistosa mano blanca de las fuerzas de guerra, espionaje, poderío económico e inteligencia que proporcionan los gobiernos y magnates de Estados Unidos. En pantalla, audaces y fornidos hombres blancos al servicio de agencias de gobierno estadunidense acuden a lugares recónditos, agrestes, sucios y fétidos para combatir dictadores, comunistas, terroristas, bandas criminales, locos que quieren apoderarse del control del mundo y mantienen bajo cruel dominio criminal a gente de países incivilizados, bárbaros y pobres; cuyo sufrimiento termina cuando las bondadosas armas de soldados o aguerridos hombres, llegan a matar a esos horribles hombres árabes, negros, latinos, chinos, rusos, vietnamitas, coreanos, cubanos, mexicanos, venezolanos.

En contraste el set, la foto, tomas aéreas, los grandes edificios, y lugares paradisiacos muestran a bellas mujeres y apuestos galanes que siendo simples policías blancos, se transportan en lujosos vehículos, comen en elegantes restaurantes, acuden a suntuosas fiestas, pasean por hermosas playas, y corren aventuras amorosas a la par que con habilidosas artes, de todo tipo, combaten a mafias criminales de asiáticos, negros, árabes, y latinos que pululan vendiendo drogas en calles y barrios de grandes ciudades pertrechadas con eficientísimos “Police Department” sofisticadamente equipados con la más alta tecnología. El conjunto ofrece la imagen de un país donde la pobreza no existe y la justicia reina. En pantalla, todo mundo trabaja, tiene auto, vive en cómoda casa, viste sport o traje; se divierte en el béisbol, futbol americano, básquet, o box; toma güisqui, come guacamole y comida chatarra; viaja; se hospeda en hoteles de lujo y, quizá, tenga un yate. Un país de ensueño y un modo soñado de vivir: The american way of life. Los pobres del mundo quieren llegar a Estados Unidos para vivir ahí. La pantalla convertida en el tercer opio de los pueblos.

En la realidad, la pandemia que irrumpió en EU se ha convertido en la pesadilla que está despertando al país entero. Epicentro mundial a pesar de sus riquezas, el elevado número de decesos está cuestionando el sentido de su ciencia y tecnología, la distribución social de su riqueza, la función de su gobierno y el valor de la vida humana frente a la acción de las grandes corporaciones económicas. El asesinato de George Floyd por un policía blanco hizo surgir, en plena pandemia, un conflicto racial con la población negra y un movimiento social que alcanza dimensión nacional en defensa de la vida y contra la política racista del Estado. Las acciones del presidente Trump para reanudar la actividad económica del país sin un plan oficial de contención del virus, contrariando la opinión de los especialistas; y el intento de enfrentar la protesta racial con las fuerzas armadas; son problemas que están cuestionando las bases económicas de organización de la sociedad estadunidense, ¿Cuántas muertes más son aceptables por resarcir la economía? “100 mil muertos en EU no es sólo una cifra; eran nosotros” (NYT); y, ahora, ¿El ejército, nutrido por negros y latinos, respaldará la decisión de Trump para reprimir a los manifestantes antirracistas?

Un hecho ajeno hace crujir la política exterior de EU: El retorno de médicos cubanos a Brasil por intermediación de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) ha merecido un fuerte reclamo de Mike Pompeo acusándola de “facilitar el trabajo forzoso de personal médico de Cuba”; interrogando “…cómo llegó a ser el intermediario en un plan para explotar a los trabajadores médicos cubanos en Brasil; y cómo llegó a enviar mil 300 millones de dólares al asesino régimen de Castro”; advirtiendo que “el gobierno de Donald Trump quiere asegurarse de que el país financia instituciones que respaldan los valores democráticos”. ¿Qué son, o que debe entenderse por los valores democráticos? ¿La expresión tiene significado único, universal, uniforme para toda escala de valores; o los poderes político y económico la moldean y usan a conveniencia, satanizando a quienes no se comportan como ellos disponen?

