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La moderna peste que nos golpea se presenta como un jeroglífico científica y humanitariamente difícil de descifrar. Científicamente porque los países poderosos en su afán de dominación prefirieron invertir infinidad de recursos económicos en tecnologías de guerra, incultura, comida chatarra y farmacéutica de bajo nivel; al punto que en pleno siglo XXI la humanidad tiene por incurables un buen número de enfermedades; ahora, al surgir la pandemia del Covid-19, la capacidad de respuesta de los Estados nacionales para enfrentarla es alarmantemente lenta. Por la naturaleza del fenómeno será difícil que los habitantes del planeta sepamos, a ciencia cierta, si la pandemia que cunde en varios países nació silvestre o fue sembrada; si se trata de lo que Bill Gates alguna vez llamó bioterrorismo, o de una guerra bacteriológica como fase superior de la guerra comercial China-Estados Unidos, utilizada para no desenfundar las armas nucleares creadas con ciencia y tecnología de punta.

Humanitariamente porque en todos los lugares donde aparece y se propaga, la pandemia es una verdadera desgracia por los efectos devastadores del contagio. Por temor a él, la vida social se encuentra en jaque y el aislamiento de las personas es la recomendación básica; espectáculos para multitudes se van cancelando, actividad de oficinas públicas va cesando, lugares de reunión social van cerrando, noticias alarmistas van creciendo y, en medio de todo ello, los infaltables vivales que aprovechan cualquier oportunidad para hacer de la desgracia social oportunidad de negocio, mecanismo de lucro, o herramienta de ganancia fácil. Los tenedores de dólares los ocultan para devaluar y especular con el peso, se fomentan compras de pánico para encarecer productos de primera necesidad, empresas que cierran y envían a su casa a los trabajadores sin goce de sueldo, organizaciones empresariales que piden no pagar impuestos invocando la contingencia sanitaria.

Los hospitales de “renombre” cobran cantidades exorbitantes por el análisis para detección del virus; compañías extranjeras del negocio de la gasolina, a pesar de la baja en los precios del petróleo, mantienen altos sus precios en los expendios que franquician. Grandes compañías cerveceras que ofrecen la salud con que se levanta el tarro a cambio de la que se obtiene con un vaso, disputan para negocio el abasto de agua con que subsisten poblaciones enteras; y sociedades mercantiles por acciones mantienen, sin rubor alguno, el control del suministro del agua potable como negocio privado a pesar de la pandemia y desafiando el orden jurídico vigente.

En el ámbito internacional, las naciones que más afectación padecen por el coronavirus son Italia, España y Estados Unidos presentando, además, las mayores problemáticas políticas y sociales para enfrentarla; y, China –primer lugar donde se detecta el mal- Cuba y Venezuela como los países mejor preparados en ambos renglones para su prevención y combate. La diferencia que salta a la vista entre estos dos grupos de países quizá sea que los primeros han privilegiado la medicina privada con orientación por la ganancia, en tanto que los segundos se han inclinado más por la medicina social buscando el bienestar de la población. Un dato que no puede dejarse de lado es que estos tres países enfrentan, actualmente, los ataques económicos y políticos más violentos de parte del gobierno de Estados Unidos.

Paradójico es que la primera potencia económica del mundo, dueña de altas tecnologías dominantes, puesta frente al brote pandémico entre su población, ofrezca muestras palpables de impotencia científica para evitar la propagación del mal; mientras que dos países pobres, arrinconados políticamente y puestos contra la pared económicamente por el bloqueo comercial inmoral y las amenazas de invasión militar, posean el conocimiento científico y la organización hospitalaria suficientes y adecuados para salirle al paso a la pandemia. La China de Mao con sus tantos millones de seres humanos, en relativamente corto tiempo, parece haber controlado la expansión y efectos nocivos del virus; en tanto que Italia y España, artífices y propagadores del derecho romano regulador del modo de vida occidental, por la naturaleza privatista de su organización social, presentan mayores dificultades científicas, políticas y humanitarias para su contención.

Si el coronavirus está resultando una calamidad para el mundo, su llegada y las actitudes individuales, grupales y de estado para enfrentarlo deben invitarnos a la reflexión serena sobre un punto al que por sistema rehuimos: ¿Nuestra organización en sociedad debe seguir estando orientada por el ánimo de la ganancia, o debemos buscar alternativa? Parafraseando a Viviane Forrester (Una extraña dictadura), ¿debemos seguir a pie juntillas el dogma de la supremacía de la ganancia frente a cuya presencia se ha degradado siempre el valor del trabajo productivo honrado?, ¿seguimos creyendo los postulados de la élite económica que dictan que la ganancia es una necesidad, que la población entera depende de ella, que obtiene beneficios de las ganancias ilimitadas de unos pocos, y perecería sin ellas?, ¿cuántos de nuestros problemas sociales más irritantes e infames derivan de la consecución, o disputa, de la ganancia?

Posiblemente no alcancemos a explicarnos si el Covid-19, por su letalidad, sea, o no, la versión mejorada de alguna peste, gripe aviar, porcina, LH1N1, ébola, o algún otro; lo que sí queda en evidencia es que la actitud asumida por los comerciantes -según los lista y caracteriza el código de comercio- que hacen de la desgracia humana un negocio, es más dañina socialmente que la pandemia al equipararse con actos de inseguridad pública. Un filósofo del siglo XIX, visionario del desarrollo del capitalismo y sus vicios, advirtió: “Por último llegó un momento en que todo lo que los hombres habían venido considerando como inalienable se hizo objeto de cambio, de tráfico y podía enajenarse. Es el momento en que incluso las cosas que hasta entonces se transmitían pero nunca se intercambiaban, se donaban pero nunca se vendían, se adquirían pero nunca se compraban, tales como virtud, amor, opinión, ciencia, conciencia, etc., todo, en suma, pasó a la esfera del comercio. Es el tiempo de la corrupción general, de la venalidad universal, para expresarnos en términos de economía política, el tiempo en que cada cosa, moral o física, convertida en valor venal, es llevada al mercado para ser apreciada en su más justo valor”. (Carlos Marx, Miseria de la filosofía). El virus solo puede ser enfrentado, como todo mal social, colectivamente; individualmente estamos inermes. Si intentamos resolver estas cuestiones tal vez, como sociedad, pudiéramos hallarle un lugarcito al desprendimiento como actitud humana frente a los demás y vislumbrar un mundo más vivible.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 25 de marzo 2020.
José Samuel Porras Rugerio

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