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1era Parte

Literal, los momentos que vivimos son violentos. A diferencia de otros tiempos la forma en que vivimos la violencia es cada vez más cotidiana. No es necesario estar en medio de una guerra o de una discusión familiar, ni que le levantes la voz a otra persona para caer en una situación violenta.

Esto se puede explicar en gran medida, porque en estos tiempos modernos los esquemas sociales han sido alterados. La evolución de la conducta humana cambió sustancial y radicalmente la percepción de las cosas.

En su mayoría, muchas de las posturas sociales -Filosóficas, religiosas, políticas, educativas, culturales y de más…- han sufrido cambios en la forma de concebirlas y por ende en como las aprendemos, comprendemos y practicamos.

Esto ha influido de manera radical en la medición de la escala de valores. Lo que antes era malo, hoy ya no lo es y si lo es, la forma de evaluarlo es distinta: menos enérgica y por consecuencia, con menos repercusión en la responsabilidad de los hechos.

Esto ha hecho, que las distintas figuras responsables de la seguridad e impartición de justicia, que va desde los padres en una familia, hasta el mandatario de una nación, hayan perdido progresivamente su autoridad.

El tejido social está roto.

Todo inicia desde casa. Las familias están desasociadas. Conceptualmente la ausencia de la institución de los padres de familia ha marcado un punto de inflexión, que ha permitido que el papel que juega cada integrante en algunos casos esté deshabilitado o cruzado.

Especialmente todo esto inició con la caída de la autoridad del padre. La máxima figura dejó de ser ejemplo moral. El machismo y las nuevas conductas del sexo masculino trastocó los valores propios de la familia. La figura paternal fue descuidada, seguida de la maternal y resultado del descuido de la conducta propia del adulto en frente de los infantes y del hijo a cualquier edad.

Las figuras de los padres actuales (papá y mamá) ya no son lo que eran. En las últimas décadas hubo un derrumbe del concepto familiar que, al dejar de funcionar correctamente como reguladores de conductas, dentro y fuera del hogar ese fueron perdiendo los valores y con ellos la integridad familiar.

Al desaparecer toda esta maquinaria que ordenaba y regulaba las relaciones entre la conducta de los padres e hijos, y más aún, la conducta adulta con los niños, adolescentes o jóvenes, se han roto los pactos filiales de todo tipo.

Podría sonar radical, pero en los hechos, en la practicidad, una sociedad quebrantada es resultado de una familia quebrantada.

De esta manera, podemos ir entendiendo que la violencia es una reacción al descuido y desatención que se tuvo a un hijo y extendiendo el caso a una o más personas.

Pero esta desatención genera después un tipo de reacción que impacta directamente en la interacción del individuo con la sociedad que se manifiesta en aquellas conductas o situaciones que, de forma deliberada, aprendida o imitada, provocan o amenazan con hacer un daño o sometimiento grave hacia uno mismo o hacia los demás.

Históricamente, la palabra violencia fue asociada desde tiempos muy remotos a la idea de la fuerza física. Los romanos llamaban vis, vires a esa fuerza, al vigor que permite que la voluntad de uno se imponga sobre la de otro. En el Código de Justiniano se habla de una “fuerza mayor, a la que no se le puede resistir.

La violencia que hoy vivimos por parte de sus generadores, no está teniendo resistencia por ninguna autoridad, desde el padre que no castiga un acto violento de su hijo, hasta las autoridades de gubernamentales encargadas de la paz y la seguridad pública que no castigan de manera correcta a los delincuentes.

Estamos viviendo una verdadera crisis de la autoridad.

La ausencia de autoridad moral ha generado que no haya figuras capaces de llamar la atención: Un padre infiel o violento con la madre, o un padre divorciado que no se hace cargo de sus hijos en tiempo o económicamente, una religión pederasta o millonaria en medio de la pobreza social, o un gobierno que no tiene capacidad para gobernar y con impunidad para sus gobernantes corruptos.

De esta manera, podemos entender la violencia de un país causada por diferentes factores que tiene como origen la desatención a diferentes sectores de la sociedad y la injusticia social.

La inconformidad social que viven las poblaciones de sectores con poca calidad de vida, debido a su educación y sus valores morales, los cuales influyen al momento de crear un ambiente de desempeño laboral y conductual de acuerdo a su percepción, lleva al uso de la violencia para poder resolver conflictos de una manera fácil y rápida, por lo mismo, no tienen valores que fundamenten sus ideologías y lo más fácil es recurrir a la violencia.

Esta inconformidad social genera distintos niveles de violencia en la sociedad, violencia que se desarrolla no sólo en campos de batallas y entre contrarios; también entre iguales y espacios cotidianos y tranquilos.

Los altos niveles de violencia resultado de las diferencias familiares, el acoso y abusos en sus distintas manifestaciones, la violación de los derechos humanos, la violencia física y psicológica, el robo patrimonial o de la vida misma por parte de la delincuencia organizada y no tan organizada, rompió la calma cotidiana del ciudadano, su bienestar físico y emocional.

Dicha violencia genera estrés y el estrés genera un agotamiento emocional que impacta directamente en un agotamiento físico también. Pero de esto hablaremos en la siguiente entrega, en la segunda parte de este interesante tema: Violencia social, agotamiento emocional.

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