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En un brillante artículo dedicado al muralismo, simplemente titulado “David Alfaro Siqueiros”, Xavier Villaurrutia en su faceta de crítico esboza algunos comentarios sobre las implicaciones de la pintura en la sociedad mexicana durante la primera mitad del siglo pasado. En él –como en sus comentarios dedicados al arte pictórico– se aborda en el fondo las implicaciones ya aferradas del nacionalismo como impulso y reflejo de una verdad que no acepta réplicas: el machismo.

El nacionalismo tuvo varios intentos para aferrarse en el imaginario colectivo, primero como germen vital para la guerra de Independencia, influencia directa de la Ilustración; luego a través de las constantes intervenciones que México en tanto país soportó en el resto del siglo XIX, sólo para resurgir –quizás con mayor fuerza– al término de la Revolución de 1910.

Su ideólogo por excelencia resultó ser, precisamente, José Vasconcelos, hombre de letras, filósofo escritor de tiempo completo que supo adecuar bajo la bandera colectiva la institucionalización del arte, sin embargo, no para todos. Sus beneficiarios directos eran artistas que educados bajo el Porfiriato perfeccionaron técnicas en escuelas de México y Europa. Ellos eran engranes de una maquinaria construida para enaltecer los “valores” nacionales; símbolos que unieran lo impensable afuera, en el terreno social: maderistas, constituyentes, zapatistas, villistas y tantas corrientes como cartuchos lo permitieran.

Justamente, el machismo era la expresión dominante, funesto camino para señalar al otro, al diferente en pensamiento, palabra u omisión; enemigo declarado del comunista, del homosexual, del afrancesado; del religioso poco ortodoxo y, en general, quien no se ajustara a la praxis vasconcelista. Ser nacionalista era signo de hombría.

Por eso gran parte de los edificios dedicados a la administración pública en la Ciudad de México contienen en sus muros imágenes burlescas de escritores abiertamente homosexuales, sus mecenas y en no pocos casos el dedo flamígero del proletariado, sin más, cobra venganza sobre ellos. De ahí que el debate sobre el “afeminamiento” de la literatura mexicana fuera inquisitivo desde la prensa hasta la Cámara de Diputados, eventos orquestados –entre otros– por Manuel Maples Arce, eterno estridentista.

Esta fundamentación no escapa al ambiente actual: la homofobia. Parece, incluso, que se viviera sin otras restricciones, sólo cambiando nombres e intereses. Si el arte –como toda expresión humana– es utilizado para el ataque, la indolencia, ¿no es justo reclamar su independencia? ¿Defender aquella idea del arte por el arte, en un medio tan hostil que lacera a quien piensa y actúa como sus ideales piden?

Ante ello –regresando al artículo de Villaurrutia– no es extraño que al referirse al arte, específicamente la pintura, afirme que ésta se mantenía sumisa a los modelos que la realidad le había impuesto. Claro, tal realidad no es otra que el pragmatismo político, las buenas formas que exigen curarse en salud; en resumidas cuentas, quien paga, manda.

Así, los símbolos quedan perpetuados aunque en la práctica se comprueba que toda estilización que los representa es superada por generaciones siguientes, basta hojear cualquier libro sobre historia del arte, y comprobar que la diversidad crea escuelas, corrientes, formas de pensamiento que terminan desechando lo obsoleto.

El arte no puede ser objeto de privaciones o censuras de ninguna clase, aceptarlo es no conocer sus límites y permitirlo culmina en lo inefable. La intolerancia conduce irremediablemente al fascismo; no es exageración, por eso uno de los episodios más penosos de la historia reciente parte de esta base hasta mutar en él: nacionalsocialismo.

La obra de Fabián Chairez dedicada a Emiliano Zapata es una visión que obliga a repensar la actualidad de un símbolo y cómo es percibido por el autor, exclusivamente. Si otras opiniones no concuerdan, las réplicas están diseñadas para quienes se vean aludidos, pero cualquier signo de violencia atenta contra la libertad de expresión.

¿A quiénes afecta la estilización de Zapata? ¿Qué lastima? ¿Qué hiere? ¿Qué no representa? Sencillamente, un ideal caduco que debe ser superado por el respeto y la inclusión, al parecer, términos ausentes en quienes buscan mantener lo masculino como línea de vida dominante.

César Pérez González
@Ed_Hooover

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