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Yo me pregunto qué es lo que ronda por la cabeza del mexicano cuando ignora sus raíces e intenta dejar de ser lo que naturalmente se le confiere por nacer en México, en la actualidad ser mexicano es intentar dejar de serlo porque provenir de esta estirpe de sacerdotes mayas y guerreros aztecas pareciese que nos confiere una jerarquía de inferioridad entre nuestros demás congéneres humanos que se encuentran desperdigados por los diversos territorios del mundo. Nos afanamos en el esfuerzo por discriminar al moreno, al chaparro, al que habla alguna lengua indígena, al que come frijoles con epazote y aclamamos a las transnacionales que con sus productos nos van borrando la identidad. No les parece paradójico quizá que el extranjero trate con mayor premura y devoción al que es de esta tierra autóctono y que nosotros nos ufanemos de vocablos que refieren nuestras raíces tergiversando su significado y usándolos en términos peyorativos como son el tan sonado “naco”, apelativo que se usa como sinónimo de una clase vil y rebajada cuando en realidad su trasfondo confiere un significante relacionado con el valor del corazón. No puedo decir que somos extranjeros de nuestra propia tierra porque aquellos quienes son ajenos a este nuestro territorio tratan con más decoro a nuestra nación y a quienes habitan en ella llevando la terrible carga que el mexicano le ha dado al hecho de pertenecer al gremio indígena. Considero bastante egoísta de nuestra parte, oh mexicano que es hostil con aquel que refiera que es de la tierra del maíz, negar nuestras raíces y poner nuestro máximo empeño por desconocer la historia que traza los años y la historia de nuestro territorio; sobrevaloramos a nuestro vecino cercano pero también nocivo y enfermo que son los estados unidos y nos dejamos llevar por esta actualidad que está sumamente occidentalizada y que muchas veces es errática, puedo decir que el mexicano es esquizofrénico porque en todo momento piensa que se le instiga por pertenecer a una tierra de águilas y nopales cuando no somos más que un conglomerado de las naciones que conforman el mundo y le dan forma a la multiculturalidad contemporánea. Hemos cambiado las tortillas por el pan de harina de trigo y el piloncillo por ese veneno blanco llamado azúcar; no le damos tanto valor al taco cuando en nuestro panorama también se expone la pizza en los aparadores olfativos, del gusto y la vista. Considero, y sin miedo a equivocarme, que somos unos ignorantes analfabetos de cultura y nuestra condición de humano sobajado no cambiará hasta que comencemos a revalorar aquello que un día fue un trazo de nación fructífera; México tierra del totonaco, espíritu del quetzal, dueño de la alegría hecho cereal, amaranto. Somos hombres de arcilla y maíz y en vez de que el mexicano se avergüence y esconda su tez ambarina y tostada deberíamos de ver como ajeno y extraño aquello que se ufana por ser claro y es irrespetuoso ante el legado mexicano. Cierro mis disquisiciones, esta crítica que en ninguna medida intenta ser falaz, burlándome de aquel que se llame mexicano pero que en vez de comer pozole se alimenta de espagueti, de aquel mexicano a medias que desconoce las entrañas de su pueblo y que no es más que una blasfemia para esa raza de alta casta que un día pobló los territorios de nuestra actual nación; corrijo mis errores, más que una burla es una crítica para aquel mexicano que lleva a la casta desterrada del corazón; ser frío, infame y hostil que niega la mirada ante una población de vainilla papanteca, xole obscuro y no agua negra del imperio yanqui; ante aquel mal nombrado mexicano que es sequedad a la nación, grito ahogado que lacera las cuerdas vocales de un país que todos los lunes debería cantar “Mexicanos al grito de guerra”.

Amaranta Dafne Pérez Hernández

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