Si la democracia es poder del pueblo, las acciones de EU desmienten ese discurso y dejan asomar el verdadero. Dos hechos, uno interno y otro externo, lo acreditan: a) la zona autónoma de Capitol Hill; y, b) el asunto OPS. El primero, es un experimento urbano cooperativo sin policía en varias cuadras cedidas por el municipio de Seattle, en cuyo acceso una manta advierte: Este espacio es ahora propiedad del pueblo de Seattle. Como si tal forma de protesta y autodefensa fuese amenaza intolerable para la seguridad nacional, Trump ha ordenado a la alcaldesa y al gobernador: “Retomen su ciudad ahora. Si ustedes no lo hacen, yo lo haré. Esto no es un juego. Terroristas domésticos han tomado Seattle, gobernado por demócratas de izquierda radical, por supuesto. ¡LEY y ORDEN!”. ¿Sorprende a alguien que Trump elija un eslogan casi idéntico al nombre de una serie de televisión? El segundo, es el reiterado y enfermizo ataque a Cuba por sus aportes científicos y humanitarios al mundo frente a la pandemia, cuando connotados intelectuales reconocen su internacionalismo, único, y postulan a una de sus brigadas médicas para el Premio Nobel de la Paz.

El discurso neofascista de la Casa Blanca acompañante del manejo empresarial de la institucionalidad estatal: a) Distingue a la élite que controla economía nacional y poder público, del resto de la sociedad: son, nosotros y “los otros”; al exterior, EU y los otros países; b) difunde propaganda con esa distinción: nosotros “los valores democráticos”; los otros, “terroristas”, “demócratas de izquierda radical”; es decir, nosotros virtuosos, los otros, condenables; y c) despliega la fuerza del poder político, militar y económico para combatir y dominar a los otros. De aquí surge la bandera ideológica que levanta la derecha en todo el mundo: si el estado lo manejamos nosotros, es democracia; si lo manejan los otros, es populismo, dictadura, socialismo, comunismo, o totalitarismo.

Capitol Hill es inadmisible para el gobierno de Trump porque representa la recuperación de la noción política de “pueblo” para las minorías raciales y la población blanca no supremacista que sufren los embates del gran capital y las arbitrariedades del poder público. Es el ensayo –en la mera entraña del imperio- de una especie de comuna autónoma sin policía blanca; o sea, sin la mano larga del estado. La recuperación de la noción de pueblo por, y para, quienes sus condiciones sociales los convierten en pueblo –por oposición a élite- es tan inadmisible para el gobierno en la misma medida que para EU es intolerable la noción de pueblo que caracteriza a Cuba en el mundo. El discurso de “los valores democráticos” se derrumba por el desprecio a la vida de todos los que han perecido con la epidemia; por pretender enfrentar con el ejército a los solidarios ofendidos que se oponen a la brutalidad policiaca; y atacar el humanismo de Cuba, el pueblo país que ha puesto desinteresadamente el alto desarrollo de su ciencia y tecnología al servicio de otros países, quizá, contrariando los intereses económicos de la gran industria farmacéutica trasnacional.

Según la Confederación Sindical Internacional, Estados Unidos forma parte del grupo de países donde se advierte que el gobierno y los empresarios promueven esfuerzos serios para aplastar la voz colectiva de los trabajadores; y es la potencia industrializada que más ataca y socava los derechos laborales básicos. Resulta, pues, previsible que el destino que corra el capitalismo en EU marque el destino del capitalismo en el mundo. La violencia autoritaria que por motivaciones epidémicas, raciales, xenófobas, laborales, políticas y económicas se ejerce sistemáticamente contra la población de ese país, se volvió instrumento oficial para mantener “los valores democráticos”; la degradación de la vida social que esa violencia trajo consigo, terminó por cambiar el sueño de vida americano con su racismo, tiroteos, drogadicción, armamentismo, y oropel; degenerando en un simple The american güey of life en el que, sobre la descomposición moral de la sociedad, se yerguen eufóricas las élites que medran con los avances tecnológicos e imponen, luctuosamente, la nueva normalidad del mundo.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 19 de junio 2020.
José Samuel Porras Rugerio

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