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“La Casa Blanca envió ayer al Congreso estadunidense una notificación formal sobre el ataque con drones para matar a Soleimani.”

¿En dónde radica la incapacidad de los seres humanos para ponerse de acuerdo en el diseño de una convivencia social pacífica como forma de vida? El problema irresuelto, la causa generadora de todo tipo de conflictos entre los seres humanos proviene de la postura que se asume frente a la riqueza producida socialmente y en la definición de vida que cada individuo toma al respecto: atesorar o compartir. El atesoramiento se hará siempre, e invariablemente, a costa de los demás; compartir se hace con los demás. Como humanidad hemos vivido por siglos una vida basada en la violencia y el despojo como mecanismos privilegiados de relación entre los seres humanos, cuyo resultado ha sido la entronización de pequeñas minorías que al paso del tiempo se adueñaron de la riqueza y se convirtieron en dueñas de los destinos de la totalidad del mundo. A imagen y semejanza de esas minorías, el grueso de los seres humanos opta por hacer descansar en las posesiones materiales, la fortaleza de su personalidad individual haciendo a un lado el cultivo de las virtudes humanas como herramienta de su diseño y construcción. La violencia que campea en todos los rincones de la vida social nos asusta y horroriza, sin embargo, de algún modo es el resultado natural de que unos quieran acumular riquezas a costa de otros, y de la oposición legítima que ello genera. Todas las formas de violencia social tienen esta raíz.

La vergonzante corrupción que azota la vida de los pueblos es también un derivado congénito de esta forma de ver la vida y organizar a los grupos sociales. La permanencia de este modelo de organización social expoliador no encuentra mejor forma de garantizarse que a través de la violencia organizada precisamente para ese fin. Hemos llegado a un punto tal de violencia generada por esa infinita ambición humana de posesión de riquezas económicas, que el mundo mismo como planeta corre el riesgo de ser destruido y con él, la especie humana. Pero ni siquiera la inminencia de esta posibilidad parece influir y detener esa ambición. La miseria moral se convirtió en el reverso de la medalla del atesoramiento de riquezas materiales. Aquella vieja expresión marxista “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días, es la historia de las luchas de clases” que las élites dominantes quisieron borrar de la memoria social, al paso de los años parece retumbar con más fuerza en la conciencia de los seres humanos que miran las disputas sociales llegar a extremos terribles de violencia en cada uno de sus países, incapaces de encontrar una fórmula sensata que permita alcanzar un modo colectivo de vivir en paz.

Ahora no hay ninguna duda de que la forma de organización política de los Estados Unidos de América, liderada por un Estado criminal que hace guerras, derroca gobiernos, mata, invade, roba y destruye el planeta como condición esencial de su dominio imperial sobre las naciones del mundo; basado en el binomio poder económico-poder militar que constituye un todo armónico sin solución de continuidad pues en la industria de la guerra está el soporte económico de su poder imperial, es la influencia política más nociva. Un poderío bélico con alcances planetarios de dominación –soportados, a su vez, en la amenaza de destrucción- política y económica, es el que sostiene la imposición del “modo de vida occidental” regido por el atesoramiento de riquezas por unos pocos, a costa de la pauperización de vida de las mayorías sociales donde se agrupan aquellos seres humanos que trabajan para producir la riqueza social de la que se apropian las élites económicas.

Este mundo, así trazado, globalizado, perfila su futuro entre dos visiones políticas, democracia o dictadura, que corresponden a dos concepciones ideológicas del mundo y sus modos de ordenación de la economía en tiempos de revolución de las tecnologías: el progresismo de la izquierda que, sin ruptura del modelo económico de acumulación de capital vigente, pacíficamente busca atenuar las enormes diferencias y contrastes económicos y sociales entre la población incorporando a las mayorías a la participación y toma de decisiones gubernamentales dando, al sufragio para la ocupación de cargos de elección popular, el sentido de selección de proyecto organizativo social y de política económica que desea la población; o, el conservadurismo de derecha, que pugna por profundizar el modelo de acumulación de capital mediante el uso de la violencia y el despojo en todos los ámbitos de la vida social, impulsando golpes de Estado contra gobiernos progresistas, o haciendo de la inseguridad pública, atizándola, su bandera política para debilitarlos en las contiendas electorales; como herramientas básicas de destrucción de la democracia, anulación de la voluntad popular y recaptura del poder político perdido en las urnas, para redirigirlo hacia funciones dictatoriales fascistas.

Para los adoradores del capital no basta ya la explotación brutal de la mano de obra de los pueblos, tampoco el hurto de los dineros públicos; ahora se lanzan en pos de la destrucción del planeta como fuente de utilidades: petróleo, minería, agua, vida silvestre y marina, bosques, cielo, y todo lo que pueda ser o servir para negocio. Los conservadores de derecha han vaciado de contenido al concepto mismo de economía que, dice Viviane Forrester (Una extraña dictadura, Fondo de Cultura Económica de Argentina, 2000), si antes estaba vinculado con la vida de la gente, ahora lo han reducido a la mera carrera por las ganancias. Ya no se trata de la “economía” sino del mundo de los negocios, el business, que hoy está entregado a la especulación.

Ganar dinero sin trabajar, esclavizar a los demás, extraer los minerales preciosos de la tierra, hacer guerras para saquear las riquezas naturales de los territorios de otros pueblos, son parte de las libertades que impone la “economía de mercado”. Para los amantes del atesoramiento éste es el mundo “normal” y así lo diseñan y construyen. Solo su eterna violencia, su desprecio de la vida humana y la injusticia social que genera, es lo que ha hecho surgir la conciencia de los pueblos que, con base en su propia experiencia social de sometimiento histórico, han comprendido la necesidad de replantear su destino social para humanizar la coexistencia y darle carácter de convivencia entre los habitantes del planeta. Retomar el ideal político de José María Morelos y Pavón “moderar la opulencia y la indigencia” se convierte en tarea impostergable de los pueblos que sea punto de arranque para lograr nuevas formas de relación humana que se finquen, más en compartir y menos en atesorar; dejen atrás la filantropía y privilegien el sentido de justicia; abandonen la limosna y abran paso al desprendimiento solidario para acceder a una forma superior de vida.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 06 de enero 2020.
José Samuel Porras Rugerio

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