samuel-porras-columnista

¿Cómo vivimos la vida en sociedad? Y ahora que llegó el coronavirus, ¿seguimos nuestra línea o cambiamos algo?, ¿cuál es la filosofía que rige el desempeño de nuestra vida? La sociedad en que vivimos está edificada y organizada sobre la base económica que construye y proporciona el trabajo asalariado; por tanto las relaciones sociales que se dan alrededor del trabajo – producción de bienes y servicios– tienen para los seres humanos que participan en él finalidades distintas: …la fuerza de trabajo en acción, el trabajo mismo, es la propia actividad vital del obrero, la manifestación misma de su vida. Y esta actividad vital la vende a otro para asegurarse los medios de vida necesarios. Es decir, su actividad vital no es para él más que un medio para poder existir. Trabaja para vivir. Quienes se benefician del trabajo ajeno, buscan obtener ganancia y amasar fortuna: Al crecer el capital, crece la masa del trabajo asalariado, crece el número de obreros asalariados; en una palabra, la dominación del capital se extiende a una masa mayor de individuos. (C. Marx, Trabajo asalariado y capital).

Los contrastes en el modo de vida de unos y otros están marcados por su papel en la producción. Los problemas que derivan de estas relaciones humanas del trabajo, son problemas sociales que se generan al intentar establecer la proporción que debe guardar el valor del esfuerzo productivo cotidiano de los trabajadores, en relación con el monto de la ganancia que obtienen los beneficiarios del esfuerzo colectivo que se presta a cambio del salario. Sobre esta contradicción, trabajo colectivo para producir y apropiación privada de la ganancia, se edifica la sociedad; se organiza la economía; se genera la coexistencia entre ambos grupos; y está la razón fundamental para no poder alcanzar paz social.

La filosofía de vida de cada persona se forma, primero, sabiendo en cuál de los grupos sociales se ubica; mismo al que pertenece. Eso permite saber si socialmente, en términos económicos, manda u obedece. Aquilata si el salario que se recibe corresponde al esfuerzo productivo realizado y guarda proporción con el monto de ganancias que los dueños del dinero obtienen con el trabajo colectivo asalariado. Los conflictos derivados de esta disputa son las luchas sindicales; pero si la lucha de los asalariados se orienta hacia la modificación de la forma de organización económica y social buscando que se moderen la opulencia de quienes concentran riqueza y la indigencia de quienes, a pesar de su arduo trabajo, no abandonan la pobreza; entonces los conflictos se tornan políticos.

La filosofía de vida de las personas se configura, después, al adquirir conciencia plena sobre su propia situación en el esquema de distribución de riqueza al que socialmente hemos llegado, cuyos límites para la vida oscilan entre el que gana ciento veinticinco pesos diarios y el selecto grupo de poderosos cuyas fortunas rondan de los cien a sesenta mil millones de dólares. La inmensa magnitud entre estos extremos dificulta adscribir grupos sociales en las que antes fueron estratificaciones clásicas: “clase media” y “pequeña burguesía”. Aquellos que “sienten ser ricos” porque sus posesiones alcancen uno o varios millones de pesos, generan su propia filosofía de vida basada en esa creencia, que los coloca en el lugar y papel social de “desclasados”. Ni hablar de quienes piensan que ganar un salario mensual de más de quince mil pesos los hace clase media.

Ubicada la particular situación económica, precaria, holgada o bonancible; la forma de actuar en la vida estará permeada también por el grado de estudios, ocupación, y modo particular de vida; pero sobre todo por la inclinación al método de ganar dinero. ¿Qué cosas, y de qué naturaleza, estamos dispuestos a hacer con tal de obtener ganancia? Es altamente probable que por el fin buscado no se repare en la línea que divide legal de ilegal; quienes ocuparon posiciones de poder político buscaron dar apariencia de legal a lo que de suyo era ilegal con tal de lograr el objetivo. Al final del día, y todos los días, la televisión con su programación de violencia, pasiones humanas mezquinas y pensamiento simple, recrea y muestra las formas con las cuales las clases económicamente dominantes construyeron su posición social. Su repetición cotidiana en películas, novelas, informativos, de opinión, comicidad, etc., busca convencer al grueso de la población, atacando su conciencia, de que lo que ve en pantalla es la forma normal o natural de la vida en sociedad, orillando a la imitación del modelo.

Para facilitar su introyección, la programación es diseñada para convertirse en fuente de diversión, distracción, e ideología de opinión y creencia para las mayorías. El chiste mordaz, concursos de adivinanza, sexismo, películas de incultura, son algunos agentes del pensamiento simple que hacen que la diversión se trastoque en distracción que rechaza la complejidad de análisis de la realidad social y convierte la mentalidad del espectador en receptáculo de opiniones y creencias sobre ella. La televisión como la casi totalidad de los medios de comunicación masiva son propiedad de los dueños del capital y, a través de ellos, transmiten su modo de ver el mundo con el propósito encubierto de que las mayorías sociales no tengan un modo propio de verlo. Así se forja al desclasado. El desclasado asume, por interés o conveniencia, la ideología de los dueños del dinero y la defiende cual si fuera genuinamente suya. Este entramado social teje las filosofías que las personas adoptan para su diario vivir.

La llegada del coronavirus las exhibe en su justa dimensión. Quienes compran grandes cantidades de gel, vitaminas, medicamentos, alimentos, papel higiénico; asumen que “de que lloren en mi casa a que lloren en la de otro, pues…”; esta forma de ver la vida tiene el inconveniente de que la criminalidad también la comparte y los comerciantes la trasladan a los precios. El comportamiento que manda “ningún dinero alcanza” y “primero yo, luego yo y al último yo” para negar ayuda a los demás, en la contingencia alcanza su mejor expresión en las posturas empresariales: “el 98% de las empresas viven al día”, “no pueden garantizar un mes de sueldo a los trabajadores”, “queremos exención de impuestos y de revisiones fiscales”. Este 98%, ¿es dato duro, o manera de evadir compromiso hacia los trabajadores?

La afirmación tendría varias lecturas: a) 98% de empresarios poseen las mismas condiciones de vida que sus asalariados; b) o, las empresas son pobres pero los empresarios ricos; c) 2% de las empresas son solventes y, debe suponerse, controlan la economía del estado; d) los trabajadores deben salvarse como puedan. En una desgracia, la miseria de la vida no reside en la carencia de riquezas, sino en hacerla oportunidad de ganancia. La filosofía oriental predica no hacer a otro lo que no se quiere sufrir. Benito Juárez enseñó: Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz. El “cada quien para su santo” es un modo viejo de ver la vida que parece infectado de Covid-19.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 1 de abril 2020.
José Samuel Porras Rugerio

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7.